La administración Torra tiene por delante una misión casi tan imposible como las que le suelen endilgar al agente especial Ethan Hunt. Tal vez no tanto como la de la independencia de Cataluña, pero sin duda complicada: conseguir que una gente a la que se ha despreciado e insultado sin tasa durante los últimos tiempos --por lo menos, desde 2012-- venga a dejarse los cuartos entre nosotros este veranito para salvar a nuestra depauperada industria turística, que no puede aspirar por culpa del coronavirus al habitual aluvión de visitantes procedentes del norte civilizado y se ve obligada a conformarse con los españoles, esa sub raza de la que no vemos la hora de librarnos porque, siendo nosotros de natural altos, rubios y de ojos azules (como el beato Junqueras o el propio Torra), nos dan cierta grima los seres bajitos y renegridos que infestan la península ibérica. Tal como está el patio, la caza del infra hombre con monises resulta prácticamente obligada para nuestros hoteles y restaurantes. Urge, pues, elaborar una campaña publicitaria para atraerlo, y yo me muero de ganas de verla: la premisa es muy prometedora, pues consiste en recurrir a los valores emocionales que, según la Gene, nos unen a esa patulea de uñas negras que nos oprimen y no nos dejan ser quienes realmente somos.
España obligará a guardar cuarentena a los viajeros internacionales / EP
Hace falta cuajo para hablar de valores emocionales cuando te has pasado la vida ofendiendo a aquellos con los que, en teoría, los compartes, pero parece que a nuestro gobiernillo le sobra desfachatez y está dispuesto a demostrarlo, aunque haya que montar una campaña modelo Bienvenido, mr. Marshall. ¿Habrá también cancioncilla seductora?: “Hola, españoles, os recibimos con alegría. Viva el tronío de ese gran pueblo con poderío”…y así sucesivamente. ¿Hasta donde llegará la hipocresía de la propuesta? Intuyo que lejos, pues no se puede reconocer públicamente que solos nos interesa el dinero de nuestros vecinos, que es con su parné con el que sentimos esos vínculos emocionales de los que hablamos, aunque eso ya se haya visto dentro de Cataluña con la actitud que los naturales del Ampurdán o la Cerdaña adoptan ante los barceloneses, esa chusma procedente de Can Fanga a la que se esquilma sistemáticamente sin mostrar vínculos emocionales de ningún tipo.
Pero la relación sado maso entre provincianos y urbanitas está muy arraigada entre nosotros y no puede compararse con el esfuerzo de hipocresía que va a tener que hacerse para simular que se aprecia a los españoles cuando solo se aspira a pillar su dinero. No sé si Torra y su gobiernillo se van a disfrazar de andaluces, como los del pueblo de la película de Berlanga, pero algo habrá que hacer para convencer a los ciudadanos del Estado Español de que se van a sentir muy a gusto entre nosotros. ¿Se darán instrucciones a los alcaldes para descolgar las esteladas y las pancartas solidarias con nuestros presidiarios de mayor postín? ¿Se desaconsejará plantar cruces amarillas en la playa para no arrebatar más arena a los forzosamente espaciados bañistas? ¿Se sugerirá a los graciosillos del régimen que dejen de reírse del vecino desde TV3 y Catalunya Ràdio? ¿Empezarán los Tele Noticies a hablar de España en vez de insistir en lo del Estado Español? La verdad es que son muchos sacrificios juntos y que se corre el riesgo de que no sirvan para nada. Humillarse con afán de lucro es una cosa, pero que te envíen al carajo aquellos a los que pretendías engatusar con un repentino afecto basado en vínculos emocionales es hacer el ridículo por partida doble: no hay nada peor que bajarte los pantalones para descubrir que nadie muestra el menor interés por tu orto.
En fin, si la cosa sale mal, siempre queda la actitud de la zorra ante las uvas en versión catalana, o sea, pasivo agresiva: una vez más, el vil Estado Español habrá rechazado la mano tendida de la Cataluña catalana y su legendaria actitud dialogante. O les sacamos los cuartos o volvemos a ponerlos de vuelta y media. Ellos mismos.