Laura Borràs quiso ser un problema grande (dada su anatomía, no podía serlo pequeño ni queriendo) para el perverso Estado español, pero solo ha logrado convertirse en una molesta piedra en el zapato del Gobierno catalán, que inicia el curso político abordando de nuevo el cese de la Geganta del Pi como presidenta del Parlamento regional, ya que se muestra renuente a abandonarlo, sigue comportándose como si aún lo ostentara y aprovecha, en fin, cualquier situación para darse aires y hacerse notar.

No hace mucho la vimos departiendo alegremente con los hooligans del procesismo que acudieron a reventar el acto de homenaje a las víctimas del atentado terrorista en Las Ramblas de hace cinco años. Y ahora, como si no acumulara suficientes clavos en su ataúd, parece dispuesta a añadir uno más con su repentina solidaridad hacia el mosso Donaire, personaje pintoresco donde los haya del inframundo lazi.

Albert Donaire es conocido (bueno, tampoco mucho, más bien es un sujeto de cierto interés para eruditos del prusés, sean estos voluntarios o involuntarios, como es mi caso) por sus constantes proclamas independentistas y por su tendencia a señalar con el dedo (e insultar, si se tercia) a todo aquel que no comparte sus, digamos, ideas sobre lo que tiene que ser Cataluña.

Dada su condición gay, en cuanto alguien le lleva la contraria o se lo toma a pitorreo, la utiliza para acusar de homofobia al que pretende ponerle en su sitio (que tampoco se sabe muy bien cuál es, aunque yo diría que alguien como él no debería estar en ninguna policía del mundo ni ser autorizado a llevar un arma).

Nos ha pasado, entre otros, a Albert Soler y a un servidor de ustedes, pese a que la condición sexual del señor Donaire nos trae sin cuidado y lo que nos irrita de él es su intolerancia, su fanatismo y, digámoslo claro, su profunda estupidez. Si fuese heterosexual, sentiría hacia él el mismo desprecio que me inspira ahora. Por mí, puede hacer lo que quiera con su trasero y hasta apuntarse a la próxima reunión de yeguas y potros que tendrá lugar en Barcelona a primeros de octubre (pero, eso sí, Albert, cuidadito con la viruela del mono). Es su intento de compatibilizar la pertenencia a un cuerpo policial con su delirante fanatismo racista lo que no me acaba de parecer bien.

Evidentemente, como es un bocazas muy dado a esparcir su veneno por las redes sociales, nuestro hombre ha acabado teniendo problemas con sus mandos, quienes ya le han abierto unos cuantos expedientes. Pero él dice que el director de la policía autonómica, Pere Ferrer, le tiene manía y utiliza al departamento de asuntos internos para amargarle la vida. De ahí que pretenda llevar a juicio a la mano que hasta ahora le ha dado de comer, acusando a la policía autonómica de prevaricación.

Para hacer realidad sus planes judiciales, Donaire necesita un dinero que no tiene, así que ha decidido pedírselo a los patriotas de su cuerda que lo consideren una víctima del sistema autonómico. Y ahí es donde entra Laura Borràs en su papel de liante máxima: a la cesante le ha faltado tiempo para lanzarse a promocionar el peculiar crowdfunding del agente caído en desgracia (por su propia culpa) y ya ha logrado que se retrate Marta Madrenas, alcaldesa de Girona, una señora que en cuanto a intolerancia, racismo y fanatismo no tiene nada que envidiar al mosso Donaire.

De esta manera, Borràs pretende matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, le echa una mano a un compañero de filas (Donaire se presentó por Junts en unas recientes elecciones) y, por otro, la emprende contra la policía autonómica, que es la que empezó a investigar sus trapis con el amigo Isaías de cuando estaba al frente de la Institución de las Letras Catalanas y que, caso de demostrarse, le van a granjear la inhabilitación y puede que hasta el talego en el juicio que tiene pendiente al respecto. Es obvio que el pobre Donaire solo le sirve para, con perdón, seguir jodiendo la marrana, pero en Can Borràs se aprovecha cualquier desecho de tienta con sal de seguir dando la matraca y perseverar en lo que el refrán aconseja hacer cuando te queda poco tiempo en el convento.

Donaire no es un ejemplo de coherencia, precisamente. Cada vez que se ha visto ante un juez español, le ha hablado en un castellano muy correcto que nadie sabía que hablara. Cuando necesita dinerito fresco para demandar a los que se han tirado años alimentándole de forma incomprensible, se dedica a poner el cazo entre las víctimas susceptibles de llenárselo.

Su futuro profesional no se adivina muy brillante, como el de Borràs, así que está obligado a sacar lo que pueda del presente, que es lo que también hace la gigantona cesada mientras espera pacientemente a que la inhabiliten. Y la política catalana asiste a una nueva versión nostrada del Dúo Sacapuntas (o, más bien del Dúo Sacacuartos). A falta de peones con mayor fundamento, Borràs se ha visto obligada a recurrir a un sujeto más bien irrelevante del que solo puede aprovechar su probada mala uva y sus ganas de liarla: menos da una piedra, ¿verdad, Laura?