No conozco a un procesista más discreto que Josep Lluís Trapero, exmandamás de los Mossos d'Esquadra actualmente destinado a un trabajo burocrático de esos que consisten en redactar informes y dar tamponazos. A diferencia de la mayoría de los amotinados, Trapero se esfuerza en mantener un perfil bajo, en pasar desapercibido y en no hacer nada que pueda contribuir a incrementar su condena cuando finalmente lo juzguen. Se le propuso entrar en política y dijo que no, gracias. Se le pensaba rendir un homenaje el próximo día 17 --se suponía que cientos de procesistas le darían la espalda al rey luciendo en la parte posterior de la cabeza una careta con la cara de Trapero--, pero ha preferido declinarlo. Me temo que el hombre es cada día más consciente de su metedura de pata del 1 de octubre y que si pudiera volver atrás en el tiempo, su actitud sería muy diferente.

Hay que reconocer que no lo tenía fácil. Los procesistas lo habían convertido en un héroe tras los atentados del 17 de agosto. Y él había dedicado toda su carrera a medrar, culminando su servilismo nacionalista el día que se plantó en la casa de Pilar Rahola en Cadaqués luciendo una camisa hawaiana de mercadillo para cocinarle una rica paella a Puigdemont e interpretar algunos temas a la guitarra. Seguramente, el major Trapero hubiese preferido que la cosa se quedara en un acto íntimo del que no se enterara el populacho, pero entre las muchas virtudes de Pilar Rahola no figura la discreción; por lo que a la cheerleader en jefe del prusés le faltó tiempo para colgar las fotos del encuentro en las redes sociales, sin que la gente, por cierto, se indignara en exceso. Si al jefe de la policía española se le hubiese ocurrido hacerle una paella a Mariano Rajoy en la segunda residencia de Paco Marhuenda, todos habríamos puesto el grito en el cielo, ¡y con razón!, pero ya se sabe que el servilismo catalán es digno y democrático, mientras que el español es abyecto y franquista.

El día del referéndum, Trapero tuvo que elegir entre mantenerse fiel al señorito o respetar la ley. Se equivocó y optó por lo primero. Los mossos deberían haber ocupado los colegios electorales la noche anterior, pues todo policía sabe que es más fácil defender una posición que tomarla por asalto, pero en vez de eso, la policía autonómica contribuyó al caos de la jornada con su dejación de responsabilidades y le pasó el muerto a la policía nacional para que se encargara de repartir unos porrazos que podrían haberse evitado de ser otra la actitud del señor Trapero.

Va a pagar por eso y lo sabe. El medro tiene unos límites que no supo o no quiso ver, y ahora es consciente de que su carrera policial está acabada y que, probablemente, va a pasar unos añitos a la sombra por colaborar en la sedición. Solo le queda confiar en una condena suave y no piensa hacer nada que pueda endurecerla: ni caretas, ni fotos, ni homenajes ni hostias. Otros han optado por subirse a la parra, por el proverbial de perdidos, al río, pero él no. Probablemente porque tenía más de arribista que de procesista: siempre es mejor acabar de segurata en un Bon Preu que tirarse un montón de años a la sombra, ¿no es cierto?