En España, el nacionalismo siempre ha encontrado un buen punto de apoyo en la clerigalla. Recordemos a Franco (solo un momento, por favor), un hombre que, por no ser, no era ni un genuino fascista, sino un simple reaccionario de tendencias chusqueras que dirigía un país como el que lleva un cuartel (a falta de ideología, tuvo que recurrir a Falange y al catolicismo). Los nacionalistas periféricos, para no ser menos, también han echado mano de la iglesia siempre que les ha convenido. En Cataluña no se ha llegado a las cotas del País Vasco, donde el cura de la parroquia se encargaba personalmente de que los chavales más tontos del pueblo se metieran en ETA, pero siempre se ha tenido muy presente al clero por su labor supuestamente evangelizadora.

De ahí que el monasterio de Montserrat haya recibido durante los últimos años una pasta gansa procedente del erario público y actualmente sometida a escrutinio legal. O que el beato Junqueras aspire a trabajar en el archivo de los monjes cistercienses de Poblet. Aunque todavía hay clases: los de Montserrat están mejor vistos que los de Poblet por nuestras autoridades incompetentes, como se deduce de la diferencia en la cantidad de sopa boba que reciben unos y otros. Parece que Montserrat se compromete más con la causa independentista, como si en Poblet floreciesen los librepensadores y los filósofos transnacionales, y que se le pueden perdonar pecadillos de antaño, como haber dejado entrar bajo palio a Franco en el monasterio o acoger en su catalana tierra los cadáveres del Tercio de Montserrat (junto a los cuales, por cierto, se le podría haber hecho sitio al Caudillo para su descanso definitivo; las visitas de admiradores y detractores, previo pago de su importe, habría representado una notable entrada de ingresos para los monjes, que así podrían dejar de vivir a costa de ese dinero público que los nacionalistas gestionan con tanta generosidad y siempre en la misma dirección).

Durante los últimos cinco años, dos millones de euros del contribuyente han ido a parar a Montserrat, mientras que Poblet se ha debido conformar con menos de uno (culpa suya, por mantenerse en una especie de catalanismo intelectual mientras Montserrat basa su éxito en la sobreactuación, ayer con Franco y hoy con los indepes). 

Mientras los monjes de Montserrat pasan por nacionalistas de piedra picada (entre otras lacras sobre las que no me extenderé aquí, pero que están en la mente de todos), los de Poblet parecen ir de intelectuales, y eso con el nacionalismo siempre se acaba pagando. Puede que para hacer méritos le ofrecieran un puesto de archivero al beato Junqueras, pero el cargo está en el alero. ¿Motivos? Bueno, resulta que el patronato del monasterio está presidido honoríficamente por el rey de España y que a este no se le ha preguntado si Junqueras es su presidiario favorito para el trabajo de archivero. Además, el archivo de Poblet contiene los legajos de Josep Tarradellas, a los que el beato tendría acceso: ya hay quien se lo imagina comiéndose las páginas que los buenos catalanes no deberían leer jamás por su propio bien (todo parece indicar que el archivo Tarradellas contiene material susceptible de crear polémica entre los nacionalistas). 

Quizás haya que llegar a una solución de compromiso. Como algún extraño motivo que solo entienden los indepes lleva a que Junqueras no ejerza de presidiario full time, tal vez bastaría con ponerle un hábito y mantenerlo alejado del archivo, permitiéndole rezar sin tasa, tocar las campanas (si las hay, que lo ignoro) y participar con entusiasmo en los maitines y demás actividades que alegran la vida del patriota meapilas. Y sí, también podríamos dejarlo en el talego, cumpliendo su bien ganada condena como cualquier hijo de vecino, pero así no se trata a un chupacirios del régimen, ¿verdad?