Hace unos días, durante el almuerzo semanal que celebro desde hace años con un viejo y querido amigo, el susodicho deslizó un comentario que me hizo ver que ciertas sospechas que alimentaba desde hacía tiempo no eran producto de mi imaginación calenturienta: ¿Te has fijado en el bonito mullet que luce Jordi Cuixart, el de Òmnium Cultural?
¡Pues claro que me había fijado! Pero pensaba que lo interpretaba mal, que un cerebro del independentismo como el señor Cuixart no podía llevar ese peinado que triunfó en los 70 y los 80 entre las capas más simples y cerriles de la sociedad occidental. Para los que no sepan de qué les hablo, diré que el mullet (o mollete, en argot español) es el peinado que lucía David Bowie a principios de los años 70, por la época de Aladdin Sane y Pin Ups, y cuya autoría se adjudica a su lamentable esposa de la época, Angie. Bowie abandonó rápidamente esa ofensa estética consistente en llevar el pelo largo por arriba y por abajo, pero muy corto en las sienes.
El mullet no llegó nunca a la política, lo que hace de Cuixart un valiente y un visionario. Reivindicar en solitario un peinado horrible hace de Jordi Cuixart un hombre libre y un serio aspirante a influencer
El peinado derivó hacia los grupos de heavy metal y una parte del colectivo de camioneros y alcanzó gran popularidad en Alemania, sobre todo entre los grupos del género Heimat (folk electrificado para cervecerías), que así sumaban un espanto más a sus pantalones cortos con tirantes y sus gorritos ridículos. En una extraña pirueta conceptual, el mullet recaló en la música country, teniendo a su mejor representante en la egregia figura de Billy Ray Cyrus, autor de un único éxito (Achy breaky heart, versionado en español por el inolvidable Coyote Dax) que lleva años viviendo a costa de su hija Miley, ídolo de adolescentes.
El mullet no llegó nunca a la política, lo que hace de Cuixart un valiente y un visionario. Hasta su aparición fulgurante, la parte psicoestética del prusés la aportaba en exclusiva la CUP, con las camisetas de manga corta encima de las de manga larga, los vaqueros con peto (Eulàlia Reguant), el bañador churroso para acudir al lugar de trabajo (Josep Garganté) y el olisqueo en público del propio sobaco (Anna Gabriel). Reivindicar en solitario un peinado horrible hace de Jordi Cuixart un hombre libre y un serio aspirante a influencer. Cómo llegó al mullet semejante cebolludo es un enigma que no desmerece su vocación de estilo ni un coraje estético incuestionable: para reivindicar el mollete en 2017 hace falta tenerlos de titanio.