El otro día, Oriol Junqueras dio una conferencia por personas interpuestas: cuatro procesistas de campanillas leían su discurso mientras un holograma del beato parecía bendecirlos a todos. Me alegra que la alta tecnología haya llegado al independentismo, pues hasta ahora los hologramas se reservaban para seguir ordeñando a cantantes muertos como Roy Orbison o María Callas, siendo Junqueras el primer político local en recibir el tratamiento digital. Además, con un presidente de la Generalitat fugado y un sustituto difuso, el añadido de un holograma interna definitivamente a Cataluña en el territorio de la ciencia ficción: a modernos no nos gana nadie.

El holograma no estaba para bromas y la emprendió, sin citarlo, contra su némesis de Waterloo. El que le dijo que ya se verían el lunes y, acto seguido, se metió en el maletero de un coche y llegó a Bélgica arrugado y más despeinado de lo habitual. Dijo el holograma que se sentía muy orgulloso de haber dado la cara ante la justicia y que nadie que se respete un poco debería darse el piro en sus circunstancias. Y el que quiera entender, que entienda.

Puchi, por su parte, le había contraprogramado con una visita a Dublín en la que también pronunció una conferencia: cuando estás suelto, ¿para qué quieres un holograma? Una nueva manera de hacerle la puñeta al beato Junqueras, al que, gracias a él y a su acto de desaparición digno del gran Harry Houdini, no le van a levantar la prisión preventiva jamás, algo en lo que el de ERC ha reparado convenientemente y que parece sacarle de quicio. Normal: asistir desde el trullo a las maniobras de un fugitivo para cargarse tu partido y subsumir en su nueva ocurrencia al que se supone que es el suyo es para cabrear a cualquiera, aunque seas un meapilas convencido de que arrancarte a cantar el Virolai es mano de santo para acceder a la libertad.

En esta pugna entre Puchi y el beato Junqueras, Quim Torra se va desdibujando como supuesto líder. Y mira que no para de trabajar: acaba de aprobar la creación de una guardia pretoriana para él y para los expresidentes de la Gene y, al mismo tiempo, ha dado luz verde a la creación de una oficina para la reforma horaria, que no sé si consiste en hacer realidad los sueños de Fabián Mohedano --que todos cenemos a las siete y nos vayamos a la cama a las diez-- o en adoptar un nuevo huso horario para Cataluña, en cuyo caso desaconsejo acogerse al de Londres o Lisboa --una hora menos que el continente-- porque los catalanes estamos tan adelantados que debemos reivindicar una hora más. Ya que la independencia no parece inminente, ir una hora por delante de España sería una inyección de autoestima que, además, justificaría aún más esas informaciones de TV3 que hablan de la hora catalana.

Junqueras ya no puede más con Puigdemont, pero todavía hay quien exige su investidura presidencial: para eso sí que vendría muy bien un holograma, que podría hacer doblete presentándose al juicio de Madrid y cantando el Virolai con la voz de Empar Moliner.