En la Cataluña procesista no hay manera de tener la fiesta en paz ni el día en que empieza a administrarse la vacuna contra el coronavirus. Lo acabamos de comprobar con la indignación manifestada en las redes sociales por algunos lazis a los que no les ha parecido nada bien que la primera persona en recibir la inyección en SU país haya sido una señora de Orense de 87 años llamada Josefa Pérez. TV3, que es de una gran generosidad con el primer bebé del nuevo año, al que otorga la nacionalidad nada más llegar al mundo (aunque suela llamarse Mohamed o, aún peor, Borja Mari), no habló de Josefa como la primera catalana en ser vacunada, sino de la primera persona inyectada en Cataluña: parece que nacer en el paisito pesa más que llevar toda la vida aquí, sobre todo si no se ha aprendido la lengua de Verdaguer, como es el caso de la señora de Orense. TV3 lo dejó ahí, pero los patriotas de Twitter y Facebook ya se encargaron de elaborar un poco más el mensaje, cada uno a su manera, evidenciando su racismo progresista con mayor o menor desenvoltura.

Los más moderados se quejaban de que hubiesen empezado la vacunación con una señora que no hablaba catalán, pues se debería haber tenido en cuenta que esa mujer sería entrevistada en televisión y tendría el descaro de hacerlo en castellano (si lo llega a hacer en gallego, igual se salva, pero nos topamos con una traidora por partida doble). Un tuitero aseguraba que no tenía nada en contra de que se vacunara a doña Josefa, pero que se la podría haber hecho esperar un poco y empezar por una iaia nostrada que no nos hiciera pasar vergüenza a la hora del TeleNotícies. Otra lamentaba la desgracia nacional de que en la puerta de la residencia donde mora la gallega hubiese un letrero en el que, en vez de poner Bon Nadal, ponía Feliz Navidad (¡si es que nos pasamos de tolerantes con la charnegada!). A un tercero le había bastado con la aparición de doña Josefa para llegar a la conclusión de que el paisito se está yendo al carajo (lo cual es cierto, pero por culpa de gente como él). Solo faltaba que alguien preguntara, de forma retórica, si es realmente necesario que se vacune a los castellanoparlantes, lo cual me lleva a preguntarme dónde se meten Santiago Espot y el mosso Donaire cuando se les necesita.

En un arrebato de humanidad, nuestra más alta autoridad, Pere Aragonés, se hizo el sueco y se acercó a la residencia a saludar a la afortunada, que iba en silla de ruedas, así que le bastó con una leve inclinación para que su rostro quedara a la altura del de la señora de Orense. ¿Aprovechó ese momento para decirle a la maldita vieja que a ver si aprendía catalán de una puñetera vez antes de diñarla? ¡No! Se limitó a cruzar unas palabras con ella y no sabemos en qué idioma. Como haya tenido la ocurrencia de hablar en castellano con la ancianita, ya puede darse por muerto en las próximas elecciones para los indignados de Twitter (aunque enfoqué la trompetilla hacia el televisor, no pude distinguir el idioma en que se desarrollaba la breve charla).

Contra lo que puede parecer en ocasiones, la locura no está tan extendida en Cataluña como para convertir las palabras de una señora gallega en una nueva versión del discurso del rey del 3 de octubre del 17. De hecho, la cosa se ha reducido a una (discreta) negación de nacionalidad por parte de TV3 y unos cuantos exabruptos demenciales en Twitter, pero no deja de ser significativo que, hasta a la hora de repartir vacunas, haya quien conceda importancia al origen y el idioma de los beneficiados. Si lo hicieran los de Vox (¡los españoles primero!), los pondríamos verdes con toda la razón del mundo, pero si lo hacen los lazis, con su dominio habitual del tono pasivo-agresivo, siempre hay quien los entiende porque, claro está, sufren tanto como los pobres burgueses oprimidos de la canción de Alfonso de Vilallonga.