Ya lo decían aquellos pedigüeños que se colaban en el metro a ver qué caía: "Es muy triste tener que pedir, pero es peor tener que robar". Era una fórmula eficaz, pues te permitía colegir que si no les dabas algo por las buenas, igual se veían obligados a arrebatártelo por las malas, y la pinta de algunos disuadía bastante de plantarles cara.

Tiene que ser muy humillante creerte Moisés y que una pandilla de piojosos utópicos la tomen contigo y te digan que no eres la persona más adecuada para guiar a tus compatriotas hacia la libertad

La otra tarde, en el Parlament, durante su patético discurso en pro de la ansiada investidura, Artur Mas recordaba poderosamente a los pedigüeños del metro, pero carecía de su poder de intimidación (aparte de que los suyos ya han robado a mansalva). En su caso, era la viva imagen de ese dicho anglosajón que reza "Beggars can't be choosers" ("Los mendigos no pueden elegir"). Por mucha chulería que le echara, asegurando que el Prusés se va al carajo sin su augusta presencia, lo único que hacía era suplicar a los de la CUP que le dejaran acceder a la poltrona presidencial; por el bien de la patria, claro, ya que él carece de ambiciones personales y solo un gran sentido de la responsabilidad le ha llevado a ser la voz de un pueblo.

Si no fuese por el daño que ha hecho, Artur Mas hasta podría haber inspirado compasión con su jeremiada. Tiene que ser muy humillante creerte Moisés y que una pandilla de piojosos utópicos la tomen contigo y te digan que no eres la persona más adecuada para guiar a tus compatriotas hacia la libertad. Pero como la dignidad es un lujo que no te puedes permitir, pues ahí estás, mendigando un cargo a gente a la que desprecias y que te detesta, como demuestra la CUP ofreciéndote un papel simbólico, como de Reina Madre sin poder alguno (ya solo falta que te propongan como Señora de los Lavabos del Parlament), o sugiriendo a Raül Romeva para el cargo, que para algo lo pusiste de número uno en la lista de Junts pel Sí.

Estamos asistiendo a un espectáculo sadomasoquista de mucho fuste, pero el Esclavo tiene que afinar su actuación: suplicar y blasonar a la vez es imposible, ya que los mendigos no pueden elegir y las personas imprescindibles no necesitan mendigar. En cuanto al Ama, hay que reconocer que interpreta a la perfección su papel de estricta dominante: quedo a la espera de su próxima maniobra de humillación, convencido de que no me decepcionará pese a lo alto que ha puesto el listón.