Nunca creí que algún día me vería obligado a salir en defensa de Ana Rosa Quintana. No la conozco personalmente, no veo sus programas y no he leído aquel libro que le escribió su excuñado. Mi única relación con ella fue por persona interpuesta, cuando una redactora de su revista me llamó hace años para pedirme un artículo: cuando le pregunté cuánto pagaban, me informó de que no tenían por costumbre remunerar a los colaboradores, que bastante tenían con el tronío que otorgaba colaborar en la revista de Ana Rosa. Tras alegar que no tengo por costumbre trabajar gratis --algo que puedo llegar a hacer, pero nunca para alguien que gana una pasta gansa, como Ana Rosa--, me despedí amablemente de quien me hacía tan maravillosa propuesta y ahí acabó todo. Igual si le llego a decir que sí, acabo accediendo a un mundo de lujo y glamur y dejo de ser un pelagatos, pero no lo vi muy claro.
Ahora Ana Rosa se ha convertido en la bestia negra de los nacionalistas porque en su programa aparecieron los patéticos mensajes de móvil que Puigdemont le enviaba a Comín. Como el tonto del dicho, el que le señalas la Luna y se fija obsesivamente en el dedo, varias lumbreras del periodismo procesista la han tomado con ella, destacando especialmente el inevitable martillo de herejes Toni Soler y la voluntariosa promesa del independentismo audiovisual Laura Rosel (¿no creen ustedes que falta una ele al final de ese apellido?), una mujer que presenta el Preguntes freqüents de TV3 con una camiseta con el careto de Puigdemont, maniobra patriótica que roza el servilismo, pero que debe salirle muy a cuenta.
El martillo de herejes del independentismo Toni Soler y la voluntariosa promesa Laura Rosel la han tomado con Ana Rosa Quintana por revelar los patéticas mensajes de Puigdemont
Toni Soler la emprendió con Ana Rosa hablando del bótox que, supuestamente, se inyecta la interfecta. Un comentario tan machista como desagradable que no ha merecido hasta ahora la menor censura por parte de los buenos catalanes. El hombre ya se cubrió de gloria con su pregunta retórica sobre si se podía considerar un delito de odio el desear que un camión atropellara a los jueces del Tribunal Supremo, pero su natural boquirroto le conduce indefectiblemente al rebuzno, ya sea en Twitter o en TV3.
A Laura Rosel la enviaron a Madrid para que hablara con Ana Rosa y le lanzara unos cuantos dardos patrióticos envenenados, cosa que ella hizo con la obediencia y la disciplina que la caracterizan (unos días antes, había reñido a Inés Arrimadas por no dirigirse a las masas en catalán, y cuando ésta abandonó el plató, hizo que se materializara Pilar Rahola para ponerla de vuelta y media: ¡enhorabuena, Laura, vas muy bien encaminada para arrebatarle a Xavier Graset el cargo de Sicofante Máximo de la causa!). Evidentemente, ni Soler ni Rosel han hecho hasta ahora el menor comentario sobre los deprimentes mensajes de móvil del Querido Líder. Ni sobre el casoplón de 4.400 euros al mes en el que piensa (o igual no) instalarse. Es más patriótico (y más seguro) tomarla con Ana Rosa. O sea, matar al mensajero: un clásico.