El mal rollo entre el fugado Puigdemont y un amplio sector del PDeCAT es ya del dominio público. Desde la ejecución de Marta Pascal, las cosas han ido empeorando, y el caudillismo de Puchi y su constante desprecio hacia el partido que se supone que es el suyo --hace falta cuajo para abrir oficina propia de la Crida en vez de conformarse con el cuarto de las escobas del PDeCAT-- cada día sientan peor en la antigua Convergència. Algunos neoconvergentes tienen un pie en cada lado, y en ellos confía Cocomocho para llevarse el gato el agua y acabar convenciéndolos a todos de que Cataluña es él, algo que, hasta ahora, solo ha estado al alcance de un titán como Jordi Pujol. Si añadimos la manía que le tiene ERC y que crece de manera exponencial con cada día que el beato Junqueras pasa entre rejas, la posición del presidente legítimo se tambalea cada vez más: dicen que la distancia es el olvido y son muchos los que conciben esa razón.

Lo único que le falta al PDeCAT es un líder capaz de plantarle cara al escapista más brillante desde Harry Houdini, pero hasta ahora no aparecía. La situación, sin embargo, está cambiando de manera dramática, pues hay un joven cargado de futuro y de ilusiones que parece aspirar al cargo: Artur Mas, que últimamente se deja ver por todas partes y conspira todo lo que puede para salir del basurero de la historia al que le arrojó la CUP, aunque sea tirando de sus propios pelos, como el barón de Munchausen. El Astut, amigos, es incombustible. Puede que esté tieso de pasta y que el yate de este verano lo tuviese que sufragar su amigo Vilajoana, pero la inhabilitación se le acaba en unos meses y, como el de la ranchera, se muere por volver. Incluso se ha fabricado un personaje nuevo para la ocasión, el del político moderado y cabal que se siente obligado moralmente a poner en su sitio a su sucesor, ese radical que solo piensa en sí mismo desde su confortable mansión en Waterloo.

Viendo que los papeles se intercambian sin problema entre el independentismo --Junqueras va de sensato después de haber empujado al pusilánime de Puchi a la independencia, apoyado por los ruidosos sollozos de Marta Rovira, y que ERC hace de Convergència y viceversa--, el principal responsable del carajal que condujo a la aplicación del 155 se presenta ahora como el salvador de la patria. Sabe que en el PDeCAT se comenta en privado lo que aún no hay narices de decir en público: que a Puchi se le ha ido la olla lejos de la realidad catalana y que ha llegado a creerse que es el Caudillo de Cataluña por la Gracia de Dios. Y ahí está él para reconducir la situación que él mismo creó. Lo que Mas nos da, Mas nos lo quita, debe pensar mientras aspira a desactivar al sucesor que eligió a dedo (por no hablar de lo que les espera a los de la CUP como alcance sus objetivos, algo nada improbable en esta época de triunfo de la insania que vivimos actualmente).

El Astut se resiste a la jubilación. Por eso se reúne con empresarios y abogados y hasta va a la entrega del premio Planeta, esa empresa traidora y botiflera donde las haya. Por eso quiere volver a la primera línea de la política catalana. Él puso a Puchi de president para que se lo agradeciera eternamente y supiera estar en su sitio, pero el otro se ha subido a la parra, tiene vida propia y se pasa al partido por el arco de triunfo. No sería de extrañar que, cuando el ego y la chaladura de Puigdemont alcancen cotas intolerables, el Astut le plante cara --por patriotismo, claro está, no porque se aburra como una ostra en su pisito embargado de la calle Tuset-- y trate de cortarle la cabeza. Entre un cínico y un majareta, yo diría que la buena gente de Convergència acabará optando por el primero. El pugilato no ha hecho más que comenzar: ¡nos esperan grandes momentos!