Dejando aparte la condena que le pueda caer a Josep Lluís Trapero por su lamentable actitud durante el golpe del 1 de octubre de 2017, creo que sería pertinente escarmentar también al cuerpo en general. No puede decirse que la última decisión del portero de discoteca reciclado en consejero de Interior, Miquel Buch, al sustituir al jefe de los mossos d´esquadra por otro más soberanista y más dado a frotarse con el poder político pueda ser considerada un paso en la dirección adecuada. Tampoco lo es la guardia pretoriana de Torra, que desde que ya no es presidente suplente se nos ha venido arriba y pronto exigirá que le compremos un Mercedes blindado porque, dada su importancia en el orden mundial, su vida está en peligro, casi tanto como la de Puigdemont, que no sabe si lo va a secuestrar el CNI, el Mosad o el comando de los Navy Seals que se deshizo de Osama Bin Laden.

Todos sabemos cómo funcionan las cosas en el cuerpo policial autonómico. Se expedienta al agente que dijo que la república no existía, pero se anima al energúmeno de Albert Donaire para que siga soltando bilis en las redes sociales en su condición de versión uniformada de Toni Albà. Ahí se medra como en TV3 y Catalunya Radio, mostrando tu adhesión inquebrantable a los principios fundamentales del movimiento. Los desafectos al régimen, mientras tanto, optan por tocar las narices, como la cabo Inma Alcolea, a la que conocí no hace mucho y animé a seguir en esa línea, o por pedir el traslado a la policía nacional, sin conseguir que el ministro Grande Marlaska les haga mucho caso. Mejor así: lo siento, chavales, pero os toca quedaros y resistir, y además se me ha ocurrido una manera de que el cuerpo deje de ser la policía de una parte de Cataluña, como insinuaba al principio de este texto.

No sé si es necesario recurrir al célebre 155 para poner un poco de orden en la policía autonómica catalana, pero esa decisión no se puede retrasar mucho más, a no ser que al Estado español le divierta tener a 17.000 tíos armados que pueden ponerse en su contra si la insania de sus mandos va en aumento, lo cual no sería de extrañar. Los mossos merecen algún tipo de castigo por su actitud el día del seudoreferéndum, por mucho que obedecieran a sus mandos y que el trepa de Trapero se olvidara de las prioridades del buen arribista: entre la jerarquía nacional y la regional, siempre hay que optar por la primera, aunque el día de la paella en Can Rahola pareciera que bastaba con tocar la guitarra y echar el arroz a tiempo para acceder a un futuro glorioso. Gracias a la calculada inactividad de los mossos, los porrazos los tuvieron que repartir los policías españoles, que es lo que se pretendía desde un buen principio para alimentar el victimismo procesista.

El escarmiento definitivo sería chapar el cuerpo de policía autonómica. A muchos nos bastaba con la policía nacional y la guardia civil. Pero bueno, ya que lo tenemos, podemos conservarlo tras depurarlo convenientemente y convertirlo en una policía más o menos normal. Por eso propongo ponerlo a las órdenes del ministerio del interior español hasta nueva orden, como se hizo durante la aplicación del 155. O hasta que los mossos d´esquadra sean un cuerpo policial fiable que se olvide de la política procesista y solo piense en la ley y el orden, sin jefazos arribistas ni políticos fanáticos que repartan los cargos a dedo. Los actos tienen consecuencias, como se ven venir los políticos juzgados. La funesta jaimitada de los mossos también debería tenerlas, no creo que deban irse de rositas (amarillas). Y en cuanto a Buch, anda que no quedan discotecas en Cataluña para proseguir una brillante carrera que la política nunca debió interrumpir...