Observo complacido que Ada & The Pisarellos se han tomado con inesperado estoicismo la apertura de un club de estriptís al final de La Rambla. Me esperaba un discurso santurrón y seudo feminista sobre el asunto, así como la promesa (falsa) de intentar cerrarlo cuanto antes, pero se ha impuesto el silencio administrativo y nos hemos ahorrado una nueva lección de moralina como la que nos están impartiendo sobre la ampliación del MACBA -para Ada y sus secuaces, se trata de una lucha del pueblo en defensa de su derecho a la salud, cuestionado por la frivolidad de unos pijos insensibles que se sirven del arte contemporáneo para hacerles la puñeta a los barceloneses más desfavorecidos-, tema al que ya volveré cuando se resuelva, aunque aviso que estoy a favor de los supuestos pijos insensibles.

De momento, la supuesta polémica sobre el club de mala nota que supervisa Chiqui Martí, nuestra stripper más popular, nos la han ahorrado. Personalmente, creo que este club de estriptís debería ser el primer paso para convertir la parte final de La Rambla en una zona consagrada al vicio y el desenfreno. Focalizar la mala vida en un rincón concreto de la ciudad permitiría eliminar la peligrosidad en el resto, donde debería actuarse de manera implacable contra quienes se atrevan a rebasar el hábitat que la sociedad les ha reservado.

Bastaría con instalar un puesto de control, en la línea del viejo Checkpoint Charlie berlinés, por debajo del Liceo, punto de entrada al infierno en la tierra que sería el nuevo barrio. Los señoritos calaveras deberían firmar un documento en el que renunciaran a cualquier queja ante el ayuntamiento por lo que les pudiera pasar ahí abajo. La población civil, evidentemente, debería ser desalojada y resituada en otras zonas de la ciudad, como se pretende hacer por parte del patronato de la Sagrada Familia para que la basílica de Gaudí pueda extenderse sin límites. Un barrio rojo como Dios manda --con sus tugurios, sus furcias al aire libre, sus camellos, sus fumaderos de opio y demás-- atraería un nuevo tipo de turismo europeo que hasta ahora debe conformarse con el decadente escenario de Ámsterdam: nos llegaría gentuza a raudales que se dejaría la pasta en todas las ofertas de vicio variado de las que dispondrían, ayudándonos a recuperar parte de los monises que perdemos con chorradas como el prusés.

Después del club de strippers, tocaría reabrir Pensión Lolita y otros enclaves menos legendarios, pero igual de mugrientos. Puede que hubiese que cambiar de sitio la Universidad Pompeu Fabra (UPF) o reciclarla como unas inmensas Cuevas del Sado. El centro de arte Santa Mònica se podría alquilar para orgías de millonarios degenerados, y las oficinas de la Generalitat que hay enfrente darían para unos multicines porno.

Ahora que hemos descendido dramáticamente en la lista de las ciudades que más interés despiertan por su dinamismo, su atractivo profesional y su calidad de vida, tal vez ha llegado el momento de destacar por algo que se nos ha dado de maravilla desde los tiempos de La Criolla: el cultivo de la roña moral y sus posibilidades de lucro. Ya imagino los eslogans municipales de nuestro nuevo parque temático del vicio y el puterío: “¡Ámsterdam en el Mediterráneo! ¡Sodoma y Gomorra junto al mar! ¡Blade Runner en el corazón de una nación milenaria!”…Tengo que comentárselo al Tete Maragall, que suena insistentemente para alcalde.