El financiero mallorquín Juan March

El financiero mallorquín Juan March

Pensamiento

La banca industrial (3): March: de Transmediterránea a la Corporación Financiera Alba

A partir del contrabando, Juan March labró un imperio que abarcó banca, tabaco, energía, minerales, prensa y navieras

24 febrero, 2019 00:00

El contubernio de las brujas de Múnich, en 1962, simbolizó la primera gran ruptura del consenso franquista. Más de cien representantes e intelectuales vinculados a organizaciones políticas de oposición al régimen se reunieron en la capital de Baviera para expresar su disconformidad con la dictadura. En Madrid se había operado un cambio de turno ministerial, con la entrada en el Gobierno de Manuel Fraga Iribarne, Lora-Tamayo, Romeo Gorría, Gregorio López-Bravo o Pedro Gual Villalbí, ministro sin cartera y magra representación de los intereses de Cataluña. Aquel cambio definió la entrada del Opus Dei en el Pardo y supuso el primer paso al lado del General, con el nombramiento de Muñoz Grande (contraste de pareceres) en la vicepresidencia. También fue el año de la primera apertura a Europa, cuando el entonces ministro de Exteriores, Fernando María Castiella, firmó el acuerdo preferencial en Bruselas, semilla de la futura entrada de España en la CEE.

En el 62 se promulgó la Ley de Bases de Ordenación del Crédito, que marcaría el fin del statu quo bancario, y finalmente, en el mes de abril, se produjo el fallecimiento de Juan March, el gran financiero mallorquín, contrabandista, chueta y primera fortuna del país. Jaume Carner, ministro de Hacienda de la II República, describe al financiero como un hombre que no tiene amigos ni enemigos en la República, como no los había tenido en la dictadura de Primo de Rivera, ni en la dictablanda de Berenguer. Solo se cree “en posesión de la verdad”, resume Carner. Conviene recordar que una acusación del entonces ministro significó la cárcel para March y es obligatorio citar que salió del penal de Alcalá de Henares al cabo de poco tiempo, sin orden de excarcelación judicial, en coche con chofer y acompañado del director de la prisión, convertido en empleado.

Pero la enemistad de March con los políticos era muy anterior. Tuvo su momento más espinoso en 1921, cuando el Gobierno de Antonio Maura decidió disponer de todos los medios necesarios para acabar, a través de la flota de Arrendataria antes en manos de la inoperante Comandancia de Marina, con el contrabando de tabaco. Maura nombró ministro de Hacienda al regionalista Francesc Cambó, quien ordenó la compra de tabaco a gran escala para hundir los precios del tráfico ilegal en las ciudades del Protectorado de soberanía española de Ceuta y Melilla, vinculadas a la plaza de Argel, base de la organización contrabandista de March. El financiero respondió transportando tabaco escondido en las sentinas de los vapores de la Transmediterránea, encargados del cabotaje en la costa africana.

El emporio de March abrazó la industria desde el pecado original de su inmensa fortuna. Banca March se convirtió de carambola en una de las entidades delanteras de la banca industrial. Y hoy, Corporación Financiera Alba, propiedad de los nietos del financiero mallorquín, controla una de las carteras empresariales de mayor valor liquidativo.

Los March lo han sido todo. Fueron, no hace tanto, los mayores accionistas de la contratista ACS, presidida por Florentino Pérez, que hoy controla ya la mayoría del capital, tras superar la crisis de 2008 en la que los descendientes del financiero mallorquín vendieron gran parte de su participación. Solo una casualidad del destino ha impedido que Florentino y Juan March se conocieran personalmente. Ambos hubieran protagonizado una lucha titánica de tiburones financieros por el control de ACS y su joya alemana (Hochtief), solo que, en esta ocasión, hubiese sido dentro de los marcos estrictos de la ley, marcada por el rigor de las principales plazas financieras. De hecho, fue Florentino quien, tras la caída de los dioses de 2008 (Lehman Brothers y otros bancos), decidió apalancarse en miles de millones para adquirir Hochtief, una operación que  los March consideraron un riesgo excesivo. Aquel paso atrás de los descendientes del financiero y contrabandista fue respondido de inmediato por el fuego amigo de Florentino, un hombre que sabe ir restado sin mover un músculo del semblante.

Juan March había empezado por la prensa a levantar la argamasa de sus participaciones. Adquirió La Libertad, Informaciones y El Día. Este tercer periódico fue dirigido por otro mallorquín, Joan Estelrich, que mitificó la aventura de March, después de haberlo criticado duramente en otros periódicos; El Día se convirtió en la avanzadilla de la opinión colonialista y antiafricana, aun medio siglo después del desastre de Annual, la derrota española frente a las tropas de Abd-el-Krim.

Al finalizar la Guerra Civil española, March y uno de sus negros editoriales, el cronista Julio Camba, se habían hecho amigos. El financiero le prometió al plumífero (Ortega decía entonces que Camba era el mejor escritor español) una silla en la Real Academia de la Lengua. Camba le objetó: “¿Académico, yo? Mejor que me compre usted un piso”. Y March le alquiló de por vida una habitación en el Palace, delante del Palacio de las Cortes. No era una suite, pero sí un cuchitril gratuito en el hotel-escenario de la crónica política de España.

Cuando Cambó abandonó el ministerio en Madrid, Estelrich se fue con él a levantar la Fundación Bernat Metge. March se concentró en el naval y la metalurgia de la mano de Horacio Echevarría (Altos Hornos de Vizcaya) y vendió en Alemania grandes cantidades de piritas, cobre, hierro, plomo y otros minerales sorteando las prohibiciones de Weimar. Los minerales entraban sin pasar por aduana siguiendo órdenes de los jefes militares, que levantaban discretamente la industria de la guerra del Reich. Así empezó el financiero su último y más genuino arsenal de participaciones accionariales siempre opacas, que hoy hubiesen hecho las delicias de los investigadores del ranking de Forbes.

Con todo, la gran jugada industrial de Juan March no llegaría hasta 1948, cuando adquirió los activos de la Barcelona Traction, conocida popularmente por La Canadiense por su origen mercantil (fundada en Toronto, en 1911). Sobre estos activos levantó la actual Fecsa, convertida hoy en marca catalana de la gran eléctrica Endesa, malvendida al sector público italiano.

El modelo de banca industrial en Cataluña cuenta con ejemplos más aseados. Pero el caso de Juan March y su enorme influencia en la economía catalana y española resulta descollante. Hoy, Corporación Financiera Alba, la holding de los March, está muy lejos de los atrabiliarios momentos de su creador. El financiero, que nunca escondió su origen sefardí, se reinventó tras su paso por la cárcel y levantó un imperio hecho de billetes de banco, tabaco, energía, minerales, vapores transmediterráneos y dársenas. También dominó los negocios de la opinión, como dueño de importantes cabeceras. Vendió materias primas a Hitler y financió el levantamiento de Franco, pero muy pronto recuperó sus lazos en Londres y acabó su vida como un gran aliadófilo. Desapareció con el fin del statu quo financiero y legó su memoria a la fusión negocio-finanzas: los bancos industriales.