Hace cinco años algunos nos emocionamos con la victoria de Emmanuel Macron en un momento en el que proyecto europeo se encontraba en punto muerto tras el Brexit y Francia parecía que iba a embarrancar ante el auge de extrema derecha y los populismos de izquierdas. Entre tanto, los viejos partidos republicanos (conservadores y socialistas) iniciaban un viaje que hoy los ha llevado a su práctica extinción. La política es por definición decepcionante porque nunca se cumplen todas las expectativas y, sin embargo, lo esencial es no perder el camino principal, la dirección correcta de la historia.

El próximo domingo, Francia y Europa se enfrentarán a un grave peligro. Esta vez el margen entre el presidente saliente, Macron, y la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen, se ha reducido de manera considerable. El debilitado frente republicano ya no garantiza que no pueda haber una desagradable sorpresa en la segunda vuelta. Macron conserva, según todas las encuestas, media docena de puntos de ventaja, pero en realidad todo dependerá de lo que hagan los más de siete millones de franceses que votaron al izquierdista Jean-Luc Mélenchon, la mayoría de los cuales no responden a consignas partidistas por mucho que el líder de la Francia insumisa haya exclamado “ningún voto a Le Pen”. Como la política francesa ha quedado atrapada por los extremos, donde Macron es realmente la excepción, pero sin esa novedad y frescura que tenía hace cinco años, y con una gestión a la espalda que presenta lógicos claroscuros (solo hay que recordar el durísimo conflicto social de los chalecos amarillos, con 14 muertos), que Le Pen se alce con la victoria por la mínima es una posibilidad no tan pequeña. Cuando los estudiantes universitarios en la Sorbona o Nancy gritan “Ni Macron ni Le Pen”, como expresión de su enfado porque Mélechon no pasó a la segunda vuelta y juzgan demagógicamente que Macron defiende la Francia de los ricos, aparece el riesgo desde la izquierda de abonar la máxima del “cuanto peor, mejor”.

Se ha escrito mucho estas semanas sobre el hecho de que Le Pen ya no asusta, de su des-diabolización, por lo que muchos votantes ya no la ven como un peligro para el Estado de derecho, la democracia, y los valores republicanos. Cuando apareció el candidato más ultra de todos, Éric Zemmour, se dijo que para la aspirante del Reagrupamiento Nacional era una buena noticia. Y así ha sido. No le he quitado suficientes votos para evitar su pase a la segunda vuelta, aunque Mélenchon se quedó muy cerca, y ha logrado presentarse como una aspirante más centrada y respetable. Lo que ocurre es que cuando se rasca en el programa y en las ideas de Le Pen esa moderación es pura fachada.  El núcleo ideológico no pivota sobre la xenofobia y el racismo, como en tiempos del Frente Nacional, la formación de su padre, pero el suyo es un discurso igualmente ultranacionalista y antieuropeo. La nación francesa, que protege, frente a la globalización. En sus últimos mítines se dirige al votante que votó a Mélechon hablando de “pueblo contra la casta y la oligarquía”. Sus referentes internacionales son Trump, Orban, Bolsonoro, Salvini y, evidentemente, Putin, aunque ante tras la brutal invasión de Ucrania marque distancias con el autócrata ruso. Le Pen quiere sustituir la Unión Europea por una alianza de naciones, es decir, con ella se produciría una implosión del proyecto europeo. Sin duda, su victoria el próximo domingo sería la mejor noticia que podrían recibir en el Kremlin, una aliada en el núcleo de Europa, como lo prueba la propuesta de Le Pen de acercarse a Rusia como socio prioritario “cuando acabe la guerra”. A Macron se le acusa de ser un neoliberal desde la izquierda, cuando en realidad es un liberal social, aunque también se le reprocha un exceso de intervencionismo estatal. Macron es muchas cosas y ninguna al mismo tiempo. Pero indudablemente es un demócrata, un reformista que no duda en defender sus políticas a pie de calle, en una fábrica o en un hospital con datos y argumentos, y un dirigente con una idea potente sobre el papel de la Unión Europea en el mundo. Esperemos que el próximo domingo los equidistantes entre él y Le Pen sean los menos.