El análisis de los resultados electorales del 10N en Cataluña se ha centrado en destacar mayoritariamente dos hechos. Primero, la caída de ERC y el ligero auge contra pronóstico de JxCat junto a la entrada de la CUP, lo que refuerza las posiciones más intransigentes. El resultado global es que el independentismo mejoró su porcentaje (del 39,2% al  42,5%) y sumó un diputado más (de 22 a 23), aunque no obtuvo la mayoría absoluta de representantes que algunos vaticinaban al calor de la sentencia sobre el procés y de las protestas contra la misma. No hubo, pues, tsunami independentista. Y, segundo, el hundimiento de Cs hasta el último lugar del tablero político catalán, cuyas pérdidas parecen haberse repartido en partes bastantes similares hacia PP, Vox y la abstención. En cambio, el resultado del PSC se despacha habitualmente aludiendo a que repite como segunda fuerza con los mismos diputados, subrayando su fuerza en el área metropolitana, pero sin analizar determinadas debilidades que lastran su futuro. Veámoslo.

El PSC consolida el ascenso que experimentó en abril pasado pero a la baja, y sin poder arrebatar el liderazgo a ERC. Pese a que ha recortado la distancia en diputados, pues los socialistas han logrado retener 12 de ellos, mientras los republicanos han caído de 15 a 13, lo cierto es que el PSC ha perdido cuantitativamente más apoyos (172.000 votos, 20.000 más que los republicanos). Si en abril subió con más fuerza que el PSOE porque venía de más abajo (del 16,1% hasta el 23,2%), pero sin alcanzar la media del socialismo español (28,67%), ahora la caída de los socialistas catalanes es también superior. Las pérdidas globales del PSOE el 10N, incluyendo Cataluña, fueron solo del 0,67%, mientras el PSC retrocedió 2,7 puntos (del 23,2% al 20,5%). Si tanto en abril como en noviembre rivalizaba con ERC por la primera posición, en las generales de primavera le faltó empuje y ahora no ha podido compensar el incremento de la abstención con nuevos flujos de votos ni por su izquierda ni desde el flanco más constitucionalista.

En la reciente campaña electoral, el PSC ha tenido que adaptarse a un nuevo guión que nada tenía que ver con el polarizado eje derecha-izquierda de abril y no se ha sentido del todo cómodo con la estrategia de Pedro Sánchez de ir a la búsqueda del voto constitucionalista de centro. Ello ha beneficiado a los comunes, liderados por Jaume Asens, que han aguantado su posición, repitiendo los anteriores 7 diputados, mientras Unidas Podemos ha sufrido más por la abstención y el trasvase de votos hacia el PSOE. En Madrid, por ejemplo, el nuevo partido de Íñigo Errejón, Más País, ha logrado representación, básicamente a costa de la lista de Pablo Iglesias. En Cataluña, en cambio, la nueva formación no cuajó con un candidato desconocido de extraña trayectoria y el daño para los comunes fue marginal.

Pero lo sorprendente es que los socialistas no hayan logrado beneficiarse para nada del desastre de Ciudadanos, siendo como son el principal baluarte del constitucionalismo catalán ante una derecha “españolista” en horas bajas. En esta campaña electoral hemos visto al Pedro Sánchez más netamente antiindependentista con la propuesta estrella de reintroducir en el Código Penal la celebración de referéndums ilegales. Pero eso no ha bastado para recoger votos de Cs porque, por un lado, la desconfianza política hacia su persona, encarnada en un explícito antisanchismo, ha funcionado como barrera para el trasvase electoral en toda España y, por otro, porque el PSC de forma específica sigue sin lograr trasmitir firmeza constitucionalista y es visto en muchas ocasiones como sospechoso de propiciar una política de contentamiento hacia los nacionalistas. El recuerdo del tripartito sigue pesando mucho.

Los socialistas en Cataluña han obtenido un buen resultado, pero por debajo de sus expectativas y han perdido nuevamente la oportunidad de ganar a ERC en unas generales. Las elecciones del 10N han mostrado los límites del crecimiento del PSC, nuevamente a rebufo del PSOE. Si finalmente hay investidura de Sánchez con la abstención de los republicanos, al PSC se le añade un problema que puede hundir su relato: la idea de que esos votos prestados son a cambio de apoyar recíprocamente a ERC en la Generalitat en el próximo ciclo político. Evidentemente no existe tal pacto, entre otras cosas porque la política no se construye a tan largo plazo, pero es una acusación electoralmente desmovilizadora, complicada de desmentir, y que puede situar al PSC de nuevo en tierra de nadie.