La financiación de las universidades públicas, ya nada ejemplar antes de la generalización de los recortes, ha venido caracterizada, en los últimos años, como así se recoge en el reciente estudio presentado por el Observatorio del Sistema Universitario titulado ¿Quién financia la Universidad?, por la constatación de ingresos a la baja, una evolución dispar --según cada comunidad autónoma-- de los ingresos no financieros y de la financiación pública, y el aumento global --aunque también desigual según cada comunidad autónoma-- de los ingresos por precios públicos. Por si fuera poco, las diferencias de financiación en cada comunidad autónoma, en un contexto de recursos menguante, no solo no responden a variaciones del número de estudiantes, sino tampoco a diferencias apreciables en el PIB. Y todo ello sin olvidar también que la financiación de las universidades públicas españolas (también las catalanas) está muy por debajo de la media de la Unión Europea y de la OCDE.

Con estos mimbres, no puede más que causar sonrojo, por no decir indignación, que diferentes representantes de la clase política, de aquí y de allí, vengan repitiendo que la universidad pública española debe ser "competitiva". Es evidente y bien haría la universidad en asumirlo cuanto antes, pues tampoco faltan en ella quienes todavía viven en una realidad ficticia y autocomplaciente, que ésta debe reformarse tanto en lo relativo a sus estructuras académicas y administrativas como en relación a su forma de gobierno, rendición de cuentas y captación de ingresos. Ahora bien, esta necesaria concienciación interna de la universidad en modo alguno debe suponer obviar que ésta ha funcionado y sigue funcionando en condiciones de infrafinanciación más que alarmantes, gracias al esfuerzo de sus jibarizadas plantillas de profesorado y personal de administración y servicios, así como a los sacrificios económicos que, por la vía de la tasas y precios públicos, han terminado por recaer, injustamente, en las economías de los estudiantes y sus familias.

Sin una financiación pública suficiente, hablar de objetivos tan loables como la excelencia y la competitividad merece no solo una sonrisa de condescendencia para con la ignorancia sino también una enérgica crítica a los políticos

Ya es hora de afrontar un pacto de educación pública, también universitaria, guiado por el sentido común y en el que en el que ponga coto, de inmediato, huyendo de ideologías, no solo a una injusticia, como lo es que se exija "competir" a la universidad pública española con otros centros universitarios europeos, americanos y asiáticos, que sí disponen de una financiación e ingresos que en España y, por supuesto, en Cataluña, no avistamos ni de lejos; sino también a un peligro cada vez más cercano, consistente en exportar a la educación superior, desde luego mejorable, todos los defectos ya constatables en nuestra educación primaria y secundaria.

Sin una financiación pública suficiente, en modo alguno incompatible con la captación extra de otros recursos económicos, hablar como hacen algunos representantes políticos, de aquí y de allí, de objetivos tan loables como la excelencia y la competitividad, así como de una efectiva rendición de cuentas de los resultados obtenidos, merece no solo una sonrisa de condescendencia para con la ignorancia, sino también una enérgica crítica dirigida a quienes parecen incapaces de encontrar una solución que, en el momento presente, ya es algo más que urgente.

La subsistencia de la universidad pública de calidad no pasará por la autocomplacencia o el inmovilismo de sus integrantes. Ahora bien, ante el despertar de la fuerza que supone la concienciación de la mayor parte de su capital humano (estudiantes, personal de administración y servicios, y profesorado) en orden a la necesidad de introducir, sin renunciar a la tradición, ciertos cambios, que deberán ser absolutamente compatibles con la autonomía universitaria, el reforzamiento de las plantillas y su relevo generacional, y la reducción sustancial de los precios y tasas universitarios; parece llegada la hora de poner negro sobre blanco algunas verdades que bien debieran escuchar quienes, aun cuando sea de forma inconsciente, parecen captados por el lado oscuro de la fuerza que supone la visión empresarial, sin más, de la universidad. No hacerlo nos equipararía a aquellas autoridades, también en algunos casos puntuales académicas, que en este punto, por comodidad, optan por un reprobable silencio cómplice.