La condición de liquidez del presente la tenemos excelentemente teorizada por Zigmunt Bauman; en cuanto al mañana, ya sabemos su carácter impredecible, y más aún en los tiempos que corren; quizá por todo ello sea más fácil echar mano del pasado para despistar al personal, por más que vivir mirando atrás entrañe sus peligros: se puede tropezar incluso con un hueso de aceituna. Por eso, para llamar la atención de que quienes pensasen que el Parlament de Cataluña es una jaula de grillos o un lugar en el que nada se hace, nos ha sorprendido estos días con una rehabilitación de las brujas quemadas hace cuatrocientos años, allá por el siglo XVII.

Por más que pueda ser un acto de justicia histórica, puede sonar también a un guiño al electorado femenino en unos tiempos en que se avecinan unas elecciones municipales que apuntan a una competición entre mujeres como cabeza de lista de diversas y variadas candidaturas. A Elsa Artadi, Eva Parera, Àngels Chacón, Ada Colau… solo falta añadirle algunas hipótesis de trabajo: desde el rumor urbano de Eugenia Gay por el PSC, hasta vaya usted a saber quién por ERC: Elisenda Alamany, Marta Rovira o cualquier otra. Es la expresión electoral del devenir líquido: el futuro se escribe en femenino. O al menos es lo que parece.

Preocupado por la historia, sin necesidad de detenerse en 1714, el presidente Pere Aragonès se fue unos siglos más atrás para asegurar que aquello fue un “feminicidio institucional”. Admitamos que tiene razón, dado que aquello fue una barbaridad. El problema es que la historia pasada está repleta de barbaridades. Ya no solo por tratar de situar lo femenino en el ámbito del pecado, la perversión o la posesión. La verdad es que el asunto no es especialmente novedoso y enlaza incluso con cierta tradición reciente del feminismo. Ya hace unos años que un manifiesto franco belga reivindicaba a las brujas como símbolo feminista. Tampoco es casual, supongo, que la Generalitat haya premiado con ochenta mil euros a Judith Butler, promotora destacada de la teoría queer, partidaria de que el género y la sexualidad son una construcción social, que apoyó en su momento al independentismo catalán. Es de suponer que, dada la entrega y dedicación de nuestros gobernantes, esto ha sido pura casualidad y no tiene nada que ver con convocatorias electorales de tipo alguno.

Vaya por delante que, en esto de las barbaridades y el fanatismo de la humanidad, precedentes hay muchos y variados: desde los anabaptistas y la guerra de los campesinos alemanes liderada por Thomas Müntzer, hasta los judíos, árabes, cristianos conversos o republicanos españoles, por no ir más lejos. La literatura es incluso abundante en esto de las brujas y sus aledaños como víctimas de las sociedades patriarcales. Desde “Opus nigrum” de Marguerite Yourcenar hasta “Las brujas de Salem” de Arthur Miller, pasando por “Las brujas de Harlem” de Lou Carrigan, sin olvidar el personaje de “La Maga” en “Rayuela” de Julio Cortazar. O “Las brujas y su mundo” de Julio Caro Baroja. Hasta Francisco de Goya inmortalizó esta realidad en su serie “Asuntos de brujas”. Aunque tal vez nuestro caso más conocido sea el de las brujas de Zagarramurdi en Navarra, procesadas por la Inquisición en Logroño.

Estigmatizar a alguien cuando se ejerce el poder, puede ser tan sencillo como mutar el estado de derecho por el estado de ánimo, un terreno en el que algunos presentes parecen sentirse cómodos, sean comunes o republicanos: todo es cuestión de identificar un enemigo adecuado. En una guerra --bueno, en todas-- se mata al enemigo siempre en nombre del bien, puesto que el otro es siempre el mal. Así de sencillo: hay que eliminarlo y aplastarlo por esa simple razón. Total, servía simplemente la palabra de un vecino denunciante. Nada que ver, por supuesto, con una hipotética cacería de brujas animada por el independentismo frente a sus adversarios negacionistas. Aunque, ya se sabe, las fuerzas del mal pueden estar en cualquier rincón o esquina de la calle. En el propio Parlament, la diputada de la CUP, Basha Changue proclamó que la cacería de brujas no se puede entender sin hablar de capitalismo, puesto que aquellas mujeres “eran perseguidas porque molestaban el desarrollo del patriarcado capitalista”.

Quien quiera entretenerse, no tiene más que mirar la sesión del Parlament en donde la iniciativa inicial fue de ERC, Junts, Comunes y CUP pero contó con el respaldo del PSC. La verdad es que resulta difícil discernir si se trata de una cortina de humo para tapar las miserias de la coalición de Govern o un simple esfuerzo para eludir la gestión de la realidad cotidiana. Solo nos falta escuchar que esto sentará jurisprudencia universal. A ver cuál es la siguiente ocurrencia sobre rehabilitación de algún otro colectivo, sean incas, mayas, anabaptistas o albigenses. Después de todo, lo ocurrido en Inglaterra o centro Europa, sobre todo Alemania y Holanda, fue mucho peor: miles de mujeres acabaron en la hoguera. La resolución del Parlament invita también a los ayuntamientos a revisar su nomenclátor para incorporar a sus calles a aquellas mujeres.

El caso es que así vamos. Como si no pasara nada. Es mejor mantener la nostalgia del pasado. Aunque no hay peor nostalgia que añorar lo que nunca ocurrió. A fin de cuentas, el ómicron es como los pimientos de Padrón: unos pillan y otros no. La desgracia es que pasan cosas preocupantes, mientras se dedica el tiempo a echar la vista atrás, al pasado, y mejor cuanto más lejano.