En Cataluña se están transgrediendo los principios más elementales y básicos de cualquier democracia. Los graves incidentes sucedidos en varios actos de constitución de los nuevos ayuntamientos son un lamentable hecho de ello. Por su especial relevancia al tratarse de la capital catalana, se ha hablado y escrito mucho acerca de los violentos ataques, verbales e incluso físicos, sufridos en la plaza de Sant Jaume después de la reelección de Ada Colau. La alcaldesa, así como numerosos concejales de BEC, PSC y Cs, fueron increpados e insultados, recibieron una lluvia de objetos diversos y tuvieron que ser protegidos. Actos de la misma índole tuvieron lugar también en otros municipios catalanes, con el caso particularmente escandaloso de Sabadell con motivo de la elección de la primera alcaldesa de esta capital vallesana, la socialista Marta Farrés. Mucho más grave fue lo sucedido en Santa Coloma de Farners, municipio en el que nació el presidente Quim Torra y donde viven algunos de sus familiares, un par de los cuales –su hermana y su cuñada– tuvieron la desfachatez de interrumpir el acto institucional, descolgar el retrato de su pariente del salón de plenos y forzar una nueva reunión nocturna en la que quedó anulado el pacto acordado entre JxCat y el PSC.
Estos y otros incidentes acaecidos en otros consistorios catalanes demuestran hasta qué punto sectores significativos del movimiento separatista se han instalado ya fuera de los parámetros democráticos. Como suele ocurrir con los fenómenos políticos divisorios, esto es aquellos que se basan en la división de una sociedad en la separación entre “nosotros” y “los otros”, en su misma raíz subyace una irrefrenable pulsión totalitaria. Se trata del siempre acechante y peligroso huevo de la serpiente. Porque resulta que todos los incidentes que se han producido a raíz de la constitución de los nuevos ayuntamientos han tenido lugar en Cataluña y en todos los casos han sido protagonizados por grupos de secesionistas hiperventilados y exaltados, mientras las víctimas de estos sucesos han sido, también en todos los casos, representantes de grupos y partidos constitucionalistas.
Algo muy grave y preocupante sucede en una sociedad cuando, como ocurre en Cataluña, unos sectores políticos e ideológicos determinados aplauden que alianzas varias faciliten la elección como alcaldes de candidatos que no ganaron las elecciones municipales –como sucedió, por poner solo unos pocos ejemplos, tanto en Tarragona o en La Seu d’Urgell como en Badalona y en Castelldefels, en los dos primeros casos en detrimento de los dos candidatos socialistas vencedores, Josep Fèlix Ballesteros y Òscar Ordeig, y en las otras dos ciudades citadas contra los dos candidatos del PP asimismo vencedores, Xavier García Albiol y Manuel Reyes–, es rechazado y considerado del todo punto inaceptable, y por consiguiente boicoteado dentro y fuera de las sedes consistoriales y mediante potentes campañas de incendiaria propaganda en las redes y también en toda clase de medios de comunicación, comenzando por los públicos que pagamos el conjunto de los ciudadanos.
Lo que me parece más grave y trascendente, y sin duda es más alarmante y peligroso, es que han pasado ya varios días y no he oído ni leído que ni un solo dirigente separatista haya lamentado y condenado estos actos tan deleznables. Peor aún, he oído y leído lo que han dicho, entre otros, el mismísimo presidente vicario Quim Torra y también el frustrado alcalde republicano Ernest Maragall: ambos han coincidido en sentirse satisfechos por lo sucedido e incluso han venido a decir que eran de esperar respuestas de este tipo…
Quienes tanto se han llenado la boca durante todos estos años con su repetido lema de “esto va de democracia”, se saltan los principios democráticos cuando no les gustan, cuando no se ajustan exactamente a sus deseos y caprichos. Lo vienen haciendo de forma insistente y pertinaz desde hace muchos años, sobre todo lo hacen de manera sistemática desde el mismo inicio del procés, y siguen y seguirán haciéndolo mientras no se produzca una firme reacción cívica y social en defensa del Estado de derecho democrático y social.
En Cataluña vivimos con un grave déficit de conciencia y práctica democrática. El lenguaje político se ha pervertido y prostituido hasta límites inimaginables, a la manera de lo que sucede en todos los regímenes totalitarios. Por poner solo un único ejemplo: cuando se exige que el Tribunal Supremo “devuelva a la política” la causa abierta contra los principales dirigentes separatistas, se exige en realidad una absolución completa y general, y se plantea esta exigencia a sabiendas de que un tribunal de justicia solo puede dictar sentencias o resoluciones adecuadas a la legalidad propia de su Estado de derecho; y se plantea asimismo partiendo no solo del reconocimiento público de reiterados actos de desobediencia por parte de un buen número de los acusados sino del compromiso público de algunos de ellos que “lo volverán a hacer”, aunque, eso sí, sin llegar a precisar qué es lo que “volverán a hacer”, cuando tan inocentes se consideran a sí mismos.
Esto va de democracia, en efecto. Defenderla es y debe ser siempre la causa común de todos los demócratas. El huevo de la serpiente anida a menudo muy cerca. Demasiado cerca.