La industria es el sector que más determina la riqueza de una economía, entre otros factores por su efecto multiplicador, que dinamiza el empleo como ningún otro sector. La Unión Europea recomienda que en 2020 signifique al menos el 20% del PIB de los Estados miembros. Pero en España el peso de la industria retrocede año tras año. En el 2000 significaba el 18,7% del PIB, y ahora tan solo el 16%, es decir, en lugar de acercarnos al objetivo, nos alejamos. Algo que todavía es más grave si solo consideramos el PIB industrial manufacturero, tan solo el 12,6% frente al 16,2% en 2010.

Esta grave enfermedad afecta sobremanera a Cataluña, la primera comunidad autónoma industrial, que aporta el 23,48% del PIB industrial español, y cuya decadencia es igual o superior a la media nacional.

La lista de empresas que deciden cerrar plantas o incluso toda su actividad en nuestro país es demasiado larga. Cuando apenas se acaba de alcanzar un principio de acuerdo en Prysmian, conocemos la noticia de la planta de Continental en Rubí. Pero a pesar de hablar en ambos casos de cientos de trabajadores, solo significan la punta del iceberg. De momento, cerca de 5.800 trabajadores han perdido su puesto de trabajo en una empresa industrial en España en lo que va de año mediante un ERE, y seguro que los números de los 12 próximos meses serán bastante peores.

Mientras los políticos se miran el ombligo y solo aspiran a saber si los cierres se deben a deficiencias estructurales, a la inestabilidad o a los cortes de infraestructuras para echarse las culpas entre ellos, la vida se mueve por otros parámetros. Estamos ante un cambio de modelo productivo, y aunque hemos de hacer lo posible por retener, ahora lo importante es atraer a los nuevos actores, porque no son pocas las empresas cuya tecnología está quedando obsoleta.

Uno de los ejemplos más claros, que no el único, lo tenemos en el coche eléctrico. Su irrupción acelerada por políticos inconscientes como respuesta a directivos mentirosos pilla a media industria con el pie cambiado. Un 40% de piezas desaparecerán, requerirá un 30% menos de horas de montaje y la tecnología del grupo motor y su control será radicalmente diferente. La lista de empresas que hoy son fundamentales para fabricar un coche y que se quedarán obsoletas es enorme. Hay que trabajar aceleradamente para atraer a los nuevos actores. Contamos con un activo impresionante, el mejor, las plantas de montaje, que son el centro de un complejísimo ecosistema. España es el segundo país productor de vehículos en Europa, siendo solo el quinto mercado, lo cual es un milagro. Hay que evitar como sea que cierre de una sola de ellas, porque en su caída arrastraría a muchos proveedores. Y este es solo un ejemplo sectorial, la transformación radical de los productos y del modelo productivo alcanza a casi todos los subsectores.

No es tarea sencilla retener, pero menos aún atraer, en una gran competencia. Existe un movimiento generalizado para repoblar industrialmente los países de origen de las empresas, no solo es “America First” sino que Alemania, Francia o Italia van a redistribuir carga productiva para que sus centros sean los primeros ocupados y los más productivos. Una vez transformados los centros de sus países, decidirán dónde invertir y, seguro, que lo harán en menos lugares de Europa que ahora, porque el crecimiento está en Asia, Sudamerica y algún día en África. En cualquier caso, el primer mundo es atractivo, como demuestra la decisión de Tesla de instalar una planta en Berlín, perdiendo Barcelona una oportunidad de oro.

En este nuevo escenario, la pregunta es cuál es el valor diferencial de España como lugar para invertir. Ya no somos un país ni tan barato, ni tan estable, ni tan atractivo por su crecimiento como hace unas décadas. Tenemos buenas infraestructuras y se vive bien, pero nuestra energía es cara, nos cuesta hablar inglés, no queremos trasladar nuestro lugar de residencia y hay lagunas de formación técnica en todos los niveles. Además, los jóvenes que se fueron a la obra sin acabar su formación en plena burbuja inmobiliaria hace 15 años constituyen hoy un colectivo del que poco se habla y que solo aspira a trabajos poco cualificados.

Para atraer inversiones hace falta una colaboración entre todas las administraciones y los sindicatos, los únicos que hoy están genuinamente preocupados. Llevamos demasiado tiempo en elecciones y con los políticos liados en sus cosas. Si no tenemos presupuestos ni en España, ni en Cataluña ni en Barcelona, mal van a ser capaces de trabajar conjuntamente para atraer inversiones. Y cada día que pasa es un día perdido, porque las inversiones que buscan ubicación la encontrarán, aunque Cataluña o España no opten porque ahora las prioridades son otras. Los alborotos callejeros y los cortes de vías de comunicación constituyen un serio problema para atraer inversiones, sin duda, pero también lo son la inseguridad, la inestabilidad política, la falta de presupuestos, la descoordinación entre las administraciones, las cargas impositivas, el precio de la energía, los crecientes derechos de los trabajadores a costa de las empresas, la sobreregulación, la inseguridad jurídica, el sistema educacional y formativo... y sobre todo la falta de liderazgo y sensibilidad. Estamos en una auténtica emergencia industrial y nadie parece alertado.

O mucho me equivoco o en cuestión de meses contaremos por miles los puestos de trabajo perdidos en la industria, unos puestos que no volverán.