El director general de Participación Ciudadana, Ismael Peña-López, responsable técnico de las elecciones catalanas, afirma que el 14F la Generalitat garantiza el derecho al voto. ¿Por encima de su cadáver? Sí: pues que se lo cuente a Pere Aragonés, presidente en funciones y líder de ERC; que convenza a Josep Maria Argimon, secretario de Aspcat, máximo baluarte institucional frente al Covid o a la señora Budó, y al reverso de la misma moneda, la lista de Borràs, Tremosa, Canadell y compañía, en las filas de JxCat. Todos están en contra del 14-F a causa del efecto Illa. Todos hacen lo que pueden para aplazar los comicios hasta mayo, en contra de lo que dice el TSJC. Es la cantinela de siempre: los indepes deciden y, si un tribunal se lo impide, se lo saltan al grito de libertad. La última es el Tercer Grado concedido por Instituciones Penitenciarias de la Generalitat a los presos del 1-O, una operación de antemano destinada al fracaso al conocerse la doctrina de Supremo y las peticiones de la Fiscalía.

Es como jugar a la Oca con niños; si disimulas sus percances no les educas y si les dejas mandar, se vuelven tiranos. Peña-López partió de la base de cumplir discretamente, trató de pasar desapercibido, pero ni eso. En la Cataluña de los exordios y las lamentaciones se sabe todo y que vaya con cuidado el director de Participación; le peligra el cargo. Él se refugia en la docencia, su oficio real, como profesor de la Universidad Oberta (UOC). Cuando los políticos le agobian concede que la integridad de los comicios podría verse comprometida si un número elevado de mesas no se constituyen o si la participación se desploma. Y remata: “cosa improbable”, porque en su opinión, la institución ha tratado en todo momento de garantizar la jornada de votos con un mínimo riesgo sanitario: “votantes y miembros de las mesas pueden acudir tranquilos”; el 14F los colegios serán los lugares “más seguros del país”.  

Ismael Peña-López, por Farruko

Ismael Peña-López, por Farruko

Ismael es una isla dentro de un mar de desconfianzas e intenciones torticeras. Él ha de saber qué no es Infierno dentro del Infierno, como le ocurre a Kublai Kan en Las Ciudades invisibles (Calvino). La campaña ya anda con la presencia coreada de los presos que han conseguido salir de prisión puntualmente en un alarde tramposo de sortear la inhabilitación. El mitin se abre paso entre tenderos, como Gabriel Rufián, que se queja de que la Merkel no se ocupa de las pymes catalanas, karmas presenciales como Oriol Junqueras y economistas discordantes que odian a la UE desde su entraña, como Ramon Tremosa (Junts), Daniel Lacalle (PP) o Luis Garicano (Ciudadanos). Todos ellos han dicho “No” al paquete de ayudas de 140.000 millones de euros, que España recibe de Bruselas. Con el rechazo de ERC, PP y Ciudadanos, las ayudas y los créditos del BCE han pasado la criba del Congreso gracias al la abstención de Vox y al Sí de Bildu. La política es hija de la paradoja.

Peña-López tiene sus dudas sobre si las mesas pueden acabar enfrentando a dos principios: la salud y el sufragio. Y especialmente piensa en la necesidad de proteger el sufragio pasivo, que ampara a un ciudadano que vota y es votado. En todo caso, Argimon, el secretario de Aspcat, parte de la base de que el protocolo de actos de campaña, aprobado por unanimidad en la Mesa de Partidos, dice que todo debe ser telemático y la excepción debe ser lo presencial. Y en los actos presenciales, especialmente si se levantan los confinamientos municipales, la mayoría debería ser al aire libre, y solo los mínimos, a puerta cerrada.

La jornada está todavía cargada de interrogantes, pero hay una conclusión que gana: votar y además, aquí, el próximo día 14, podrán votar también las personas positivas del Covid. En el análisis y el reglamento ha ganado el derecho a los comicios en la fecha fijada, con el soporte del prestigioso think tank Idea Internacional y el pistoletazo legal de salida por parte de Consejo de Garantías Estatutarias. El voto nacionalista se deshincha, lo que se sumará a la abstención. Peña-López ni gesticula; pertenece al funcionariado que hace suyo el cambio de paradigma: rigor antes que ideología.