Decía Blanche Dubois, el personaje de Tennessee Williams, que solo puedes confiar en la amabilidad de los extraños. El fantasma de la loca que protagonizaba Un tranvía llamado deseo se coló el otro día en el Congreso de los Diputados para aprobar los planes del gobierno en relación a la millonada anti coronavirus que nos tiene que llegar de Europa. Mientras los socios del PSOE y Podemos se hacían los suecos, obedeciendo a rabietas electorales y a su miopía cortoplacista, las iniciativas de Pedro Sánchez adquirían visos de realidad gracias al apoyo de Bildu y la abstención de Vox, lo más parecido a dos pandillas de indeseables --cada cual a su manera-- que puede encontrarse en la actual escena política española. Blanche Dubois tenía razón: you can only depend on the kindness from strangers.

Tiene narices que para organizar un poco el reparto de la salvífica fortuna europea haya que recurrir a los herederos de ETA y a los del franquismo. Evidentemente, bienvenido sea su concurso, pero, ¿en qué posición deja eso el panorama político español? ¿Acaso no lo convierte en un espanto poblado por irresponsables y egoístas que van a su puta bola y el que venga atrás que arree, como si todos tuvieran el equivalente político de la regla y se vieran obligados a actuar de manera errática y desconcertante? ¿No es el dinero de la pandemia una urgencia nacional ante la que habría que adoptar una actitud más positiva y, sobre todo, más adulta?

Los entorpecedores profesionales, encima, han seguido largando en vez de callarse: el gobierno recurre a ETA, el gobierno no le hace ascos al fascismo de Vox y bla, bla, bla. ¿Pero donde os habíais metido vosotros, botarates, cuando la patria os necesitaba? Y el coronavirus no es la única línea roja que hay que saltarse. Cuando Ortega Smith dice que le dará sus votos a Salvador Illa para que no ganen las elecciones catalanas los separatistas, ¿a qué viene rasgarse las vestiduras si se trata de un regalito que, aparentemente, no implica nada a cambio? Bienvenidos sean si sirven para librarse de los lazis, que llevan años convirtiendo Cataluña en un escenario ideal para el odio entre los ciudadanos. ¿No aceptó Ada Colau los votos de Manuel Valls, al que en su burricie seguro que consideraba un fascista? Vale, puede que los de Vox lo sean de verdad y yo soy el primero en desear tenerlos a la mayor distancia posible, pero si le ceden sus votos a Illa en vez de introducírselos por el recto, se lo agradeceré encarecidamente. Y creo que PP y Ciudadanos deberían hacer lo propio si tanto les preocupa la unidad de España y el respeto escrupuloso a la Constitución.

Que una pandilla de fachas como Vox (o de energúmenos abertzales como Bildu) se comporte con mayor racionalidad que los partidos, digamos, tradicionales, respetables y democráticos es una señal muy preocupante de cómo está el patio en la España actual, donde no podemos ponernos de acuerdo ni para intentar repartir de forma razonable los fondos europeos contra la inmunda pandemia que sufrimos desde hace casi un año. Me pregunto para qué queremos un parlamento democrático si al final nos tienen que sacar las castañas del fuego lo peor de cada casa, el personal que querríamos ver desaparecer de nuestro país a la mayor brevedad posible. Pero no seguiré por ahí porque ya me he hecho bastante mala sangre y ya me resulta lo suficientemente humillante tener que darle la razón a esa pobre perturbada que es Blanche Dubois.