Nunca es tarde para reconocer los méritos de Duran Lleida, pero es demasiado tarde en el reloj biológico de los hechos consumados. Cataluña es un país en vías de liberación, que acabará pagando retrospectivamente los abusos de su actual inmunidad. La dirigencia del procés, lúbrica por naturaleza, profana sistemáticamente el orden constitucional. Pero vayamos por partes, porque la cronología fijará la asunción de responsabilidades (políticas, no judiciales): Josep Antoni Duran Lleida se opuso a CDC en el referéndum del 9N, pero su partido, Unió Democrática, aguantó en la coalición hasta el final de las elecciones municipales de 2015, en las que aún se presentó CiU. Después, en las generales del mismo año, los convergentes montaron junto a ERC la candidatura de Junts pel Sí; y “a nosotros, nos echaron”, recuerda Sánchez Llibre, la mano derecha de Duran, hoy lejos de la política, en el cargo de presidente de Fomento del Trabajo Nacional, la gran patronal catalana.
En su reciente libro de memorias, El riesgo de la Verdad (Planeta), Duran Lleida se ofrece en el altar del sacrificio: Unió perdió su última batalla en 2012, cuando decidió no librar el combate desde el espacio de centro. Aquella renuncia se produjo cuando “Convergència pactó con Esquerra toda la agenda de cara a la celebración el referéndum”, dice Duran. La autocrítica de este hombre, más contumaz que obsesivo, es una manifestación de su autoridad moral, en medio de una escena gobernada por ególatras (Oriol Junqueras y Artur Mas), autoritarios (Jordi Sánchez), aventuristas (Carles Puigdemont) y medio pensionistas de vuelo corto, como Quim Torra, dispuesto a todo por sus lazos amarillos de esbart dansaire y cobla sardanista en la Mare de Déu del Mont, el santuario mariano en el que Verdaguer encontró la paz para terminar su poema épico, Canigó.
Duran arrancó su epílogo formal en el momento en que Inés Arrimadas ganó las elecciones de 2015. En aquel socavón, la guardia de corps de Artur Mas --los Quico Homs, Lluís Recoder, Felip Puig o David Madí, entre otros-- aprovechó para liquidar a Unió. Arrimadas le había arrebatado el centro a Duran, el espacio venerado por el mixtream que sin embargo siempre acaba laminado por el vendaval nacionalista, en busca del pensamiento único. La historia lo anticipó en los años de la Transición, cuando Centristes de Catalunya (los Carles Güell, Antoni Masferrer, Eduardo Punset, Manuel de Sárraga, Marcelino Moreta, Molins o Capdevila, entre otros) acabó masacrado en medio de los pactos entre Pujol y el presidente Adolfo Suárez. Allí se inició una diáspora; los cuadros de Centristes se repartieron entre la Alianza Popular, Convergència y aquel Centro Democrático y Social, que fue flor de un día. Fue un aviso a caminantes: en política, la pasión del símbolo le gana siempre a la razón.
Josep Antoni Duran Lleida / FARRUQO
El cordón sanitario que preserva el altar de la Cataluña metafísica fue la puerta de salida, primero para Miquel Roca (1992) y, mucho después, para Duran Lleida (2015). Los ustachi de la Croacia catalana viven con la obsesión de matar al padre y solo serán reprendidos el día que podamos olvidar que su país virtual rima con la purga de nuestros mejores lideres, Duran Lleida entre ellos.
En los momentos descritos de 2012 y 2015 se fraguó el fin de la Unió Democràtica de Carrasco i Formiguera, el protomártir. Desde entonces, la impunidad es la ley de la calle y el desacato cuenta con un público entregado. Los jóvenes bárbaros del PDeCAT ya son hombres talluditos; han cumplido los 60 largos, pero se acortan las americanas hasta la altura del braguero y lucen perneras pitillo para rejuvenecer su imagen. Le han entregado la hegemonía del procés a Oriol Junqueras, el líder de ERC (salvo en los ditirambos de Puigdemont en el frente exterior). Pero su engagement es de matinal en el Foix de Sarrià y de soiré en Luz de Gas. Se esconden durante el día y brujulean la noche, de reunión en reunión, dando el pego de una clandestinidad supuestamente inveterada. El país les importa un bledo; lo apuestan todo a una república sobre la que descansa su anhelo de capturar lo que quede después del diluvio. Son, sobre todo, ladrones de almas cándidas (nuestras tietas, abuelitas, padres, hermanos, jóvenes bachilleres y universitarios, adolescentes en colegios de pago y la marabunta intermitente de la Cataluña rural, de donde nutren su terminología de combate en un frufrú de barretinas, lazos y estandartes).
En su libro de memorias, Duran Lleida pasa revista y no deja títere con cabeza. Llama “pobre hombre” a Torra y coincide con otros en que el president es un pollo sin cabeza. Confiesa que quiso convertirse en el Arzalluz catalán, por afinidad con el PNV (de orientación demócrata-cristiana, como Unió) y asegura que en el PSC hay gente que puede dar lecciones de catalanidad a los dirigentes de CiU. Habla sin pelos en la lengua de los casos de corrupción que atravesó su partido, hoy liquidado, ahogado por las deudas (22 millones de euros) y en proceso concursal, tras 85 años de historia. Señala agrio que Artur Mas pudo convocar elecciones en 2016 y no situar a la CUP como fuerza dominante. Piensa que la sentencia del Juicio del 1-O decantará la solución del problema catalán, pero no acepta la versión del ex secretario de Estado, José Antonio Nieto, según la cual un indulto enmendaría desde la política el fallo de los jueces, que se presume duro. “No”, salta Duran, “el indulto está en la Constitución”.
El entorno social de las clases medias empieza a ser infiel al procés y la Cataluña pensante ha iniciado un viaje interior para encontrar remansos alejados de la vergüenza ajena y el dolor de las cárceles. Así lo hicieron sus antecesores en los años del hierro. Pienso en el ejemplo de Màrius Torres y sus canciones a Mahalta (“Tu, que sempre m'aculls amb una mirada tan alta, digues: ¿de quin color són els teus ulls, Mahalta?”) escritas, en el año trágico de 1937, por el poeta enfermo en el sanatorio de Puig d'Olena, “una réplica de media montaña del Davos de Thomas Mann”, escribió Josep Maria Castellet, que también convaleció en el mismo centro, junto a otros, como Antoni Tapies o Manuel Sacristán.
Será por la solemnidad del juicio o porque después del alboroto viene la calma, pero estamos entrando en una etapa de mayor recato, excluyendo a Torra y sus aguerridas águilas. Cuando la otra cara de la inmunidad es la impunidad, no hay diálogo posible; el catalanismo político describe en silencio su últimas moradas.