Este pasado miércoles, Josep Sánchez Llibre, presidente de Foment del Treball, pronunció una conferencia en la que fue presentado por Javier Pacheco, secretario general de CCOO de Cataluña. Más allá del contenido de la conferencia, sensata y estimulante, lo más interesante fue ese encuentro entre patrón y sindicalista.

Una puesta en escena que podría interpretarse como una muestra más de esa pasión por la estética que, señalaba Miguel de Unamuno, nos pierde a los catalanes. En este caso, la estética de una sociedad pretendidamente igualitaria si bien, bajo formas amables, tan clasista como cualquier otra. Pero no fue el caso.

Las respectivas intervenciones evocaron el mundo de ayer, décadas en que la leal fricción de intereses entre patronal y sindicatos favoreció la mejor etapa de nuestra historia. Ambos mostraron aquella empatía que les permite reconocerse mutuamente. Sus diferencias resultaron evidentes, pero también acreditaron que ambos forman parte de un proyecto común.  

Ello me recuerda la conversación de hace unos años con un trabajador de Seat que, afiliado a UGT y tras una vida defendiendo los intereses de sus compañeros, a menudo contrapuestos a los de los accionistas, mostraba un enorme apego a la compañía. Ya jubilado, se enorgullecía de cómo la empresa se había convertido en un referente automovilístico en Europa y cómo sus coches podían competir con los de la misma Volkswagen. Nuestro jubilado de Seat como exponente de una especie y un mundo en vías de extinción.

Un mundo que fue desapareciendo entre el alborozo de unas élites que anunciaban, cual profecía, el advenimiento de un mundo mejor. Así, alentados por el auge de una corriente de pensamiento neoliberal y una globalización desregulada, aseguraban que el papel de los sindicatos resultaría irrelevante.  

Unos augurios erróneos que nos han llevado a una fractura social y un hundimiento de la política tradicional en todo Occidente. Un desastre que se refleja paradigmáticamente en un mercado laboral repleto de kellys y riders. Recomponer el destrozo va a resultar muy complicado. Y sin sindicatos, y patronales que les reconozcan, imposible. Mucho ánimo a Pacheco y Sánchez Llibre.