Desde los inicios de la democracia, ante toda convocatoria electoral se tiende a asegurar que se está ante unas elecciones determinantes, cuando no históricas. Sin embargo, el paso del tiempo señala que, en ningún caso, había para tanto, pues toda elección conlleva cambios más o menos intensos, pero siempre permanecen unas dinámicas de fondo que van más allá del gobierno de uno u otro partido.

Ahora, por fin, estamos ante una convocatoria electoral que sí es determinante: el parlamento que salga de las urnas va a resultar muy decisivo para el futuro de la ciudadanía catalana. 

El procés ha conllevado un deterioro intenso y generalizado del país desde una doble perspectiva. Por una parte, por haber alimentado una acción de gobierno muy deficiente: la sequía, el informe Pisa o la huida de miles de empresas (que no han retornado) son algunos de sus ejemplos más paradigmáticos. Por otra, por haber acarreado la pérdida de presencia y reconocimiento de Cataluña en sus dos grandes espacios naturales de influencia y desarrollo: España y Europa. 

Pese a todo, en los últimos años el país parecía haber recobrado la normalidad perdida, en la medida en que aparcábamos el procés (como mostraban las elecciones municipales y legislativas) y retornaba una cierta serenidad. Seguíamos con una administración autonómica desorientada, pero el clima social y económico permitía pensar que íbamos camino de recuperar parte de lo perdido. Sin embargo, el retorno de Puigdemont al centro de la vida pública y la singular tramitación de la amnistía ha sumido nuevamente a Cataluña en una dinámica muy preocupante, que las elecciones del próximo 12 de mayo pueden reforzar.

Si dura fue la caída ocasionada por la insensata deriva política, la recaída puede resultar no sólo más grave sino, aún más preocupante, irreversible. Dicha recaída nos alcanzaría con un cuerpo social y económico ya debilitado, lo que llevaría a muchos a rendirse y, a los que puedan, a largarse. Además, el nuevo escenario político que se podría abrir en España, de alcanzar Puigdemont la presidencia de la Generalitat, conllevaría la llegada, más pronto que tarde, de la derecha al poder. Y, entonces, el lío puede ser ya descomunal para Cataluña. Lamentablemente, este es el escenario al que unos y otros radicales aspiran.

Así las cosas, que cada uno vote lo que quiera, pero pensemos como nunca en las consecuencias. Y no olvidemos que nuestro futuro pasa por un "buen gobierno de las cosas", entendiendo que el gran problema de Cataluña no es la falta de competencias, sino la incompetencia por gestionar las muchas competencias ya transferidas, entre otras el agua, la educación y la gran mayoría de servicios públicos esenciales; aquellas cuestiones que deberían centrar la inminente campaña electoral. Pero no será así, no nos saldremos del cenagal de la amnistía