La reciente avalancha de dividendos de grandes compañías ha reavivado el debate acerca de hasta qué punto se debe retribuir al accionista. Partiendo de la necesidad de que las empresas obtengan buenos resultados, la decisión sobre los dividendos siempre ha dependido de los propios accionistas, quienes tienen la última palabra, y de los poderes públicos que, habiendo previamente garantizado el buen funcionamiento de los mercados, deciden la política impositiva sobre beneficios y dividendos.

Sin embargo, pese a que las reglas del juego no han variado desde que uno pueda recordar, sí que la globalización y el tránsito de una economía de base industrial a una de base financiera han cambiado la consideración del capital. Unos nuevos parámetros que favorecen la desigualdad, ya sea por la vía del progresivo incremento de las rentas del capital en detrimento de las del trabajo o por las enormes diferencias entre los asalariados.

Tradicionalmente, la retribución del accionista era una variable que dependía del buen hacer de la compañía. Así, simplificando, el personal y las inversiones tenían la condición de gastos fijos mientras que, de haber beneficios, se discutía en qué porcentaje pagar dividendo.

Sin embargo, en nuestro actual entorno global, en que un dinero nada comprometido se mueve libremente, el dividendo ha pasado a ser un gasto fijo pues, de no garantizar esa retribución, el accionista abandonará la compañía. Ello lleva, a menudo, a reducir los costes salariales o las inversiones sin demasiados miramientos, con tal de proteger el dividendo. A su vez, el accionista bien recompensado se muestra muy favorable a pagar mucho a la cúpula directiva de la compañía, con tal de que le garantice unos dividendos también elevados. Una dinámica que perjudica la equidad y que, de manera preocupante, lleva a muchas corporaciones a maximizar la rentabilidad en el corto plazo.

En cualquier caso, es positivo y conveniente que las empresas obtengan buenos beneficios y que los accionistas perciban sus dividendos. Pero si quieren seguir haciéndolo en el largo plazo habrá que reconducir los excesos. Que no son pocos.