Lo contrario hubiera sido una sorpresa. Los partidos independentistas en el Congreso (ERC, Junts, EH Bildu, PDeCAT, CUP y BNG) no han querido asistir al acto de conmemoración del 40 aniversario del fallido golpe de Estado de 1981, y han suscrito un texto conspiranoico de lo que sucedió hace cuatro décadas. Tampoco ha ido el PNV, aunque su ausencia “no quiere ser un plantón al rey ni a nadie”, afirma el presidente de los peneuvistas Andoni Ortuzar. Vaya, que no han ido por aquello del qué dirán. En cualquier caso de lo que se trata siempre por parte de los fuerzas soberanistas es de negar a la democracia española su legitimidad de origen. Es la idea obsesiva por vincular nuestro presente con el franquismo y repetir que el “régimen del 78” tiene unos “pilares antidemocráticos y represivos” porque en la Constitución no existe el derecho a la secesión territorial. Básicamente en eso se resume todo. El tuit de Pere Aragonès de ayer afirmando que el entonces rey estaba detrás del golpe es de un hooliganismo propio de Quim Torra y refleja una falta de sentido institucional muy grave por parte de quien quiere ser el próximo president de la Generalitat.

El problema para los que sostienen la tesis lampeduasiana de que todo cambió con la Transición para que nada cambiase es que el 23F desmiente con rotundidad la idea de un proceso tutelado por los militares y evidencia que había fuerzas no solo castrenses sino también civiles que querían abortar la construcción de un auténtico Estado social y democrático de derecho. El libro del historiador Roberto Muñoz Bolaños El 23-F y los otros golpes de Estado de la Transición aporta una interesante explicación sobre la “Transición paralela”, de ideología conservadora, que algunas élites empresariales, periodísticas, políticas y militares querían imponer. A principios de 1980, la situación sociopolítica en España era muy delicada, con el partido de Adolfo Suárez, la UCD, descomponiéndose en medio de una crisis económica durísima y el azote casi a diario del terrorismo de ETA y los GRAPO. En esas circunstancias el clima social era de desencanto y el apoyo a la democracia como forma política había caído en picado desde el referéndum constitucional de 1978. Podía haberse producido una salida violenta, inevitablemente cruenta, si la asonada del teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero en el Congreso hubiera prendido en la mayoría de las capitanías generales o solo con que en Madrid la División Acorazada Brunete se hubiera puesto del lado golpista. En paralelo, había una operación cívicomilitar para echar a Suárez, encarnada por el ambicioso general Alfonso Armada, que pretendía hacerse con el poder, lo que hubiera limitado el desarrollo democrático, impuesto cambios constitucionales, evitando las reformas redistributivas de la renta o reconduciendo el modelo autonómico, por ejemplo Ambos golpes fracasaron ese día porque Juan Carlos I, al que algunos intentan implicar en rocambolescas maniobras conspirativas, se mantuvo firme y comprometido en la defensa de la Constitución de 1978. Lo que sucedió el 23F siempre será motivo de especulación, incluso el día que se desclasifiquen todos los secretos (porque en los servicios de inteligencia, el CESID, hubo de todo), pero los hechos son tozudos y no dejan margen de duda sobre cuál fue la actitud del jefe del Estado. Y él era el único que podía pararlo.

Esta es la primera vez que se celebra institucionalmente el fracaso de la asonada militar, lo cual es llamativo tratándose de un hecho que, como ha escrito Javier Cercas, tiene la categoría de “acontecimiento fundacional” para la democracia española, y además se hace en medio de la ausencia del rey emérito por las razones que todos conocemos. Pero justamente por eso se trata de una iniciativa oportuna y valiente de la presidente del Congreso, Meritxell Batet. El tejerazo no fue ninguna broma y así lo percibió la sociedad española que esa noche se encerró en sus casas ante el miedo a una nueva guerra civil. El otro escenario golpista, el incruento de la “solución Armada”, significaba el debilitamiento del sistema democrático si los planes del general se hubieran desarrollado como quería. Afortunadamente, el 23F acabó siendo la vacuna definitiva contra injerencias anticonstitucionales y nuestra democracia se desarrolló en adelante de forma plena, aunque siempre imperfecta. Los déficits actuales en cualquiera de los terrenos no son una herencia del pasado, sino exclusivamente fruto de los fallos posteriores al momento en que se culminó la Transición con la llegada al poder del PSOE en 1982 y las sucesivas alternancias con el PP hasta el día de hoy. El pasado es historia y como tal tenemos derecho a conmemorarla, y también a reírnos de la mezquindad de las tesis conspiranoicas de los que a la democracia española no le quieren dar ni agua.