“El secreto del demagogo es parecer tan tonto como su audiencia, para que esa gente se piense a sí misma tan inteligente como el demagogo”. Esta frase la acuñó el controvertido periodista y escritor austriaco Karl Kraus hace ya más de un siglo, pero sigue vigente visto lo visto en estos días. Algunos se esfuerzan tanto que hay que recordarles que solo los tontos dicen tonterías. Ejemplos tenemos para parar un tren. De demagogos o tontos, ustedes eligen. Me quedaré sólo con tres.

El científico del “ya lo dije yo”. Oriol Mitjà es el mejor ejemplo. El independentismo más recalcitrante lo ha aupado al trono porque los irredentos necesitan su propio demagogo al frente. No anunció la epidemia, aunque según él fue todo un tahúr. Nos anunció una cura milagrosa en forma de vacuna que se ha quedado al nivel de un crecepelo barato que se vendía por las ferias hace una cincuentena de años. Por sus púlpitos, agasajado por la audiencia, y por periodistas que quieren ganar puntos, que quería oír que un catalán nos estaba a punto de salvar --los no catalanes evidentemente no pueden hacerlo según el catecismo de los irredentos hiperventilados--, decía una y otra vez que era necesario el confinamiento total. Ahora que lo tenemos, clama por liberarnos. Lamentable su papelón.

El impresentable neofascismo que asoma la cabeza con el nombre de Vox, y el de su líder Santiago Abascal. Su última meada fuera del tiesto fue no coger el teléfono al presidente del Gobierno, mientras acusa al Ejecutivo de menospreciar a los españoles y de asesinato en masa, aplaudidos por un abogado sin quehaceres importantes que los ha denunciado en el juzgado de guardia. Se puede ser crítico con el Gobierno, exigirle medidas, pero hay que estar a la altura. Insinuar que el Ejecutivo hace lo que hace por interés electoral es simplemente deleznable. No voy a discutir con un imbécil para no ponerme a su altura. Una altura a la que él no llegará en democracia.

Joaquim Torra. El mejor ejemplo de demagogo falto de formación. No sabe de lo que habla, pero habla y mucho. Para culpar a Madrid y para arrinconar a ERC, que se lame las heridas en el rincón de pensar. Torra insinúa y su claca, su particular grupo de aplaudidores profesionales, le sigue la corriente exigiendo la República, porque “si fuéramos república y tuviéramos más competencias habría menos catalanes muertos”.

Como todo el mundo sabe, quieren saber esa audiencia mediocre, el virus viene de Madrid y Madrid quiere que los catalanes se contaminen. Por eso, Madrid envía el ejército para fumigarnos. No vienen a desinfectar, vienen a intoxicarnos, como insinuó un supuesto periodista en la televisión pública. O es tonto, o tiene mala fe, está más que claro. Torra ha agitado el odio, ha insultado a sus consellers, si son de ERC mucho mejor, y ha dicho muchas tonterías. No se crean que ha dejado de decir la última porque para el demagogo ser ignorante no es un impedimento para ser arriesgado. Y encima, tiene su público, el que le aplaude a cada aspaviento estrambótico. Entre Torra y Abascal, diferencias ninguna. Es lo que tienen los demagogos.