Los bancos no son unas empresas cualesquiera, sino las compañías más importantes de un país. En concreto, constituyen el motor del capitalismo. La quiebra de uno de los más significativos o la existencia de problemas de solvencia en diversas entidades, puede hacer que los directivos de las supervivientes sean mucho más precavidos y reduzcan considerablemente el crédito otorgado a empresas y familias.

Si así sucede, las primeras prácticamente dejan de invertir y las segundas reducen en una sustancial medida su gasto. El resultado es una considerable caída del PIB, un elevado aumento del desempleo y la conversión de la inflación en deflación. El país acaba padeciendo una grave crisis debido a una gran reducción de la demanda de bienes y servicios.

La necesidad de los rescates bancarios aparece después de la negativa experiencia de la década de los 30 y vuelve a quedar de manifiesto con posterioridad a la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. El objetivo es muy claro: evitar que una crisis bancaria, generada por otra de carácter inmobiliario o bursátil, afecte de forma importante y prolongada al conjunto de la economía.

El objetivo de un rescate de los bancos es evitar que una crisis bancaria, generada por otra de carácter inmobiliario o bursátil, afecte de forma importante y prolongada al conjunto de la economía

Para impedir el contagio, no solo es necesaria la intervención de la administración, sino que ésta actúe de forma rápida y apropiada. No obstante, a veces aquél es imposible de eludir. En este caso, una diligente y correcta actuación logra que las repercusiones económicas sean de menor intensidad. En la pasada década, todos los países reaccionaron tarde, pues sus autoridades económicas confundieron una crisis por falta de solvencia con una generada por una escasa liquidez. En medicina, equivaldría a diagnosticar como una fuerte gripe lo que es un infarto.

Sin embargo, algunas naciones tardaron más en actuar de forma adecuada que otras. Así, mientras en 2009 Estados Unidos había rescatado ya a 140 entidades financieras; en España, el Gobierno presumía de la fortaleza de nuestra banca. Un aspecto que contribuyó decisivamente a que en el primer país la recuperación empezara en 2010 (crecimiento económico del 2,5%) y a que en el segundo llegara en 2014 (incremento del PIB del 1,4%).

En EE.UU, entre 1929 y 1932, una crisis bursátil se convirtió en una depresión económica porque la primera se llevó por delante a un gran parte de su sistema bancario. En concreto, 5.096 entidades financieras. En el primer semestre de 1929, ya habían quebrado 346 bancos y los ciudadanos habían perdido casi 115 millones de dólares en depósitos. El contagio tuvo como principales causas: el gran endeudamiento de familias y empresas, la generación de un pánico bancario y la escasa e inadecuada intervención de la Reserva Federal.

La debacle bursátil provocó que los inversores, al estar sumamente endeudados, no pudieran respaldar con garantías adicionales (inmuebles, terrenos, títulos de deuda, etc.) la disminución del valor de mercado de sus acciones. Debido a una claúsula en el contrato de préstamo conocida como margin call, los bancos o intermediarios podían exigir la devolución por anticipado del crédito otorgado en un plazo de 24 horas. La única condición para hacerlo era que el valor de las acciones que garantizaban su reintegro fuera inferior a su importe.

La ejecución de las garantías, a pesar de la rápida actuación de la banca, supuso ingentes pérdidas para numerosas entidades financieras, pues el importe recuperado fue sustancialmente inferior al prestado. La aparición de un gran agujero en su activo, hizo que éste fuera inferior a su pasivo y les condujo a la quiebra. Al no existir en aquella época un fondo de garantía de depósitos, los ciudadanos que tenían su dinero depositado en cuentas corrientes y plazos fijos perdieron la totalidad del capital depositado.

El coste para la administración de solucionar rápidamente una crisis bancaria es inferior al que supone el PIB perdido por el país después de una larga y profunda recesión

El miedo a perder sus ahorros llevó a un gran número de familias a retirar su capital de las entidades financieras, tanto las que tenían, como las que no, graves problemas de solvencia. El pánico bancario se desató, pues también en las sucursales de las segundas hubo largas colas. La reducción de los depósitos, unido a una escasa calidad de muchos de sus activos, impidió que numerosos bancos pudieran acceder en la cuantía necesaria a los préstamos de emergencia de la Reserva Federal. Por tanto, muchas entidades, con problemas fácilmente solucionables, también quebraron.

Por las razones indicadas, en una coyuntura adversa, soy favorable al rescate de las entidades financieras. Estimo que el coste para la administración de solucionar rápidamente una crisis bancaria es inferior al que supone el PIB perdido por el país después de una larga y profunda recesión.

No obstante, me niego rotundamente a que exista un trasvase de capital desde los ciudadanos a los accionistas y los acreedores (tenedores de deuda) de los bancos. Desde mi perspectiva, antes de costarle un euro a los primeros, los segundos deben perder por completo el dinero invertido Y me parece una auténtica vergüenza que sus principales directivos pueden acceder a una indemnización por su despido, mantengan el dinero aportado por la entidad a su plan de pensiones y no tengan ninguna responsabilidad patrimonial por la deficiente gestión realizada.

En definitiva, sí a los rescates, pero no a los espontáneos e irresponsables. Los culpables de la deficiente situación de los bancos deben de responder de ella y una exhaustiva y detallada planificación debe preceder a la intervención de la administración. Nada de ello ha hecho Luis de Guindos. Ha actuado guiado por una permanente improvisación y el resultado ha sido una gran chapuza. En un próximo artículo, os la explicaré con detalle.