Gabriel Colomé, politólogo, director del ICPS, en la entrevista con 'Crónica Global' / CG

Gabriel Colomé, politólogo, director del ICPS, en la entrevista con 'Crónica Global' / CG

Pensamiento

Colomé: "El independentismo quería una frontera con España y ha levantado un muro entre catalanes"

El autor de 'Silencio, se vota' señala que está en juego la decadencia de Cataluña y que se necesita "gobernar y gestionar para todos"

13 diciembre, 2020 00:00

Gabriel Colomé (Barcelona, 1955) ha querido reflejar sus pasiones en el libro Silencio, se vota. Notas de campañas, 1999-2019 (Comares). Desde la política catalana a la española y a la norteamericana, donde demuestra esa curiosa similitud entre la serie El ala oeste de la Casa Blanca y la primera campaña electoral de Obama. Los detalles los averiguará el lector. Colomé, politólogo, profesor en la UAB, director académico del ICPS, ha protagonizado campañas electorales tan decisivas como la de 1999, con Pasqual Maragall a punto de desbancar, en aquel momento, a Jordi Pujol. No pudo ser. Ganó en votos, pero no en escaños. Y pudo haber sido un punto de inflexión. Ahora, la atención está puesta en el 14 de febrero. Colomé señala en esta entrevista con Crónica Global que el independentismo se ha equivocado en todos sus planteamientos: "El independentismo quería una frontera con España y ha levantado un muro entre catalanes". También reclama un De Gaulle que unifique, de nuevo, a los catalanes, y advierte del peligro de que Cataluña caiga en la decadencia y que Barcelona sufra el mismo proceso que Montreal, en Quebec, que perdió todo su protagonismo económico.

--Pregunta: ¿El independentismo continúa con su objetivo?

--Respuesta: El independentismo más vanguardista, por decirlo así, busca una república digital, siguiendo el modelo de Estonia, que significa que te puedes desconectar y llevarte la administración a otra parte. Por eso salen ahora con ese proyecto de los nanosatélites. No quieren estar controlados por el Estado español, al que consideran autoritario, cuando es un Estado democrático.

--¿Se intenta conscientemente?

--Sí, claro, quien tiene más claro lo que se debe hacer es Jordi Puigneró, el consejero de Políticas Digitales. Lo que se pretende es generar un espacio fuera del control del Estado, de la Unión Europea. La lógica es la de Estonia que, ante la posibilidad de una invasión de Rusia, ha apostado por una administración digital. En el caso de que el país fuera invadido, se cree que se podría desconectar la administración, desde los datos sobre la fiscalidad de todos los ciudadanos hasta todos los servicios que se prestan. Esa administración se podría controlar desde Estocolmo, por ejemplo. Lo ha explicado de forma muy clara Carles Puigdemont en su libro Reunim-nos. Lo que señala es que, entre 2012 y 2017 el Estado fue una pared, un muro, y que no iba a negociar nunca, que no se podría celebrar nunca un referéndum. Y ante eso se debía apostar por la confrontación, por la desobediencia, de forma pacífica, y que esa confrontación debía llevar a superar el muro para llegar a la independencia. Y, en su lógica, ese camino no se ha abandonado.

--¿Hay, entonces, independentistas consecuentes?

--Saben lo que quieren hacer, con la intención de llegar a un acuerdo, como lo intentó Artur Mas. El expresidente de la Generalitat quería negociar, pero se encontró con el muro de Mariano Rajoy, que es el mayor representante de la teoría del quietismo. No se movió, y eso derivó en un desastre. Se enquistó todo. Y cuando llegan los socialistas al poder se rompe la lógica, porque se invita a jugar a ese independentismo: reuniones bilaterales y mesa de diálogo, sabiendo que eso no es lo que quiere una parte de ese independentismo. Puigdemont no lo quiere, aunque sí ERC. Y el problema, entonces, es de Puigdemont, que debe rendir cuentas sobre un delito que no prescribe en 20 años y, por tanto, necesita mantener esa confrontación.

--¿Hay una salida, por tanto?

--Lo que ocurre es que hay una cuestión que distorsiona toda la ecuación. Es Waterloo. Puigdemont está allí y tiene influencia sobre la política catalana. Es lo que se jugará el 14 de febrero: si gana, si habrá mayoría independentista, y si estará o no en el Gobierno, con su influencia en Junts per Catalunya. Puigdemont necesita estar ahí, influir y fijar la estrategia, porque no tiene partido. Lo que ha logrado es un movimiento, que está cohesionado, pero que si se queda fuera del Govern no existirá. Lo que se juega el 14 de febrero no es votar en unas elecciones. Es mucho más, es saber si esa distorsión de Waterloo se mantendrá o no.

--¿Se juega el final de Puigdemont?

--Sí, en gran parte y todo lo relacionado con una mayoría independentista. Si Junts per Catalunya gana y repite la fórmula con ERC, se podría mantener la confrontación. Si gana, ERC no se atreverá a conformar un gobierno sin JxCat. Hay otra segunda pregunta y guarda relación con una posible victoria de ERC. En ese caso, los republicanos deberán decidir, advirtiendo ya de entrada que es muy difícil para ellos no repetir el acuerdo con JxCat. En ERC siguen conviviendo dos almas, la de Companys y la de Macià. Con el tripartito, triunfó la vía federalista de Companys. Pero con Oriol Junqueras impera de forma clara la vía independentista de Macià. Ahora parece claro que se apuesta por esa vía pragmática, pero las bases de ERC están al lado de Macià. Y esa es la pulsión interna que pervive en ERC.

Gabriel Rufián, portavoz de ERC en el Congreso, junto a Adriana Lastra, portavoz del PSOE en la Cámara Baja / EP

Gabriel Rufián, portavoz de ERC en el Congreso, junto a Adriana Lastra, portavoz del PSOE en la Cámara Baja / EP

--¿Puede hacer una cosa distinta ERC, que no sea un nuevo acuerdo con JxCat?

--ERC está pillada en un bucle y no sabe cómo salir. Es el bucle que construyó Artur Mas con ERC, y que ha consistido en dividir la sociedad en dos bloques. Cuando analizas lo que ha pasado en Estados Unidos, compruebas que la idea de Donald Trump de construir un muro con México, pagado por los mexicanos, ha servido en realidad no para realizarlo físicamente, sino para dividir a los norteamericanos. Y eso ha hecho el independentismo. Quería construir una frontera con España y ha levantado un muro entre catalanes. La transversalidad, que había caracterizado a esta sociedad, con orientaciones de voto distintas en función del tipo de elección y de cada momento, ahora ya no es posible. Estamos empatados a dos millones. Esa transversalidad sólo se produce a modo de ascensor: baja o sube una fuerza política dentro del mismo bloque. ERC, que tiene por una vez todos los astros alineados, podría alcanzar los 50 diputados si funcionara esa transversalidad, si se tuvieran en cuenta los dos ejes que siempre han funcionado: el eje nacional y el eje ideológico. En cambio, tiene un techo de cristal que no superará los 40 diputados, porque el electorado es compacto, hermético, casi solidificado, no permeable.  

--Porque ¿la entrada de ERC en el área metropolitana sigue siendo un mito?

--ERC entra en el área metropolitana, pero de forma muy lenta. Es una idea de Enric Marín y Joan Manuel Tresserras, que influyen ideológicamente en ERC, y que están claramente orientados en esa vertiente Companys. Piensan que ERC no romperá nunca ese techo de cristal hasta que no tenga, por decirlo claro, un espacio obrero. Pero como se construye una emoción en base a una lengua, no puede abarcar ese espacio. Se han creado dos bloques, los que son de uno y de otro lado. Sólo se podrá romper si se pierde esa mayoría independentista y si se opta por geometrías variables. ERC tendría margen si gana por mucha ventaja a JxCat y el segundo partido es el PSC. Hay que recordar, en todo caso, que en 2017 quien ganó las elecciones fue Ciudadanos, y que hubo un pacto entre la segunda, la tercera y la quinta fuerza política. Hay que recordar, también, que el independentismo perdió ese supuesto plebiscito, con el 48% de los votos. Y que el referéndum importante es el que establece si se está dentro o fuera de la Constitución, y el independentismo se salió, dinamitando el Estado de derecho los días 6 y 7 de septiembre de 2017, con la ley de Transitoriedad. Provocaron el miedo, con medidas que ahora los expertos denominan iliberales, pero que se podrían calificar con otras palabras más gruesas.

--¿Qué errores ha cometido después el independentismo y, en concreto, Puigdemont?

--El independentismo no convocó las elecciones para el 4 de octubre que, tras el 1 de octubre --que no se sabía en agosto que quedaría en muy poca cosa-- hubiera podido mantener un clima emocional favorable a sus intereses. El gran error, después, es no comerse el PDECat, que ha salido vivo y que se presentará a las elecciones. El PDECat jugará sus bazas y tiene cuatro diputados en el Congreso. Si lo pensamos, esos cuatro más los diez de Ciudadanos, suman 14, uno más que los 13 de ERC. Y para el Gobierno es una alternativa viable, pensando en que no habrá elecciones en tres años. Es decir, el PDECat puede jugar con la geometría variable, y Puigdemont, si pierde las elecciones, no tendrá influencia y no la tendrá Junts per Catalunya en Madrid. El PDECat, según las últimas encuestas, ya le saca un 5% de los votos a JxCat, aunque no llegue al 3% para tener representación en el Parlament. Hay unos 300.000 votos que pueden ir en esa dirección, hacia el PDECat, o el PNC de Marta Pascal, un partido con el que nadie cuenta, pero que estará también ahí y le restará votos a Puigdemont.

--¿Y qué pasa en el otro lado, en el ámbito constitucionalista?

--Hay un partido, Ciudadanos, que puede liberar hasta 600.000 votos. Ya no puede explicar que estamos en un momento excepcional y no acogerá a todo el voto antiindependentista, no podrá actuar como dique como sí hizo en 2017. En cualquier caso, la temida abstención que se puede producir en ese bloque, también afectará al independentismo. Proclamar la unidad y hacer lo contrario puede tener efectos nocivos en ese electorado.

--¿Una abstención por igual?

--No por igual, pero que nadie piense que el independentismo seguirá confiando a ciegas en sus fuerzas políticas. La actuación del Govern, además, está resultando un desastre, con contradicciones permanentes en la gestión de la pandemia. Recordemos que el presidente Quim Torra decía en el mes de enero que este Govern estaba acabado. La alternativa no puede pasar, otra vez, por un mensaje antiindependentista, sino por la apuesta por una buena gestión. Una apuesta por un gobierno de verdad, que anteponga la independencia, que conlleva decadencia, a la gestión y a la apuesta por ser de nuevo la referencia y el motor de España. Porque si analiza en profundidad la situación, la disyuntiva es muy clara: o un cambio real o nos convertiremos en Montreal. Barcelona puede ser una gran ciudad turística, pero no la gran referencia en todos los ámbitos que exigen los nuevos tiempos. La alcaldesa Ada Colau es incapaz de ver esa disyuntiva. Quebec puede ser un referente, pero Barcelona no puede ser como Montreal, que ha perdido bancos, empresas y un enorme poder económico.

--¿El PSC puede cometer errores o pagar el precio de otras ocasiones, cuando el PSOE necesitaba socios y apoyaba al nacionalismo de Jordi Pujol en Cataluña?

--Eso pasó hace muchos años. No es comparable. La situación es diferente a la que vivió Raimon Obiols, cuando Felipe González viajaba a Barcelona y cenaba con Pujol sin avisar a Obiols. La llamada espiral del silencio se rompió en 1999, con la campaña de Pasqual Maragall. Se rompe en ese momento la omertá siciliana. Una omertá que se vuelve a romper, tras el intento del independentismo, con el discurso del Rey Felipe del 3 de octubre. Lo que señala es determinante: dentro de la Constitución, todo; fuera de la Constitución, nada. Los días posteriores también son clave, con la salida de Caixabank y de Banc Sabadell, y de miles de empresas, y con la manifestación del 8 de octubre. Es la primera manifestación, desde 1977, en la que la bandera española constitucional se exhibe en las calles con una idea clara: es la bandera de una España moderna, que no se puede asociar al franquismo ni a la derecha cerril. Lo que se debe poder jugar ahora es que si ERC dice que ha logrado 200 millones en tal inversión, el PSC puede exhibir que ha conseguido 2.000 millones, porque gobierna en España. Se trata de crear una autopista con Madrid que, ahora, circula entre Madrid y Valencia, ante la inoperancia del Gobierno de la Generalitat, que hasta se permite perder subvenciones para comarcas tan necesitadas e importantes como las Terres de l’Ebre.  Si no hay una reacción, Valencia puede ser de forma definitiva el Toronto de España, donde se fueron las inversiones que salieron de Montreal.

Puigdemont junto a dos peces que representan al PSC y ERC / CG

Puigdemont junto a dos peces que representan al PSC y ERC / CG

--¿Qué deberá hacer, entonces, el PSC?

--No se sabe, porque, antes, el 14 de febrero por la noche, algunos deberán expresar su valentía. Formar el gobierno no es lo importante. Lo decisivo es hacer las preguntas correctas a los electores sobre qué quieren realmente, fuera de ese realismo mágico del independentismo. En el Parlamento Europeo se acaba de aprobar que la autodeterminación no cabe en la Unión Europea. Y hay que recordar las lecciones de Stéphane Dion, cuando estuvo en Barcelona en 2014. Señaló que se debe gobernar para el máximo número de la población, aunque no esté de acuerdo un 20% o un 25%, que es el núcleo duro del independentismo. El resto, hasta llegar a ese 48% que se expresa en las urnas, es añadido, es circunstancial. Y puede ser recuperado, atendiendo a las políticas que sí se pueden solucionar: inversiones, reconocimiento, cuidado emocional…Y la otra gran lección que dejó clara es que no se puede ceder con la celebración de un referéndum. Una vez se realiza, el independentismo no parará hasta alcanzar la victoria. Esas lecciones son importantes para los socialistas, porque, en el caso del PP, se ha demostrado que puede ganar por mayoría en España sin necesidad de buenos resultados en Cataluña. El PSOE, en cambio, no puede. Y parece claro, con todos los matices que sean necesarios, que con la sentencia del Estatut se rompió una parte del pacto constitucional. Y eso, como se quiera hacer, hay que recuperarlo, con un nuevo pacto con el resto de España.

--¿Hay campañas electorales decisivas? ¿La de 1999, y la de ahora para el 14 de febrero en la que todas las opciones estarán sobre la mesa?

--Creo que en esta ocasión debería servir para romper los bloques, o eso es lo que yo prefería que ocurriera. La estrategia inteligente de los independentistas ha consistido en diluir el doble eje, el nacional y el de izquierda-derecha. Ha tenido la habilidad para hacerlo. Deberíamos poder votar al PDECat o a Ciudadanos, por ejemplo, sin un punto de partida identitario. Y eso es lo que hay que recuperar. El independentismo ha buscado un escenario calcado al de Irlanda, que es su inspiración de siempre, con unionistas y republicanos. Ha intentado que se produjera una reacción de tipo represiva, como ocurrió en 1916 en Irlanda. Es una lógica de insurrección, reacción, represión, que luego se identifica con un Estado autoritario, para poder justificar una nueva insurrección. Y esa lucha, ahora, está en el campo del independentismo, con republicanos que quieren pactar con el unionismo, y republicanos que quieren seguir hacia la república. Salvando las distancias, ¿es Rufián Gerry Adams y Junqueras McGuinness?

--¿Qué demuestran las reuniones de Josep Costa, el vicepresidente del Parlament, con partidos ultras?

--Nadie se acuerda de Plataforma per Catalunya, pero existe. Son electores que ahora votarán a Vox y veremos ese ascenso en muchas comarcas de interior. En los años 30 existían esas posiciones ultras, con los hermanos Badia, Estat Català y figuras como Dencàs. ¿Nadie se acuerda del tercio de Montserrat o de la burguesía franquista? Eso también existe en Cataluña. En Francia, esa división tan profunda la superó De Gaulle tras la II Guerra Mundial. Habla en nombre de todos, de la Francia resistente, todos son patriotas, sabedor de que la división era total, de que Francia estaba rota por la mitad y de que esos resistentes habían sido, en realidad, muy pocos.

--¿Cataluña necesita un De Gaulle?

--Si, exacto, alguien que unifique. Casi lo tuvimos en 1999, con Maragall. Y lo tuvimos con Tarradellas, que habla de "ciudadanos de Cataluña", y no de catalanes. Ese concepto de ciudadanos lo hemos perdido. No recordamos los valores republicanos, y hay que volver a decir que el pueblo no habla, no existe, son los ciudadanos los que hablan.

--¿Por qué perdió Maragall aquellas elecciones? ¿Qué falló en la campaña electoral?

--Había y hay un defecto en la ley electoral. Funcionamos con una ley transitoria de 1976, con un patrón demográfico muy distinto. Se fijó para Barcelona un máximo de 85 diputados, pero no se dijo nada del resto de provincias. Es decir, hay unas distorsiones monumentales. Dos o tres diputados de Lleida deberían pasar a Tarragona o Girona para compensarlo mejor. Y en aquella campaña, al margen de otros factores, fue determinante un diputado por Tarragona. Ese diputado determinó el resultado. Todo podría haber cambiado mucho. Era 1999. El momento de Maragall.