El 8 de marzo se celebró el Día de la Mujer Trabajadora en todo el mundo. En España se celebra más porque nuestra nación es la última que se mentalizó de la igualdad de género.

España no tiene más asesinatos machistas que los países más desarrollados, como falsamente cree una mayoría de españoles. Pero no quiero hablar de hoy, sino de ayer, de hace casi 90 años, cuando se instauró la República mitificada del 14 de abril de 1931. No todo es oro --o morado-- todo lo que reluce.

La historia que contaré es desconocida por muchos lectores --no por los historiadores--, también por muchos políticos que tienen una cultura mejorable. No todos, pero sí muchos lo ignoran.

En el primer Congreso de los Diputados de la Segunda República, sólo había dos Señorías letradas: Clara Campoamor (Partido Radical) y Victoria Kent (PSOE), que opinaban en muchos aspectos lo mismo, pero no en el tema capital de la mujer: la primera defendía el voto femenino, la socialista, no. Clara era liberal progresista --al estilo del siglo XIX--. Victoria era marxista. Su rival se definía como humanista.

Y no era porque la Kent no creyera en el derecho al sufragio universal de la mujer, sino porque la estaba convencida que el voto femenino iría para las sotanas y, por lo tanto, su partido socialista sería derrotado por las derechas de Gil Robles, como pasó con la CEDA (Confederación Españolas de Derechas Autónomas). En ese momento, Kent no defendió principios, sino sus intereses electorales. En esto nada cambia...

Victoria estaba en lo cierto: en las segundas elecciones de la Segunda República, las izquierdas fueron derrotadas. No en las terceras, en las que ganó el Frente Popular gracias al bienio negro; tras el triunfo del jefe Gil Robles, cinco meses estalló la tragedia de la guerra civil que desató la barbarie nacional.

Clara se movió por el corazón y Victoria por la cabeza, que en política cotiza más. Ambas políticas se exiliaron en enero de 1939 en la gran huida republicana.