Por si no hubiera suficientes convocatorias electorales esta primavera, los empresarios catalanes están también llamados a las urnas para elegir a los nuevos órganos de gobierno de las Cámaras de Comercio. Unos comicios que, me temo, van camino de incorporar lo peor de la política de nuestros tiempos. Espero equivocarme, y que los diversos candidatos nos ofrezcan un debate rico en propuestas.

Y es que estas elecciones resultan trascendentales para las cámaras y, también, para la economía catalana en su conjunto. Por una parte, porqué las cámaras andan desorientadas desde que la globalización ha ido vaciando de contenido su función más tradicional. Además, les resulta especialmente difícil reubicarse en unos años de profunda crisis que, por añadidura, han conllevado una brusca eliminación de sus mecanismos de financiación.

Por otra, porqué pueden convertirse en un instrumento para recuperar dinamismo empresarial o bien, por el contrario, para ahondar en la pérdida de poder económico. Hoy, Catalunya se halla desorientada, y dudo que en los próximos tiempos sea la política la que lidere la recuperación del pulso económico. Dicha responsabilidad recaerá directamente en el mundo empresarial y, en ese marco, el papel de la Cámara de Barcelona resultará determinante.

Por todo ello, creo que lo más importante es examinar a los diversos candidatos, desde una doble perspectiva. En primer lugar, la de su ambición. Barcelona necesita instituciones que piensen a lo grande, que no se limiten a valorar la fortaleza de un país por su PIB. El futuro lo marca esa ambición por articular proyectos de dimensión global, y por influir en la propia Comunidad pero, aún más, en España y en la Unión Europea. Hoy, Catalunya exporta mucho e importa aún más (lamentablemente), pero su voz en los centros de decisión es prácticamente inexistente.

Sin duda, la Cámara debe prestar servicios a las pymes, ofrecer cursos de formación y aportar datos al análisis macro. Pero, hoy, debe ir mucho más allá. Afortunadamente, ascienden a muchos miles las empresas exportadoras, estamos más formados que nunca y disponemos de tantos datos que no sabemos ni como interpretarlos. Pero surgen muy pocas iniciativas ambiciosas, a la vez que son muy pocos quienes vienen a Barcelona en busca de capitales o socios para proyectos de envergadura.

En segundo, su coraje. Para ser radicalmente independiente de cualquier partido político o administración pública y, también, de cualquier otra institución económica. Ya hemos visto a lo que nos ha llevado ese jugar a la política por parte de muchas entidades privadas, y esa personalidad tan extendida de manifestarse en privado en una determinada línea y, en público, atender a la orientación del viento dominante.

E independencia también de cualquier otra Entidad económica o lobby empresarial. Cada Institución económica tiene su sentido, y a él debe dedicarse en vez de intentar copar otras entidades. Especialmente cuando nuestro entramado institucional, más allá de una autocomplacencia incomprensible, tiene tanto que mejorar.

Mi deseo para unas elecciones que sirvan para unas mejores Cámaras y para relanzar la economía catalana. Y mi temor de que sirvan para lo contrario, para irnos sumergiendo en ese lodazal de desorientación y sectarismo. Si analizamos la ambición y coraje de los candidatos, y de quienes les apoyan, podremos contribuir a esas Cámaras que necesitamos.