La de Barcelona se presenta como una de las campañas más apasionantes de la próxima temporada, aunque esto ya parezca una especie de sesión continua. Unas elecciones son básicamente un periodo de confrontación y contraste. En 2019 se presentaron 24 candidaturas; veremos si mejoramos la marca. Pero si tratamos de simplificar las cosas, para no volvernos majaras, pensemos que se apunta a una pugna con el viejo esquema de derecha/izquierda con todas las disensiones que se quieran en cada bloque. Meter Barcelona en el dilema de separatismo/unionismo o independentismo/constitucionalismo podría ser la puntilla para la ciudad.

Es complejo saber y cuantificar hasta qué punto está generalizada la sensación de decadencia de la ciudad y malestar con el equipo de gobierno municipal. Carecemos de datos fiables sobre el sentir general de los ciudadanos, más allá de los estudios institucionales. Para escribir una partitura es preciso tener los oídos muy afinados: de momento, es muy difícil saber que problemas aprecian y que quieren los barceloneses. También sería conveniente saber hasta qué punto el hartazgo de los partidos de toda la vida es tan elevado que podría tener buena acogida la fórmula de una “agrupación electoral”, siempre encabezada por un “mirlo blanco” que no se avizora en el horizonte, de la que no existen precedentes en la ciudad. Para determinados ámbitos, parece evidente que Barcelona no puede ser una conquista más de los partidos tradicionales cuyo resultado puede ser una especie de lotería en que la suerte conceda el poder a unos u otros.

En la actualidad, parece improbable cualquier operación extra partidos. Incluso iniciativas como Barcelona És Imparable parecen dirigidas a crear una marca blanca de la antigua CDC o a tantear las posibilidades de un candidato que se declara simplemente “activista”. Cierto es que en la concentración del pasado día 21 de octubre hubo, al margen del número de asistentes, gente que jamás se había manifestado. Sin embargo, como con tantas otras cosas que ocurren, ni ha tenido continuidad, al menos de momento, ni apenas eco mediático posterior.

Probablemente el mayor error es tratar de entender racionalmente lo que simplemente tiene razones emotivas. Y aquí justo es admitir que los comunes han aprendido mucho en siete años sobre como ejercer el poder, además de disponer de un potente aparato de agitación y propaganda que les permite sentirse relativamente fuertes a pesar de sus debilidades. Están acelerando su posicionamiento de campaña sobre la teoría del titular y el mensaje escueto, centrado básicamente en la lideresa, la única fortaleza de que disponen. Es más, tanto ellos como ERC tratan de apropiarse del legado de Pascual Maragall: unos de forma más ideológica, los otros contando con el apellido. Y mientras, el PSC ni sabe ni contesta, instalado en una especie de espacio de confort y convertido en una simple “marca” que ahora no se sabe muy bien ni para qué sirve, más allá de tener “ocupados” es decir, cobrando un sueldo, a un buen puñado de afiliados –que no militantes-- en los engranajes administrativos.

Me importa un rábano lo que hagan determinadas formaciones. Pero, tengo la percepción de que el PSC ha asumido lo peor de la coalición municipal: comprometido como compañero de viaje del gobierno local y metropolitano, no puede o no sabe hacer oposición. Acaba siendo corresponsable de los fracasos y ausente de cualquier eventual éxito. Solo se refuerza su imagen de miembro subordinado, pareciendo jugar a perdedor y responsable, según los estudios municipales, de las áreas con peor imagen e incapaz de diferenciarse y marcar distancia, sin proyectar la más mínima impresión de ser decisivo. La alcaldesa, desatada en su turné por los medios informativos, calificaba a Jaume Collboni recientemente de “negacionismo climático” por su defensa de la ampliación del aeropuerto del Prat, sin que este haya dicho nada hasta el momento. Tampoco sabemos qué opina de la última ocurrencia de colocar aerogeneradores en Collserola.

El PSC necesita un candidato con perfil ganador, con ambición de vencer. A su cabeza de lista se le ha laminado desde dentro y fuera del partido, cosa a la que ha contribuido y no poco su actitud acomodaticia: está amortizado hace tiempo. Tal vez tengamos noticias después del congreso de los socialistas de Cataluña a mediados de diciembre y sabremos si solo quieren ganar en votos para gobernar con los comunes, olvidando que estos pueden hacerlo con ERC e incluso con la CUP apoyando si entran en el Ayuntamiento. Será el momento en que sepamos que hará Salvador Illa al que algunos sectores, superado el silencio cómplice de años, apuntan como su “candidato”, aunque sea por lo bajinis.  Salvo que el PSC dé por perdida la alcaldía, entre otras cosas porque tampoco es la principal de las preocupaciones de Pedro Sánchez, aposentado en el sillón de La Moncloa.

Mientras, su socia municipal, después de estar siete años presentándose como la alcaldesa que hace frente a los poderes económicos de la ciudad y alrededores, pasa del silencio y el desprecio a lo privado a presentarse como gran adalid del diálogo con todos, sobre todo tras su encuentro con el presidente de Foment del Treball. Eso sí, con el medio ambiente como banderín de enganche para amarrar los 156.000 votos que obtuvo en las últimas elecciones (el 20’74% con una participación del 66%). Pero, volviendo al malestar ciudadano del que tanto se habla: sin una alternativa clara se corre el riesgo de simplemente movilizar al adversario. Podríamos acabar así con indepes a un lado y otro de la plaza Sant Jaume.