En un mundo donde el deporte profesional es espectáculo y negocio, mucho ha tardado el fútbol europeo en intentar dar el salto hacia las grandes ligas del dinero. Porque la Superliga impulsada inicialmente por los principales clubes italianos, españoles e ingleses era, ante todo, dinero, como lo es la NBA, la Fórmula 1 o la NFL. No hablamos de deporte sino de negocio y la élite de uno de los deportes que más emociones mueve ha intentado, de momento sin éxito, dar el gran salto.

Con lo que no contaban los promotores de esta liga era con el populismo del premier británico que ha maniobrado muy bien para hacer recular a los clubes ingleses. Tras el éxito de las vacunas ahora Johnson ha rescatado al fútbol, imbatible ante la opinión pública que ya ni se acuerda de las desventajas, que las tiene, del Brexit. Todo un crack en actuar alineado con las emociones de sus votantes. Han bastado unas pocas manifestaciones de unos cientos de 'supporters' para hacer de esto el gran tema patrio en un momento donde todos estamos más que hartos de las restricciones por la pandemia y la presión en la calle asusta, y con razón.

Los promotores de la Superliga se esperaban presiones de la UEFA y las ligas nacionales, de ahí la petición de protección ante un juzgado mercantil de Madrid, ciudad en la que está la sede de la estructura jurídica del invento, pero probablemente no se esperaban tener enfrente al vehemente premier británico que anunció una “bomba legislativa” contra los promotores de la competición alentando a los hooligans, conjuntamente con el Principe Andrés, a la revuelta. La UEFA solo ha necesitado un guiño sobre las reglas del fair play financiero para que los clubes-estado y los de ricachones cambiasen de bando.

En Inglaterra han corrido como la pólvora sloganes del tipo “el fútbol es de los aficionados”, lo cual es una sonora majadería cuando todos los clubes ingleses pertenecen a empresarios, la inmensa mayoría rusos, árabes o americanos. De hecho, de los socios fundadores de la Superliga solo Madrid y Barça pertenecen a los aficionados. Pero los contrarios a la Superliga han sido capaces de movilizar a las masas y al Primer Ministro Británico, aparentemente con éxito. Americanos, rusos y emiratíes, propietarios de los seis equipos ingleses fundadores de la Superliga, han evaluado alternativas y se han decantado por dejar pasar esta oportunidad, lo mismo que antes había hecho el dueño del PSG, ni más ni menos que Qatar.

El camino ahora es complejo sino imposible para la Superliga. Lo más probable es que ellos, y JP Morgan, demanden a los socios ingleses, algo que no les perjudicará en exceso pues seguro que les apoyarán tanto el gobierno como la propia UEFA. Y es probable que, de momento, todo quede en un frustrado golpe de estado, que dejará algunos heridos. Pero una liga de los mejores surgirá, antes o después, y lo malo es que muy probablemente ya no estará dirigida por un español sino, ironías del destino, por un anglosajón con dinero árabe o americano.

El perdedor no es Florentino Pérez, es el fútbol europeo endeudado y cada vez con menos vías de financiación alternativa, dejado a los pies de los caballos por unos clubes ingleses que alguna responsabilidad deberían depurar internamente, digo yo, porque esto no estaba improvisado. Para el Madrid y el Barça las cuentas estaban claras, si ganan ahora la Champions se llevan 100 millones, por solo participar en la Euroleague 350 millones y si ganan 600 millones. No había color, y más ahora que las arcas están vacías con entidades dispuestas a adelantar dinero.

La NBA nos muestra el camino. Hay muchas competiciones de baloncesto en Estados Unidos, pero solo una con la calidad de la NBA, tremendamente competitiva aunque nadie descienda o ascienda. Sus jugadores deciden si acuden o no a convocatorias de sus selecciones en función de sus intereses, pero la prioridad es la NBA. ¿Cuántas veces fueron Jordan o Kobi Bryan con su selección? ¿Cuántas Lebron James? Se pueden contar con los dedos de la mano. Son las selecciones las que se enriquecen con jugadores NBA y no al revés. En el fútbol las competiciones entre selecciones de fútbol sirven para promocionar y subir el valor de los jugadores, no para honrar ningún orgullo patrio, y todo a costa de los clubes, algo que se materializa cuando una figura se lesiona en un partido de su selección.

La gente quiere ver, y pagar, por un Madrid-Barça o un City-Milan, pero no por otros muchos partidos menores, sean de ligas nacionales o de las propias competiciones europeas, cada vez con demasiados encuentros intrascendentes en las primeras fases. Hasta cuartos no interesan más que a los aficionados de los clubes que juegan.

Ahora es tiempo de negociar y crear algo parecido a la euroliga de basket o refundar la Champions. Los clubes profesionales son bestias con presupuestos que apuntan a los 1.000 millones y valoraciones superiores a los 4.000 millones. Solo es cuestión de tiempo que la banca de inversión, los gestores globales de contenidos y los fondos de private equity se adueñen de este mundo, como ya han hecho en Inglaterra. Probablemente lo que intenta Johnson es que la SuperLeague tenga su centro en Reino Unido, como la Fórmula 1, y no en España.

La Premier League inglesa nació de un acuerdo en febrero de 1992 entre los clubes de la First Division por el que decidían separarse de la Football League para tomar ventaja de un contrato de derechos de televisión impulsado por ellos mismos. Es una competición de carácter privado que ha crecido con capital internacional. Y 15 de los veinte clubes están en manos de sociedades extranjeras entre ellos oligarcas rusos y jeques árabes. Incluso uno de los clubes de capital “inglés” tiene su sede en un paraíso fiscal. ¿No será que lo que les molesta no es el negocio sino que lo hagan otros?

Sin esta inyección extra de dinero, ¿qué hará el Barça que anuncia pérdidas de 350 millones de euros para este año con una deuda a corto que supera los 700 millones? ¿de dónde saldrá el dinero que falta no ya para fichar sino para retener a la plantilla, Messi incluido? ¿para cuándo la puesta al día del campo? ¿qué será de las secciones, todas ellas deficitarias? ¿se atreverá a bajar salarios a sus estrellas para no quebrar? Tal vez los clubes ingleses puedan prescindir de este dinero, pero los españoles e italianos no.