Uno de los más penosos errores de los nacionalistas catalanes, fruto de la vanidad y del ambiguo complejo de superioridad que les aqueja, es el error de medidas: la convicción –incansablemente desmentida por los hechos— de estar en el centro de la Historia; se recrean en la idea de que los avatares de nuestra región tienen la grandeza trágica de los procesos de liberación raciales o nacionales; se imaginan que el mundo les mira y que les mira con simpatía y no con repugnancia; creen que lo que hagan y digan sus dirigentes y sus masas en camisetas tiene decisiva importancia geoestratégica y que se sigue con interés en el Kremlin, en Bruselas, en la Casa Blanca...

De ahí la excitación provinciana cuando en algún periódico o en una televisión extranjera sale un reportaje (generalmente pagado por la Generalitat) sobre el prusés. Lo cierto es que esos pujos de vanidad son cada día menos frecuentes, que se advierte en nuestros chovinistas cierto desánimo: se nota el daño que en su vanidad hacen los reiterados castigos de la realidad. En este sentido son enternecedores. 

Dentro de este angst deprimente estos días hemos asistido a dos campañas de agitprop que no han salido muy bien.

Primero, el intento de vender como un caso de “espionaje” las instrucciones cursadas a las embajadas por el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, para que se mantengan muy al tanto de las actividades de las oficinas de la Generalitat en las capitales extranjeras.

Esta campaña no ha obtenido eco, salvo en círculos muy enfermizos, irrecuperables para el sentido común. Pues a todo el mundo le parece la mar de razonable que nuestras embajadas, cuya tarea precisamente consiste en dar la mejor imagen posible del Estado, envíen a algún funcionario a los actos que con dinero público organizan esas oficinas tan sospechosas de rebeldía y subversión, que ya una vez ha habido que cerrar, para ver qué fake news difunden.  

La segunda campaña, voluntariosa, pero me temo que también vana, ha sido orquestada a partir de unos reportajes del diario Público descubriendo con gran alarde tipográfico lo que se sabía desde hace ya mucho tiempo: que el CNI seguía la pista, estaba en contacto y tenía como confidente al imán Abdelbaki Es Satty, responsable del atentado terrorista en las Ramblas. Otro fallo, como ha habido tantos en todas las policías europeas, en la lucha, endemoniadamente difícil, contra el terrorismo islamista. Pero naturalmente TV3 y demás prensa sobornada se ha apresurado a insinuar, cuando no a sostener, que el Estado permitió los atropellos… ¡para desactivar el prusés!

¿Cuánto tardarán en comprender que el prusés no le preocupa demasiado al Estado, porque lo desactiva con cuatro juicios?...

Esta nueva teoría conspiranoica sobre el imán demoniaco se parece como dos gotas de agua a la que lanzó en su día la prensa amarilla a propósito de los atentados de Atocha. Concretamente El Mundo insinuó en doscientos o trescientos editoriales (redactados por Pedro Cuartango entre mordisco y mordisco a su bocadillo de morcilla) que los atentados en los trenes no fueron exclusivamente obra de una célula del Estado Islámico (EI), como quedó demostrado prístinamente, sino una compleja conjura entre los islamistas y algunos turbios elementos, acaso del PSOE y de la Policía, con el objetivo de que el PP perdiese –como así sucedió— las elecciones del año 2004. Fue lo que dio en llamarse “la teoría de la conspiración”. Yo lo llamo la conspiración de la morcilla.

Igual que aquella indecencia malévola y cuartanga, la nueva teoría de la conspiración del CNI ha sido un fracaso, y ha habido que rápidamente pasar página. No funciona, igual que la campaña contra Borrell. Pero tanto la semejanza entre las insidias del prusés con las morcillas de Cuartango, como el hecho de que unas y otras solo enganchen a los frikis, creo que no son solo signos de la miseria amarilla de nuestra prensa, signos también de su impotencia para conformar un estado de opinión colectivo… sino también interesantes síntomas de desesperación imaginativa, de falta de ideas, de fatiga de materiales en el vía crucis del prusés.