Parece que se va a rodar una película de intriga trepidante sobre los últimos acontecimientos en Barcelona. La productora será Isona Passola y el director, Huerga. Crónica Global ha tenido acceso al guion.  

En la primera escena (interior, día) aparece Toni Rodríguez, ex jefe de investigación de los Mossos, sentado en su despachito, en la comisaría de un barrio periférico al que le han relegado en castigo por meter las narices en las corruptelas de la Generalitat.

Entra su ayudante tonto, Catarella, con el servicio de café.

--¿Enciendo la tele? Ahora echan el telenoticias.

Rodríguez se encoge de hombros; Catarella pone TV3%, y los dos se quedan embobados viendo cómo un político gordinflón sale a una rueda de prensa mintiendo con descaro… sobre, precisamente, la destitución de Toni. Dice que no es una purga, sino una reconfiguración del organigrama bla bla bla. Mientras pronuncia sus trolas, suda copiosamente y se seca la frente con un gran pañuelo blanco. Se le escapa una frase reveladora sobre chanchullos, “deixas” y “trapis”

--¿Quién es ese tipo tan raro? --pregunta Catarella.

Rodríguez le informa:

--Se llama Elena y no es más que un peón en el juego de un genio del mal llamado David Madí

--Me suena ese nombre –dice Catarella.

--… que en el fondo lo desprecia, por socialista y tránsfuga. Ese diabólico Madí tiene tentáculos que lo conectan con las 35 empresas del Ibex, con el Gobierno de la nación y con un siniestro magnate llamado “Roures”.

En otra escena (interior, día) se ve a Madí en su mansión, presidiendo una reluciente mesa de consejo de administración. Alrededor de la mesa se alinean: todos los consellers de la Generalitat; el loco Colomines (jefe de la Catdem, el núcleo de la corrupción del 3%; se le ve muy distinguido, con su impoluta, blanquísima camisa de fuerza); el tal Roures; el nuevo jefe de los mossos --Josep María Estela--; y el sudoroso conseller Elena, al que Madí le dice (tono burlón y amenazante):

--No se te ocurra hacer nada sin consultarme o durarás menos que un caramelo en un colegio de tontos.

Todos ríen a grandes carcajadas, menos Elena, que se enjuga el copioso sudor de la frente con su gran pañuelo. Luego se abre un animado debate general sobre cómo seguir robando a los catalanes por los siglos de los siglos: uno sugiere la creación de nuevos impuestos; otro, amañar los concursos para obras públicas; otro, subida generalizada de sus propios sueldos; y otros, sisar sin tasa en la recogida de basuras, en el agua, en la luz, en las autopistas y demás servicios; contratar diez mil asesores más; abrir nuevas “embajadas”. Etc.

El aquelarre se alarga por culpa de una llamada telefónica de Pilar Rahola a Madí, preguntándole, furiosa, por qué ella no ha sido invitada a participar en el cónclave: Madí improvisa unas excusas, pero al final, harto de oírla berrear, acaba colgándole el teléfono y mascullando:

--¡Qué pesadita es la pobre!

Pasan todos al saloncito contiguo, donde unas criadas con cofia les sirven a todos grandes vasos de Colacao y copitas de ratafía.

Mientras tanto (interior, día), en su modesto despacho sin ventana de la comisaría de distrito, Toni Rodríguez recibe la enésima visita de una anciana, vecina del barrio, con un caso raro:

--¿Qué, doña Montse, otra vez el gatito que no sabe bajar del árbol al que se ha encaramado?

--No, comisario Rodríguez, al gatito lo atropellaron el mes pasado. ¡Que no está usted al caso!

--Lo siento mucho. Requiescat in pace.

--No se preocupe, tengo 28 gatos más. No, hoy he venido por otra cosa. Verá usted: mi vecino se ha colgado de una viga.

Toni y Catarella van a casa del vecino. Resulta que el muerto era contable en Infraestructuras.cat. Toni sospecha que no es un suicidio sino un asesinato.

--Doña Montse, ¿vio últimamente a alguien raro merodeando por aquí?

--Bueno, pues sí, vi a un joven con gafitas y barba de tres días --dice la anciana--. Me fijé en él porque siempre iba silbando el tango La cumparsita.

--¿Vio algo más?

--Sí, recuerdo que del bolsillo de la chaqueta le asomaba un tubito metálico de unos 15 centímetros de largo, bastante angosto y ahuecado en su interior, con una boquilla.

--Eso parece una “bombilla” de ésas de beber mate. ¿No te parece, Catarella?

--Lo que usted no sepa, jefe…

Efectivamente, la autopsia descubre que el contable ha muerto víctima de un ataque al corazón provocado por veinte descargas sucesivas de electricidad. ¿El arma homicida? Seguramente, explica el forense, una taser de las que acaban de distribuirse entre los mossos.

--Ese contable “sabía demasiado” --musita Toni.

--Lo que usted no descubra, jefe --dice, adulador, Catarella.

Toni investiga con perspicacia, y tras muchos percances y un festival de bofetadas y tiros descubre que el asesino es un sicario argentino llamado Millet Dantesco. Toni va a por él. Lo localiza en la piscina de la casa de Pilar Rahola. Iba a darse un baño, pero, por si acaso, lleva una pistola en el bolsillo del albornoz. Cruzan disparos. Dantesco cae abatido por la excelente puntería de Toni (que hizo un cursillo de tiro al blanco y salió cum laude), y antes de morir en sus brazos musita una palabra:

--Ma… dí…

Así pues, Toni sigue la pista de Madí, y, buen sabueso como es, descubre algunos negocios turbios del magnate con la Generalitat.

El nuevo jefe de los mossos, Josep Maria Estela, va a ver a Toni a la comisaría de extrarradio. Le lleva una Medalla. Es de chocolate, obra del eminente pastelero Escribá. Allí mismo, en su despacho, se la hace comer como una hostia mientras le da consejos que más bien parecen amenazas:

--Deja de fisgar, Toni, te lo digo por tu bien, me han dicho que andas por ahí, haciendo demasiadas preguntas. Sigue un consejo: no metas las narices en estas cosas de la política y concéntrate en la erradicación de los manteros subsaharianos de este barrio.

--¡Pero si en este barrio no hay manteros!

--Pero puede haberlos. Y si no, pues entretente persiguiendo a esos gitanos que limpian los parabrisas de los coches, molestando a los conductores con sus exigencias violentas de una propina… Son delincuentes peligrosos…

--¡Cómo has cambiado, Pep! En la academia eras honesto y pensabas dedicar tu vida a perseguir el crimen. Entonces, tú…

--Entonces era entonces, y ahora es ahora, Toni. Soy padre de familia y quiero una vida regalada para mis hijos. Hazme caso, o acabarás dando tamponazos a un montón de formularios en la comisaría de Vilatifa de l’Arquebisbe…

Toni finge someterse y obedecer, pero a escondidas sigue investigando.

Una mujer fatal llamada Laia Bofarull le tiende una trampa, convocándole en una habitación del piso 20 del hotel Arts para un encuentro tórrido. Pero nuestro héroe desconfía, llega al hotel antes que ella, entra en la habitación por la escalera de incendios, y cuando ella entra por la puerta la sorprende y la interroga a bofetadas.

Laia Bofarull, la mujer fatal, confiesa ser un señuelo para entretenerle mientras llegan unos sicarios con la misión de tirarlo por la ventana, para que parezca un accidente o un suicidio. Toni la deja sobre la cama, atada y amordazada como una salchicha (y súbitamente enamorada de él), y se sienta en la oscuridad a esperar a los pistoleros. ¡Hay que ver lo listo que es mi Toni!...

Cuando llegan los pistoleros (que resultan ser… ¡mossos de su misma promoción, dirigidos por un tal Donaire y bajo la supervisión del conseller Elena!) se produce una ensalada de tiros. Al mismo tiempo llega Catarella y se pone también a disparar contra los sicarios, que, cogidos entre dos fuegos, caen como moscas, Donaire el primero. Elena logra escapar por las alcantarillas, donde le sorprende una rata gigante que lo mata a mordiscos.

Laia Bofarull, la mujer fatal, se ofrece a Toni, será su esclava, hará lo que él quiera, satisfará sus más retorcidas y secretas fantasías… Pero Toni es incorruptible y le pasa las esposas mientras le dice:

--Lo siento, nena, te has equivocado de hombre.

--Oh, Toni…

--Ni “oh Toni”, ni cuentos chinos. Catarella, léele sus derechos.

--Tiene usted derecho --dice Catarella-- a permanecer en silencio. Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra…

Pero Laia exclama, arrebatada:

--¡Aún así quiero proclamarlo a los cuatro vientos: Te admiro, Toni! ¡Eres tan especial! ¡No hay nadie como tú! --y con asombro, con incredulidad, añade--: ¡Eres… honesto!

En el rostro de Toni se dibuja una mueca sarcástica. Sólo dice:

--Catarella, llévatela a la comisaría.

Durante los siguientes días, Toni sigue cerrando el cerco en torno al malvado Madí. Como no tiene hombres a su disposición, pide ayuda al Mayor Trapero, que se está mustiando en otra comisaría de barrio y se pasa los días resolviendo sudokus. Encantado de volver a entrar en acción, esa noche Trapero acude a casa de Toni, vestido con uniforme de gala, con todas las medallas en la guerrera... Pero pocos minutos después llegan también, montados en furgonetas, patinetes eléctricos y bicicletas, una estrepitosa multitud de matones de la CUP y las juventudes de ERC, con ánimo de linchar a Toni y a Trapero que, naturalmente, se defienden a tiro limpio...

Fuego cruzado. Los de la CUP llevan kalasc, cócteles molotov y sprays para hacer pintadas.

--¡Son muchos! ¡Nunca saldremos vivos de aquí!--dice Toni, aunque allí donde pone el ojo pone la bala y los cupaires caen que da gusto verlo.

--¡Resiste, que los piolines están al llegar! –responde Trapero, antes de ser alcanzado de un certero balazo... disparado desde la azotea de enfrente por Josep Maria Estela, que hizo un cursillo de francotirador y sacó sobresaliente.

Antes de morir, Trapero alcanza a decir:

--No te preocupes, Toni, yo tenía que caer, fijo, ya que soy el amigo del bueno, que es un personaje que siempre pringa. Sigue tú solo la investigación. Atrapa a Madí. Hazlo por mí.

--Descuida, Trapero. Atraparé a ese canalla aunque sea lo último que haga.

Desde la azotea de enfrente, Estela apunta a Toni con su fusil de alta precisión y mirilla telescópica; pero cuando va a apretar el gatillo, cae abatido por un tiro por la espalda que le pega Laia Bofarull, la mujer fatal, a la que Catarella ha dejado en libertad a cambio de ciertas prestaciones que no se ven en pantalla.

Toni Rodríguez cierra, piadoso, los ojos de Trapero, y mientras recarga su recalentada pistola, sale a la calle, sembrada de cadáveres cuperos y ercos, y masculla estas palabras:

--¡Ahora, Madí, esto ya es un asunto personal! ¡Voy a por ti!

Fin de la primera parte.

No se nos oculta el problema de que esta película --que naturalmente se rodará en catalán para pillar subvenciones-- ya la hemos visto muchas veces...

¡Ah! Catarella y Laia Bofarull, la mujer fatal, al final se casan.