Desde que Trump, con esas grandes dotes persuasivas que le adornan, ha convencido a México de que cierre el paso a los emigrantes que, arrostrando mil peligros, cruzan la frontera en camino hacia los Estados Unidos, los desdichados que escapan de estados fallidos buscan una alternativa de evasión. Cuba últimamente ha dejado de ser tema preferente en nuestra prensa y, así, pasa desapercibido el hecho de que cada semana México devuelva a la isla de los Castro a algunas decenas de exiliados, que se las habían ingeniado para escapar y llegar al Continente y se dirigían hacia el Norte, hacia la tierra de la abundancia.

Cuba está como en sus peores tiempos. Trump ha acabado con la política de tolerancia que instauró Obama, los dólares de los turistas norteamericanos ya no afluyen a la economía de la isla y, desde que Venezuela ha entrado en colapso y el petróleo que venía prácticamente gratis del país amigo ha dejado de llegar, el desabastecimiento de alimentos, de medicamentos, de gasolina, hace crecer el temor en la población --leemos en Cibercuba.com-- a que llegue un nuevo “periodo especial”. O sea, la época inmediatamente posterior a la descomposición del imperio soviético, del que Cuba había vivido parasitariamente.

Varios países centro y sudamericanos son prácticamente Estados fallidos, en quiebra, de los que quien puede escapa. De Venezuela, por ejemplo, escaparon primeros los ricos, llevándose el dinero que pudieron a Madrid. Luego se fugaron los magnates del chavismo, llevándose también sus fortunas amasadas en tiempo récord. Ahora, el que fue el país más rico de Iberoamérica es un erial del que se escapa el pueblo. Pero ya no le vale la pena intentar la aventura de Estados Unidos, pues el precio por intentarlo es muy alto --10.000 dólares cobran los llamados smugglers, los guías especializados en cruzar la frontera-- y son muchos los peligros que se arrostran en el periplo, entre ellos el de robo y asesinato a manos de los narcos.

 En cambio, un billete de avión en clase turista a Madrid o Barcelona puede costar 2.000 dólares, con la ventaja de que aquí, a diferencia de los Estados Unidos, existe la seguridad social y el idioma que hablamos es el mismo. Una vez en España, el que dispone de medio millón de euros para invertirlos en un piso consigue automáticamente la nacionalidad y el que no dispone de esa suma puede pedir asilo --56 venezolanos lo hacen cada día, según El Mundo-- o mimetizarse con el terreno, encontrando trabajo o por ejemplo casándose con un español o española; la boda sale a 1.000 o 2.000 euros pero hay que dar con el contacto, claro.

De manera que a los jóvenes africanos que se juegan la vida en las pateras para desembarcar en Europa hay que sumar a los sudamericanos. Muchos se volvieron a sus países de origen cuando se declaró aquí la crisis de 2007. A los que se quedaron habrá que sumarles todos los que se ven obligados a renunciar al sueño de Estados Unidos. Al fin y al cabo, si la población mundial pudiera elegir la parte del Globo donde preferiría para vivir, el 90% elegiría Europa. Bien, ya lo decía la famosa canción de Sisa, “Bienvenidos, pasad, pasad, mi casa es vuestra casa, si es que las casas son de alguien” .