Puigdemont siente la nostalgia de otoño. ¿Salta al terreno del pacto con España o se reserva un último cartucho? ¿Certifica la centralidad de Junts o utiliza el cargo para reorientar una nueva estrategia internacional?
Lo segundo engarzaría con sus mejores momentos del principio del exilio, la conexión rusa y el pensamiento de su núcleo económico, encabezado en la sombra por el profesor de Columbia Sala Martín, que solía decir entonces que La Caixa no podría competir por el liderazgo financiero de uno de los fondos chinos dispuestos a instalarse en la Cataluña independiente. Un sueño lejano.
El presidente de Junts sienta a su diestra al líder de Demòcrates, Antoni Castellà, el amigo del llorado Joan Rigol –seguidor de Jacques Maritain– y de Nuria de Gispert, la rama conservadora de la extinta Unió Democràtica, concomitante con el cristianismo xenófobo de la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, una Lady Macbeth de mucho trajín antimagrebí.
Puigdemont se radicaliza por la derecha y se pone firme en la unificación indepe. El viaje a la semilla obliga a Junts a poner sobre la mesa al pujolismo, pero sin mayorías absolutas.
Si a medio plazo Puigdemont quiere inspirarse en el Sur Global tendrá que distanciarse de Israel. Eso teme su mano derecha, Jordi Turull, atento al Jerusalén liberado, no de Torquato Tasso, sino de la sinagoga Maimónides de Barcelona, donde el pasado 7 de octubre se ofició un acto religioso por los muertos, en el primer aniversario del acto terrorista de Hamás, que desencadenó la lengua de fuego genocida de Netanyahu. (Ninguna palabra, en el Kaddish, sobre los miles de niños muertos en Gaza, bajo los obuses de Tel Aviv).
La clásica entente catalanoisraelí va a menos. La semana pasada, mientras Junts preparaba su congreso, en Kazán se reunían más de 30 países, con Rusia, China, India, a la cabeza, medio Golfo Pérsico invitado y la ONU de convidado de piedra. La nostalgia de otoño vuelve la vista a los No Alineados de Bandung, cuando el mundo era bipolar.
Es la última puerta internacional, hipotética y no reconocida, de un partido como Junts que languidece y que abandonará su pacto con Sánchez, “pero no por pena (caso Errejón) ni por mantener la unión de las izquierdas” con las que no tienen “nada en común”, según una alta fuente de Junts, en el congreso de Calella.
El pacto de investidura de Sánchez periclita. Mientras tanto, Junts recoge el guante de organizarse como partido y dejar de ser un movimiento; aunque varios miembros de la nueva cúpula, que no eran ni militantes de Junts hace tres días, tendrán que entenderse con una mezcla de corrientes ideológicas, empezando por los llamados posibilistas, como Jaume Giró, responsable en el partido de Fiscalidad Justa y Economía Productiva, brazo político del empresariado.
Adiós al impuesto especial a la banca y a las energéticas; se acabaron las insensatas campañas contra el Ibex 35. Cabe preguntarse ahora qué tiene que ver la imaginería internacional de Puigdemont con la previsibilidad de un partido ordenado desde la “centralidad”.