En el flamante negocio de las energías limpias menudea la suciedad. De esta palmaria contradicción dan fe dos empresas catalanas, cotizadas en el mercado bursátil BME Growth. Una es Holaluz, intermediaria de suministros eléctricos. La otra es Solaprofit, instaladora de placas fotovoltaicas.
Ambas navegan en un océano de pérdidas, se encuentran contra las cuerdas y bordean un desastre mayúsculo.
Pero vayamos por partes. La primera de las citadas, la barcelonesa Holaluz, fue promovida por Carlota Pi, Ferran Nogué y Oriol Vila, quienes conservan un paquete del 14% cada uno. Entre los minoritarios figuran la acaudalada familia madrileña Moratiel Llarena, exdueña de la transportista de pasajeros Avanza; así como Gerard Romy, fundador del grupo de derechos televisivos Mediapro.
Debutó en las pizarras de cambios en 2019, mediante una doble maniobra idéntica a la que está a punto de realizar la perfumista Puig. Articuló un trasiego de venta y emisión de papelillos, cifrados en conjunto en 40 millones, y se estrenó con una capitalización de 160 millones.
Anteayer viernes, esta ha caído a 56 millones. En apenas un lustro, dos tercios de su importe se han convertido en humo. La firma viene sufriendo acuciantes tensiones de tesorería, que le han obligado a implorar financiación adicional al Govern. Si los recursos frescos no llegan, en poco tiempo se vería abocada al colapso.
La segunda protagonista de marras, Solarprofit, tiene la sede central en Llinars del Vallès (Barcelona). Arrancó 20 años atrás impulsada por Oscar Gómez López y Roger Fernández Girona. Es líder de su especialidad en este Principado.
En 2019 se estrenó en el parquet, con un apreciable valor total de 180 millones. El viernes último se había desplomado a sólo 4,2 millones. Es decir, desde el lanzamiento su cotización se ha hundido un atronador 97%. El castañazo que experimenta la entidad es antológico.
El pasado septiembre despidió a 275 trabajadores. Días atrás volvió a la carga y anunció el licenciamiento del 90% de la plantilla que todavía le quedaba, o sea que ha puesto de patitas en la calle a otros 580 empleados.
Estas cribas masivas se deben a que la demanda se ha frenado en seco y, además, la competencia arrecia. En consecuencia, Solarprofit no tiene más remedio que abandonar el meollo de su actividad, consistente en proveer y montar paneles solares en los domicilios particulares y en las industrias. De ahora en adelante, habrá de subcontratar esas labores a terceras sociedades.
Para rematar la faena, Solarprofit ha instado un preconcurso de acreedores, que es la antesala de la quiebra. Consigue, así, el amparo judicial para frenar la embestida de sus bancos financiadores. Pero las agujas del reloj corren a toda velocidad y el tiempo apremia. Dispone de un plazo improrrogable de tres meses para pactar con los prestamistas un calendario de pagos de las deudas.
Si no logra su aquiescencia, la única salida que le queda es la declaración de fallido, que entraña la intervención judicial de sus operaciones mercantiles.
Los reseñados infortunios de Holaluz y Solaprofit arrojan, en estupefaciente contraste, unos claros ganadores. No son otros que los creadores-propietarios de ambas corporaciones.
Ocurre que al colocar una parte de sus respectivas instituciones entre los inversores como si fuera oro en barras, se llevaron a la faltriquera una millonada que pasó directamente a nutrir sus cuentas personales. En cambio, la inmensa grey de quienes confiaron en ellos y picaron el anzuelo, encaja un quebranto devastador.
De estos episodios se desprende que en el agitado mundo de la bolsa no es harina todo lo que blanquea y de vez en cuando se cuelan auténticos chicharros.
Los ahorradores harían bien en tentarse la ropa antes de arriesgar su dinero en aventuras que prometen beneficios suculentos y luego acaso resulten un fiasco de tomo y lomo. Holaluz y Solaprofit son dos elocuentes botones de muestra de que no todo el campo bursátil es orégano.