Carlota Pi
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Holaluz es un paradigma de lo que se puede llegar a conseguir con políticas que fomenten el emprendimiento, el impulso de buenas ideas, que suelen dar como resultado la creación de puestos de trabajo y estables y, por lo tanto de riqueza. Sin embargo, un buen número de estos buenos proyectos no supera sus primeros años de vida por no ser capaz de adaptarse a un nuevo escenario, aquel en el que ya no es una startup con mínimas pretensiones y que vive prácticamente al día.
La comercializadora energética ha hecho muchas cosas bien, pero los números y sus primeras consecuencias, plasmadas sobre todo en el ERE de finales del pasado año, demuestran que quizá trató de tragar más de lo que podía masticar. Los planes ambiciosos deben contar siempre con un cierto respaldo y una previsión de riesgo, dado que muchas veces los cambios de escenarios son repentinos y, por lo tanto, imprevisibles.
Ya ocurrió en su día con el sector inmobiliario y, en los últimos trimestres, también se habla de una cierta burbuja en al área de las renovables, donde en muchos casos se ha manejado un horizonte de crecimiento infinito en un sector tremendamente complejo, muy sujeto a cambios regulatorios y a la influencia de la geopolítica.
Factores que en ningún caso están bajo el control de los los gestores, por ávidos y experimentados que sean. Una lección que Carlota Pi, Oriol Vila y Ferrán Nogué, los fundadores de Holaluz, junto a su equipo directivo, deberían tener en cuenta para una próxima ocasión, ahora que podría haber llegado la hora de ceder el testigo con vistas a salvar la iniciativa tan positiva y admirable que tuvieron en su momento.