De los mismos autores de la traslación de nuestra realidad al metaverso viene ahora el dominio de la humanidad por las máquinas. Si hace un año nos decían que quien no comprase un terreno en el metaverso perdía la oportunidad de su vida, hoy esa burbuja se ha pinchado y la empresa que más empujaba por este espacio virtual ha comenzado a plegar velas, despidiendo, de momento, a más de 20.000 empleados en dos oleadas. Con la inteligencia artificial de uso general puede ocurrir algo parecido.

Las grandes tecnológicas pelean con todas sus fuerzas para dominar, idealmente para ellos monopolizar, cada nuevo mercado: la nube, metaverso, inteligencia artificial… y para hacerlo no solo lanzan a sus ingenieros para ser los mejores técnicamente, sino que, también, engrasan toda su maquinaria de propaganda para que los usuarios literalmente no puedan vivir sin participar de la nueva moda. Ahora le toca a la inteligencia artificial.

La inteligencia es una facultad privativa del ser humano gracias a la cual podemos aprender, entender, tomar decisiones y sobre todo construirnos una idea propia de la realidad, además de tener un irrenunciable sentido de la singularidad. Los ordenadores son máquinas fundamentalmente tontas, pero que hacen operaciones simples de una manera tan extraordinariamente rápida que nos parecen mucho más “listas” de lo que son. Es algo parecido a los prestidigitadores, sabemos que todo tiene truco, pero los que son buenos de verdad nos hacen creer que ellos sí hacen magia. Ser inteligente implica no solo realizar operaciones, sino tener conciencia de la propia existencia, y ese punto está lejos de ocurrir, al menos con las aplicaciones de feria a las que ahora tenemos que suscribirnos para no quedarnos atrás.

La inteligencia artificial es algo tan antiguo casi como el nacimiento de los ordenadores. El lenguaje de referencia, Lisp, el segundo más veterano justo después del nacimiento de Fortran, se formalizó en 1959. Todos recordamos al ordenador HAL de la película de Kubrick rodada en 1968, ancestro de las aplicaciones de hoy. Pero el adanismo que nos envuelve acaba de descubrir la inteligencia artificial, cuando en realidad se ha dejado seducir por unas cuantas aplicaciones comerciales para tratar de sacar partido a los miles de millones invertidos en ella.

Lo que ahora nos meten por los ojos son aplicaciones más o menos aparentes que buscan información por internet, la agregan y sueltan un discurso bastante gracioso, siempre y cuando nos guste lo políticamente correcto y lo woke. Pero de hacer un trabajo para el cole o redactar un currículum a ser dominados por las máquinas hay un trecho.

Hoy por hoy no nos sorprende ver a un robot soldando la carrocería de un coche o realizando la voladura controlada de un explosivo. Desde que el hombre es hombre ha ido inventando artilugios para deshacerse de trabajos penosos. Los ordenadores hace tiempo que ayudan al hombre en sus tareas y ojalá nos liberen de los trabajos más repetitivos y tediosos, siempre y cuando encontremos alternativas para que las personas no vayan al paro, claro. Los trabajos de corta y pega, que son muchos, pueden acabarse con la ayuda de los ordenadores, sin duda. Pero para los complejos aún falta mucho tiempo. La gran duda es si esta nueva productividad la podremos absorber sin romper más nuestra maltrecha sociedad. El trabajo puede acabar siendo un lujo, lo cual no es esencialmente malo para una sociedad que envejece por momentos.

La inteligencia artificial seria la tenemos por todos lados, el problema es si debemos dejar las riendas de las decisiones a una máquina. Las máquinas nunca nos robarán las decisiones, seremos, en su caso, nosotros los que inconscientemente se las hayamos delegado. Hoy los sistemas de ayuda a la conducción son maravillosos, pero no podemos fiarnos de los coches autónomos en todos los escenarios. Los aviones, que hace mucho tiempo que tienen piloto automático, requieren de dos pilotos para tomar las pocas decisiones complejas que hay en un vuelo, ya que el resto del tiempo lo guía un ordenador. Imaginar qué ocurriría si el control de las armas nucleares estuviese en manos de un ordenador da escalofríos, pues la guerra se sustenta en la desinformación y la propaganda. Un ordenador no es capaz de saber qué es un farol y qué no, y muy probablemente apretaría el botón nuclear antes de tiempo con resultados impredecibles.

Los ordenadores son parte consustancial de nuestro quehacer. Cada día los utilizamos más, pero su capacidad está lejos de reemplazarnos, siempre y cuando no queramos claro. Las distopías, de momento, quedan en los libros y en las series de televisión. Pero en cualquier caso la inteligencia artificial se ha convertido en otro elemento para meternos el miedo en el cuerpo y poder manipularnos un poquito más.