Frente al estado de cosas perfilado por la desintegración de las fuerzas del procés o la autodestrucción dinástica del pujolismo la gran anomalía de la política en Cataluña es la inexistencia de un bloque de oposición en el centro. Más que hurgar en los agravios, una fórmula de futuro sería la defensa de lo que el secesionismo postpujolista y el populismo de Ada Colau han optado por anular: la Constitución, el sistema, el pluralismo crítico, 1978, la solidez económica o los valores de la comunidad cohesiva.
Por eso son sugestivas las iniciativas tendentes a dar músculo y nervio a lo que por ahora se prefigura --por ejemplo-- en “El manifiesto constitucionalista”, al que quien esto firma ha dado su apoyo. Dotarlo de resiliencia no es un empeño fácil porque es más fácil destruir que construir pero el constitucionalismo amplio tiene a su favor, más allá del ensimismamiento o eclipse de unos u otros partidos, que la ciudadanía instintivamente prefiere la unidad y la claridad, después de tanta confusión.
Para desplegar esa confluencia constitucionacionalista, las siglas en curso pueden representar un encontronazo que malgastará muchas energías cuando en realidad lo que cuenta es la suma nítida de las voluntades individuales y no los intereses estáticos de partidos caídos en la refriega electoral. Eso no significa la anulación de esos partidos sino que den paso a otra forma de enfrentarse a lo que queda del procés. Ese movimiento, liga, bloque o incluso futuro partido erraría si se dejase absorber por las siglas existentes en lugar de proyectar su propio horizonte. En fin, se trata de dar sentido a un lenguaje de futuro tras el diagnóstico racional y severo del presente que rige ilógicamente las instituciones públicas de Cataluña. De lo contrario se reincide en un momento seudoideológico y presentista.
Según el calendario electoral, la próxima gran batalla es el Ayuntamiento de Barcelona. ¿Cómo es posible reparar los destrozos de Ada Colau y al mismo tiempo articular una alternativa seria postprocés? Evidentemente ese es un objetivo inalcanzable para unos partidos constitucionalistas noqueados en las elecciones autonómicas. Hace falta innovar, recurrir a la imaginación política, conjugar estrategias con ejes compartibles.
A pesar de que la sociedad opte por la indiferencia después del procés, existe una alternativa de componentes muy sólidos: el orden y la ley, la carta magna, un cierto consenso tarradellista, imparable iniciativa económica a pesar de todo, la marca Barcelona y la matriz del centrismo. Es la Barcelona del Prat, de las startup, del Hermitage, la contraimagen de TV3.
Por lo demás, una amplia concentración constitucionalista podría ser la palanca más efectiva para dar el debido espacio a la presencia del Estado en Cataluña. Por esta y otras tantas razones es hora de crear redes inclusivas para el constitucionalismo y dejar de lado los anquilosamientos partidistas.