Hay dos elementos muy inquietantes del momento actual. Primero, comprobar hasta qué punto el discurso del odio ha penetrado en una parte significativa de la sociedad catalana, lo cual conduce a tolerar o justificar la violencia. Lo explicaba José Antonio Sorolla desde estas páginas el domingo pasado. Hay un peligrosísimo caldo de cultivo que bebe de esas apelaciones, siempre ambiguas, a ir más allá de la desobediencia civil y la protesta pacífica en boca de líderes independentistas como Jordi Cuixart o Elisenda Paluzie. La presidenta de la ANC defiende abiertamente ya la conveniencia e interés de los disturbios porque “hacen visible el conflicto“ a nivel internacional y atribuye la responsabilidad de esa violencia al Estado por “no querer negociar”. Laura Borràs, portavoz de JxCat en el Congreso, suscribe esas palabras. Y en ERC nadie las ha condenado. Este tipo de análisis, amplificado por tertulianos como Pilar Rahola o Antonio Baños que hablan de “fuerzas de ocupación” en Cataluña, no augura nada bueno.
Este lunes, el dibujante Toni Batllori en su tira cómica en La Vanguardia, se reía de los ciudadanos constitucionalistas que el domingo pasado se habían manifestado en la convocatoria de SCC, y que reclamaban su derecho existir. En la viñeta aparece el tradicional ninot con barretina roja que contesta “desde luego, ya lo sabemos”, para inmediatamente señalarlos como hijos del “papá de la sentencia”, o sea, del “Estado”, en cuyos pantalones se agarra el manifestante constitucionalista empequeñecido, como pidiendo protección. O sea, Batllori les niega que sean catalanes o, a lo sumo, catalanes bastardos, hijos de un agente represor. Muchos pensarán que es solo un jajajaja, y que no se puede censurar un tira cómica. El problema es que este tipo de humor banaliza el odio hacia el discrepante, alimenta el fanatismo y también, se quiera o no, la violencia.
El segundo elemento de inquietud es que no hay moderados en el separatismo, ni interlocutores fiables. Pensar lo contrario es llevarse a engaño. Porque ser moderado no es lo mismo que ser pragmático, aunque tendamos a confundirlo. Lo primero define la esencia del pensamiento político, es continente, lo segundo es contingente, meramente instrumental. Que ERC pueda apostar ahora por un cierto posibilismo y rechace poner fecha a un nuevo referéndum, a diferencia de Quim Torra y los suyos, no rebaja un ápice su radicalismo. Además mantiene su análisis sobre quiénes son los auténticos catalanes, que no se aleja demasiado de lo que piensan al respecto en JxCat. El sábado pasado, Pere Aragonès, probable sucesor de Oriol Junqueras como candidato a la presidencia de la Generalitat, en la reunión de alcaldes en el Palau para protestar contra la sentencia del Supremo, negó que este fuera “un conflicto entre catalanes”, porque el amplio rechazo en los ayuntamientos al fallo judicial había demostrado, afirmó, que “Cataluña es un solo pueblo”. El vicepresident del Govern se olvidó de consignar que, a excepción de Barcelona, el resto de municipios del área metropolitana no ha aprobado mociones, y que los alcaldes reunidos en esa nueva “ceremonia de la vara” (idéntica a otra que ya hubo en el 2017), no representan ni a la mitad de la población. Si Aragonès fuese un moderado reconocería que el procés ha roto la convivencia y causado una profunda división.
Una cosa es que ERC opte por al posibilismo, lo cual está aún por ver. Sus dirigentes han sido los más críticos con la actuación de los Mossos estas últimas semanas, impusieron anteriormente un absurdo veto a que Miquel Iceta fuese presidente del Senado, y meses atrás fueron los primeros en presentar una enmienda a la totalidad de los presupuestos generales que acabó en el anticipo electoral de abril. Pero es cierto que a veces parece que desearían reconducir políticamente la situación lejos del irredentismo de Quim Torra y Carles Puigdemont. Pero no es más que una táctica coyuntural para imponerse electoralmente a JxCat y ganar tiempo en su estrategia de “ensanchar la base”, a la espera de una nueva ventana de oportunidad para el envite secesionista. No hay que dejarse confundir por sus ambiguas palabras. Recordemos la imagen de hombre dialogante que proyectaba Oriol Junqueras como vicepresidente del Govern de Puigdemont, pero que fue incapaz en 2017 de apostar por una salida posibilista, para gran decepción de muchos empresarios y de la propia Soraya Sáez de Santamaría. La triste realidad es que no hay nadie fiable en el otro lado. No hay moderados en el independentismo.