El procés no ha sido tan negativo como muchos creen. Ha tenido algunas consecuencias beneficiosas para el futuro de Cataluña y del resto de España. La principal de ellas es que ha servido para desenmascarar buena parte de los mitos difundidos durante décadas por el nacionalismo catalán y comprados sin vacilar por el constitucionalismo buenista.

Ahora todo el mundo sabe ya que el independentismo catalán no es precisamente un ejemplo de pacifismo. Ahora todos sabemos que el Estado español no es tan débil como parecía. Ahora todos los independentistas saben que jamás se celebrará un referéndum ilegal y que la secesión unilateral es imposible. Ahora todos los soberanistas saben --lo confirma el atronador silencio de la comunidad internacional a su reclamación-- que Cataluña no tiene derecho a la autodeterminación --entendido este como un derecho a separarse del resto de España--. Ahora el 155 ha dejado de ser un tabú que hacía temblar a todos los Gobiernos. Ahora los partidos de ámbito nacional y la justicia saben que aplicar la ley sin complejos es siempre la mejor solución para enfrentarse a los que desafían el orden constitucional. Y ahora toda España sabe que ceder ante el nacionalismo es el mayor error que se puede cometer.

Pero, por encima de todo, hay una cuestión que ha quedado muy clara en estos años: Cataluña no es un solo pueblo.

Así lo proclamó con nitidez y contundencia el presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez, el pasado 18 de octubre durante una rueda de prensa desde Bruselas. Así lo reiteró el máximo dirigente del PP y líder de la oposición, Pablo Casado, tres días después en una visita a Barcelona. Y así lo vienen certificando las urnas y las movilizaciones ciudadanas de los últimos años, como las celebradas el pasado fin de semana en la capital catalana.

El lema sobre el que el catalanismo ha construido su discurso durante decenios era una falacia. La piedra angular del nacionalismo era una simple excusa para asimilar a media Cataluña, aquella que no estaba dispuesta a renunciar a su identidad. No era más que un argumento simplista y populista acuñado por Josep Benet, abrazado por Paco Candel y utilizado por Jordi Pujol para dinamitar cualquier obstáculo que se encontrase su proyecto homogeneizador de la sociedad catalana.

Con el pretexto del “un sol poble” se puso en marcha y se mantiene el sistema de inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán, la mayor aberración cultural perpetrada en una democracia occidental en décadas. Con el pretexto del “un sol poble” se ha borrado del espacio público cualquier símbolo de pertenencia a España. Con el pretexto del “un sol poble” se ha señalado y avergonzado a cualquiera que se atreviese a reivindicar abiertamente un sentimiento de identidad compartida --catalana y española-- colocándole con éxito la etiqueta de facha. Con el pretexto del “un sol poble” los gobiernos nacionalistas han convertido los medios de comunicación públicos y concertados en meros instrumentos de propaganda. Con el pretexto del “un sol poble” se ha acusado de atacar a Cataluña a todo aquel que se ha rebelado contra el omnipresente credo nacionalista, con efectos demoledores --en no pocos casos, causando su muerte civil--.

Pero la resignación ante todo eso ha empezado a cambiar gracias al procés.

Las apelaciones a la diversidad y la pluralidad de España han sido un lugar común de todos los discursos políticos desde la recuperación de la democracia. De hecho, la propia Constitución habla de los “pueblos de España” en su preámbulo para referirse a ellas.

¿Por qué lo que es bueno, adecuado y conveniente para España no va a serlo para Cataluña?

La Cataluña no nacionalista no parece dispuesta a seguir tragando quina sin rechistar. Reconocer, asumir y respetar que Cataluña no es un solo pueblo, sino dos comunidades con identidades claramente diferenciadas, es el primer paso para tratar de reconstruir la convivencia envenenada por el nacionalismo hasta su aniquilación. Cualquier proyecto de futuro deberá edificarse sobre esta realidad o estará condenado a fracasar.