El próximo 21 de octubre se celebrarán elecciones para la presidencia del Círculo Ecuestre. Dos candidatos pugnan por la victoria en un proceso que, a falta de diferencias programáticas, se caracterizará por la repulsa del otro y por solemnizar los matices que les separan. La convocatoria ha despertado un cierto interés en los medios barceloneses y así ha sido también en Crónica Global, que no ha escondido su estupor por la pugna.

Las elecciones, si atendemos a lo que diariamente sucede alrededor, aparecen poco más que irrelevantes, pero, sin embargo, resultan paradigmáticas de nuestro mundo convulso y desorientado. Unos procesos electorales que también se dan en la mayoría de entidades similares, como fue el caso bastante reciente del Círculo del Liceo.

Parece como si solo resultase democrático aquello que pasa por las urnas. El voto como principio y fin. Sin embargo, creo que el sentido más propio de la democracia se refleja de formas diversas en una sociedad abierta. Así, tan democrático y sensato es elegir un parlamento a través de las urnas, dada la diferencia programática entre unas y otras alternativas, como avanzar por la vía del consenso en entidades que responden a un objeto claro y definido, con muy escaso margen de maniobra para quien las gobierna.

Es de agradecer que en las elecciones a la presidencia del Ecuestre los candidatos no tienden a alinearse con una u otra opción política. Es lamentable cómo en Cataluña, en procesos electorales en entidades sociales, colegios profesionales o clubs deportivos, los candidatos --a menudo incapaces de diseñar proyectos atractivos de futuro-- buscan diferenciarse por sus posicionamientos partidistas en el eje independentista/constitucionalista. Una confusión generalizada que, de manera singular, se da en los mecanismos de elección de rectores y equipos de gobierno de las Universidades que, revestidos de democracia directa, tienden a favorecer a quien domina las artimañas políticas.

La democracia es una manera de entender la vida en común y la gestión de los intereses colectivos, que se ejerce día a día y cuya forma debe responder a la personalidad de aquellos a los que se dirige. Por ello, lo que en ocasiones se quiere interpretar como el ejercicio supremo de la democracia, las urnas, no hace más que esconder el fracaso: la incapacidad por articular una alternativa de consenso. Para una entidad con una función social muy definida, la prioridad es diseñar un equipo de gobierno que responda al sentir del conjunto de asociados, sin la necesidad de pasar por las urnas, forzando fracturas tan innecesarias como contraproducentes.

En cualquier caso, consuela pensar que el acoso y derribo de las formas tradicionales de gobierno, la democracia representativa en la política y el consenso en las entidades privadas, no es exclusivo de radicalismos de todo tipo. También de los colectivos acomodados y conservadores. Una versión del dret a decidir.