Pensamiento

Apaguemos las bambalinas y bajemos el telón

29 octubre, 2015 00:00

La obra se acaba señoras y señores, como si de una tragedia griega se tratara. Todo está ya preparado para que se apaguen las luces del escenario y el telón lentamente baje hasta ocultar la última estática escena; y las diferencias con el teatro clásico son que nadie aplaudirá, los actores no saldrán a recibir el homenaje y el público asistente irá dócilmente dejando vacías las sillas del público.

Fue el Primer Acto el desafío al Estado y al conjunto de la nación española, no solo con la independencia, la secesión o la desconexión, sino con la amenaza de insumisión, desobediencia e incumplimiento de nuestra Carta Magna

Ha sido una obra trágica en varios actos en los que al final de cada uno se vislumbraba una cierta esperanza de que algo ocurriera en el guión, que pudiera modificar el desenlace. Pero no ha sido así y, como en la Numancia de Cervantes o Antígona de Sófocles, el destino está escrito y cumplirá estrictamente su función.

Fue el Primer Acto el desafío al Estado y al conjunto de la nación española, no solo con la independencia, la secesión o la desconexión, sino con la amenaza de insumisión, desobediencia e incumplimiento de nuestra aplaudida y eficaz Carta Magna, pese a que quizás necesite una cierta reconsideración. Es la que tenemos y todos debemos cumplir. Acabó el Primer Acto bajándose el telón mientras los actores permanecían inmóviles, brazos y bastones en alto, en actitud desafiante y la mirada altiva de la provocación.

El Segundo Acto es convulso con gritos, amenazas, consultas, votaciones, falsas alianzas y levantamientos populares dirigidos y orquestados por cínicos líderes con únicamente personales intereses identitarios, simplemente para asustar al pueblo llano. Pero mientras toda esa algarabía va progresando en el guión, en un rincón de los mutis se pueden ver grupitos de oscuros lacayos comerciando e intercambiándose las bolsas repletas de monedas de oro, de forma camuflada y truculenta; cruzando tan solo miradas cómplices y furtivos guiños con los actores protagonistas del vociferio y la confusión. Y a todo esto, en lo alto del escenario, confundidos con el telón de fondo, se puede observar unas figuras que, en su aureola y como convidados de piedra, observan y anotan la escena y su evolución. Acabándose el Acto con el ensordecedor ruido del griterío y el pataleo de la revolución.

La primera escena del Tercer Acto representa la confusa desolación y regusto amargo que deja el enfrentamiento, agotada la energía, exhausto el corazón y perdida el alma

La primera escena del Tercer Acto representa la confusa desolación y regusto amargo que deja el enfrentamiento, agotada la energía, exhausto el corazón y perdida el alma. En donde los personajes se mueven lentamente, como autómatas, buscando apoyos donde no los hay ni jamás los hubo, aunque manteniendo aquella mirada de la codicia del poder que deja adivinar ya nuevas maquinaciones y maldades que superan una vez más a la agotada masa de población, para volver a erigirse en los nuevos salvadores en el caos, mientras blanden los bastones del poder y ondean falsas banderas, en un nuevo desafío al orden natural que, poco a poco, se hubiera podido producir en la escena.

Pero el guión sigue y se sellan acuerdos imposibles entre otrora feroces enemigos, empujando a nuevos y oscuros personajes a ponerse en primera fila y dar la cara mientras las pérfidas sonrisas de los protagonistas inundan la escena transmitiendo al público el anuncio de la victoria de la maldad. Mientras, a la vez, se observan en los laterales pequeños grupos intentando recomponer su dignidad con suaves murmullos, pues sus voces quedan ensordecidas por el feroz y apabullante griterío de la masa de nuevo enardecida en la lucha por la revolución, el desacato y la desobediencia. Y este Tercer Acto acaba de nuevo en la exaltación de la masa y el pataleo, con la sutil diferencia de que los grupitos de truhanes con sus bolsas repletas de oro, se acercan al centro del escenario para susurrar informaciones al oído de los protagonistas, mientras los observadores en lo alto del telón de fondo se van, poco a poco, acercando a la escena ofreciendo destellos de actividad y luces de justicia.

Da comienzo el Cuarto Acto con los observadores perfectamente definidos e iluminados, presentando ante sí los grandes montones de sacos de oro y residuos malolientes, mientras los protagonistas, aún desafiantes, niegan la evidencia intentando esconderse entre sus, cada vez más, mermadas huestes como queriendo desaparecer y esfumarse del teatro. Mientras que aquellos pequeños grupos, recuperada ya su dignidad y voz, acusan, señalan e increpan a quienes han alimentado durante toda la obra, tanto sufrimiento y engaño, amparándose además en el poder y la mentira, con la valentía de saberse amparados por la justicia y la verdad. Los observadores, convertidos ya en los protagonistas, sostienen firmemente la balanza de la Ley y la Justicia, con los pesados legajos que contienen las irrefutables pruebas de la corrupción, el robo, la mentira y la traición al ordenamiento establecido.

Cambian en este Acto las actitudes y adornos de quienes el guión les otorgaba el lujo del poder y los brillos de falsas deidades, quedando relegadas a aquellas que reciben el desprecio de la gente que finalmente ejerce su derecho de mirarlos cara a cara

Cambian en este Acto las actitudes y adornos de quienes el guión les otorgaba el lujo del poder y los brillos de falsas deidades, quedando relegadas a aquellas que reciben el desprecio de la gente que finalmente ejerce su derecho de mirarlos cara a cara, al mismo nivel, como quien mira al truhán tramposo, atrapado con las manos en la masa. Protagonistas otrora omnipotentes agarrando con sus manos los barrotes de la celda con sus trajes a rayas o libres algunos arrastrándose por los rincones del desprecio, mientras la buena gente del pueblo llano muestra orgullosa su recuperada dignidad.

Y así baja el telón para volver a abrirse en un epílogo de un Quinto Acto, breve y demostrativo, en el que un coro de plañideras adjuntas al poder, se lamentan entre desesperados gritos y ríos de lágrimas arrastrando su túnicas, antes impolutamente blancas, por el fango donde habitan harapientos personajes que imploran un ápice de piedad desde su rincón; mientras la sociedad vive ya la calma de la normalidad.

Es la imagen corta y final de la tragedia en la que en los clásicos se hubiera incluido el suicidio de los protagonistas o un holocausto masivo de la sociedad y que en nuestros tiempos puede representar el desprecio, la humillación y el repudio, mientras las estructuras de convivencia social restañan sus heridas abiertas después de tanta energía perdida.

Esto es, ni más ni menos, el final de una tragedia en Cinco Actos que jamás se hubiera tenido que escribir; y que para que no se me condene al fuego eterno, apelaré a la tabla de salvación de Erasmo de Rotterdam: “Si fue quizás Sófocles quien lo escribió, y no yo".