T.S. Eliot, nuevas mitologías
Una traducción de ‘The Waste Land’ firmada por Sanz Irles y un ensayo de Jaime Siles, publicado por Athenaica, dotan de nuevas interpretaciones la obra de T.S. Eliot
2 enero, 2021 00:10Sólo los escritores auténticamente grandes admiten interpretaciones y esa forma de fecundidad cultural que son las herejías literarias. El universo de desviaciones, controversias y traslaciones que acompaña a los mejores libros. Un texto clásico, sin embargo, nunca cambia; lo que varía con recurrencia es el significado concreto que cada generación –la suma de los distintos individuos que comparten un tiempo determinado– otorga a algunas obras. Signo inequívoco de este fenómeno es el viejo arte –tan sublime como escasamente valorado– de la traducción, que obra el prodigioso milagro de verter en una lengua ajena lo que –sobre todo si se trata de poesía– fue enunciado por vez primera en otra distinta, la auténtica.
The Waste Land, el gran poema de T.S. Eliot, un norteamericano de estirpe aristocrática –en una nación sin nobles ni reyes– que decidió convertirse en un caballero monárquico anglicano británico, haciendo verdad el dicho que asegura que cada hombre es el autor de su propio destino, cuenta con una veintena de traducciones al español. De entre ellas hicieron escuela las rubricadas por José María Valverde, Claudio Rodríguez y, más recientemente, la de Andreu Jaume, a quien debemos la traslación para Lumen de la obra lírica de Eliot y una excelente antología –La aventura sin fin– de su abundante obra crítica, un corpus capital para poder entender sus creaciones, profundizar en sus influencias y saborear la impertinencia con la que logró condicionar la interpretación de la literatura en inglés de su tiempo.
Se suma ahora a esta estirpe de exégetas de Eliot el escritor y traductor valenciano Luis Sanz Irles, un espíritu renacentista que vive (como Robert Graves) en el campo, entre olivos milenarios, y que ha recorrido el mundo –Estados Unidos, Holanda, Italia– para instalarse en Málaga, donde escribe novelas –Una callada sombra, Tulipanes y delirios– y durante los dos últimos dos años y medio se ha dedicado, con una devoción ejemplar, a la tarea de sacar oro del universo eliotiano. Su nueva versión de The Waste Land, publicada por la editorial Olé Libros con prólogo de Ernesto Hernández Busto y un epílogo (sentimental) de José Antonio Montano, rinde tributo al poema de Eliot, que leyó en su infancia, a través de una excelente traslación sonora, muy atenta al ritmo –el secreto de la poesía–, la prosodia y las técnicas de fragmentación e intertextualidad que identifican a The Waste Land.
El escritor y traductor valenciano Luis Sanz Irles.
Con la ayuda de Ezra Pound, “il miglior fabbro”, que transfiguró la versión inicial del texto en los 434 versos que forman la edición príncipe, Eliot construyó un extraño canto a la decadencia del mundo moderno, publicado en 1922 –hace ahora casi un siglo, al mismo tiempo que moría Marcel Proust y James Joyce escandalizaba con su Ulysses–, que es la Summa Theologica del poeta norteamericano más importante de su época y una defensa del retorno (actualizado) a la tradición literaria occidental, hecha además mientras sus pares abogaban por el minimalismo expresivo de las minúsculas experiencias de lo cotidiano.
The Waste Land es un pachtwork de imágenes prodigiosas –“fear in a handful of dust”, “violet hour”, “April is the cruellest month”, “the drowned Phoenician Sailor”– articulado en cinco partes. El poeta norteamericano, inspirándose en la leyenda del Grial, nos habla de la sequedad de una civilización destrozada por la Gran Guerra, proyectada sobre el escenario putrefacto de un Londres sonámbulo –“Unreal City”– donde la devastación se ha hecho con el dominio de un mundo que ha perdido la conexión con sus raíces metafísicas.
En sus versos se mezclan distintas voces, ánimos, ánimas, referencias constantes a los grandes poemas occidentales –con Dante en el centro del canon–, y un dominio de los recursos de la objetivización, la distancia y la contención, en coherencia con la teoría de Eliot de superar la herencia romántica mediante la suma del rigor renacentista, la herencia de los poetas metafísicos y el simbolismo francés. A pesar de ser un poema de inspiración vanguardista, escindido, su comprensión, mucho más intensa gracias al contraste con las retóricas que le anteceden, exige el dominio de la métrica y sus desviaciones, con frecuencia menospreciadas en otras traducciones.
Sanz Irles, en cambio, ha elegido recuperar esta magna sonoridad oracular en su versión. Lo explica en su nota bene, donde recuerda que el 32% de los versos del poema contienen rimas, irónicas, irregulares, caprichosas y libérrimas, insertadas dentro de versos libres. Esta estructura fónica es algo así como el tercio de la muerte para muchos traductores. Pero el escritor valenciano, que consiguió los derechos de traducción del libro tras dos años de negociaciones con los herederos de Eliot, que han terminado bendiciendo su traslación, no se arredra fácilmente y torea el morlaco del pentámetro yámbico con oficio e intuición.
Por eso, acogiéndose a Martin Duffell, una autoridad en la materia, en su versión asume el riesgo de salirse del ilustre rebaño que lo antecede –“O O O that Shakespeheran Rag / It´s sin elegant / So Intelligent”– y, con la valentía de los grandes aviadores acrobáticos, proclama que traducir a Eliot implica necesariamente metatraducirlo; esto es, trasladar no sólo la literalidad estricta de sus versos, sino también la interpretación previa que el largo río de las traducciones anteriores ha ido dibujando a lo largo del tiempo, y en el que incluye también a los lectores, los únicos con el privilegio de validar o cuestionar esta versión que nos devuelve al Eliot que compuso la melodía del desarraigo moderno.
Un ejercicio de exégesis equivalente, pero tocado en otra clave distinta, es el que Jaime Siles, catedrático de Clásicas en Valencia, hace en Un Eliot para españoles (Athenaica), un brillante ensayo, lleno de erudición e inteligencia, sobre el talento individual –por decirlo a la manera de Eliot– que el poeta norteamericano muestra (Premio Nobel aparte) en su luminosa e insolente obra crítica y poética. Siles recurre a su figura intelectual para hacer una reflexión mucho más amplia, y llena de sustancia, sobre cómo la sociedad actual ha vuelto la espalda a las ideas capitales de la tradición y la educación clásica, pilares del pretérito que es objeto del lamento cubista en The Waste Land, donde se llora con un lenguaje poético que aspira a resucitar a los clásicos a través de un idioma nuevo, el habla contemporánea.
Carátula de la edición príncipe de The Waste Land, editada por Horace Liveright en Nueva York en 1922
“El uso poético de la lengua coloquial de su tiempo es una de las innovaciones formales de Eliot en The Waste Land y lo que, en parte, explica su inmediato éxito”, escribe Siles, que desmiente (haciendo un recorrido por el prosaísmo practicado por el poeta norteamericano) ese lugar común que lo describe como un escritor elitista, “una falacia”, o, más bien, el malentendido de una época que ha dejado de entenderse a sí misma al desgajarse de la rueda de su propio tiempo cultural.
Sobre la vigencia de esta lectura de Eliot, no cabe la más mínima duda. El cataclismo que expresa su poema tiene casi un siglo pero, de forma paralela, es también el que vivimos quienes habitamos la hora presente, una época de pandemia no sólo sanitaria, sino cultural. El mensaje de Siles resulta, en este sentido, mucho más que pertinente. Es exacto: para poder reconocer –y entender– nuestro instante necesitamos utilizar la mirada, el gran angular, de aquellos que nos precedieron, sobre todo, en los momentos de las grandes desgracias. Porque –dicho está por Tolstói– la alegría siempre es nueva, o así la sentimos cuando la experimentamos en primera persona, pero la calamidad, que cuando llega parece cosa ajena, es la única permanencia de la existencia. Y su costumbre más invencible.
Sobre la vigencia de esta lectura de Eliot, no cabe la más mínima duda. El cataclismo que expresa su poema tiene casi un siglo pero, de forma paralela, es también el que vivimos quienes habitamos la hora presente, una