El destripador de Yorkshire
El documental de Netflix es ejemplar hasta el último capítulo, en el que se echa a faltar escuchar las palabras del autor
2 enero, 2021 00:00A efectos narrativos, el mal siempre gana por goleada al bien. Entre una película de Hannibal Lecter y una biopic de la madre Teresa de Calcuta, todos optamos en masa por el maldito caníbal. Los crímenes reales también captan más nuestra atención que cualquier buena obra, por admirable y enternecedora que resulte. De ahí que un servidor de ustedes se haya tragado en dos noches consecutivas la miniserie de Netflix The Ripper (El destripador), documental en cuatro partes sobre las tenebrosas andanzas de un sujeto llamado Peter William Sutcliffe que, entre 1975 y 1980, mantuvo en vilo a toda la policía británica con sus asesinatos de prostitutas, que tanto recordaban a los del victoriano Jack el Destripador, cuyo nombre heredó gracias a la prensa de la época y a las cartas y grabaciones que un imbécil que no había matado a nadie se dedicó a enviar a las fuerzas del orden y que solo sirvieron para despistar a éstas más de lo que ya lo estaban. El señor Sutcliffe estuvo entre nosotros hasta hace muy poco, por cierto: falleció el 13 de noviembre de 2020, a causa del coronavirus, en el manicomio donde moraba prácticamente desde que le echaron el guante (su breve paso por el trullo casi le cuesta su lamentable vida en su momento).
The ripper es un documental ejemplar hasta el último capítulo, en el que se echa a faltar, una vez detenido el asesino, escuchar sus propias palabras en la correspondiente entrevista. Es el único punto negro de una reconstrucción pormenorizada de los hechos, que incluye la participación de hijos de las víctimas (un total de 13 mujeres perecieron a base de martillazos y puñaladas y algunas de ellas ni siquiera se dedicaban a la prostitución), periodistas que siguieron el caso y policías involucrados en la investigación. La ineptitud policial, por cierto, queda muy clara en el documental, donde se puede apreciar que los mandos no estuvieron precisamente a la altura de las circunstancias. El señor Sutcliffe, que trabajaba de camionero --tras haberse iniciado en el mundo laboral como sepulturero, época en la que empezó a oír voces--, estaba casado y llevaba una vida aparentemente ejemplar, fue interrogado nueve veces sin que saltaran jamás las alarmas entre sus no muy brillantes entrevistadores.
Lo acabaron pillando por casualidad --la matrícula de su coche no correspondía al vehículo en cuestión-- cuando se disponía a cargarse a su víctima número 14. En el ínterin, un país (en especial un condado, Yorkshire) aterrorizado por un demente, millones de libras tirados a la basura en una investigación tan masiva como torpe y miles de mujeres aterrorizadas ante la perspectiva de cruzarse con el asesino cuando venían de tomarse unas pintas en el pub de su barrio. Como decorado, la arruinada Inglaterra de la señora Thatcher y los expeditivos métodos de ésta para poner orden mientras los Sex Pistols le juraban odio eterno.
Probablemente loco, pero no tonto, Peter Sutcliffe se tiró cinco años toreándose a la policía (con la ayuda del anormal de las cartas y las grabaciones, del que no se dice si fue detenido y enviado al trullo por liante y majadero, aunque me temo que no fue así). De ahí que uno se quede con ganas de escucharlo. Me temo que su ausencia se debe a un prejuicio moralista por parte de los responsables de la miniserie, pues lo más probable es que haya grabaciones de los interrogatorios policiales (el definitivo, cuando se desmoronó y acabó confesando sus crímenes, duró la friolera de 16 horas). La mayoría de los locos no merecen que se les preste la menor atención, pero yo diría que uno tan listo como éste habría puesto broche de oro a un producto audiovisual por lo demás impecable.