La moral comunitarista
El pensamiento político 'comunitarista' defiende que la libertad no es un ejercicio individual, sino que se logra al formar parte de una comunidad de valores compartidos
20 septiembre, 2020 00:10En La Montaña Mágica, de Thomas Mann, Hans Castorp, un joven ingeniero instalado en un sanatorio al que ha acudido a visitar a su primo se convierte en objeto del deseo intelectual de otros dos personajes apasionados de sus propias convicciones y que intentan, cada uno de ellos, atraerlo a sus ideas. Son Naphta, un jesuita, y Settembrini, un liberal. Ambos despliegan sus razonamientos ante el joven, que asiste sorprendido a la defensa de las ideas colectivistas (Naphta) e individualistas (Settembrini). Las dos ideologías que han marcado los siglos XIX y XX y pugnan aún hoy por imponerse como modelo de organización social. Hay quien sostiene que Mann se inspiró en el filósofo marxista húngaro Georg Lukacs para elaborar la figura del jesuita. ¿Es posible? Claro. De hecho, el socialismo extendió al todo social laico la idea de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo. De ahí que años después, un comunista militante como Manuel Vázquez Montalbán pudiera parodiar la frase de Cipriano de Cartago, “fuera de la Iglesia no hay salvación”, convirtiéndola en “fuera del partido no hay salvación”. Bertold Brecht lo expresó con otras palabras: “O todos o ninguno, o todo o nada; uno solo no puede salvarse”.
Durante dos siglos, el pensamiento de raíz individualista (liberalismo) y el de raíz colectivista (socialismo y su variante comunista) compitieron en el plano de las ideas y, durante casi un siglo, tras el triunfo de la Revolución rusa de 1917, en el plano de la fuerza política. La caída del muro de Berlín puso punto y final a esa confrontación. Al menos, en apariencia. Cuando Francis Fukuyama anuncia el fin de la historia, anuncia, en realidad, el final de la competición entre esas dos maneras de ver la sociedad y el hombre: el liberalismo individualista y el socialismo colectivista. En su opinión, el hundimiento del llamado socialismo real liquida las concepciones socializantes. Ya sólo hay un modelo: el que propone la sociedad del libre mercado, con su correlato político: la democracia liberal representativa.
La desaparición de la Unión Soviética supuso una crisis en el pensamiento comunista y en la socialdemocracia. Las últimas aportaciones son las de Tony Blair y Anthony Giddens, quien propuso la llamada Tercera Vía, a la que el esloveno Slavoj Žižek ha calificado como la verdadera ideología del liberal capitalismo dominante. Más recientemente, diversos autores han apuntado que la crisis de la izquierda deriva, precisamente, de la conversión de la socialdemocracia al mercado global. “Bill Clinton y Tony Blair abrazan la versión neoliberal de la globalización, la desregulación de las finanzas, y no se preocupan por las desigualdades que empiezan a profundizarse. Sintonizan con los valores de las élites profesionales, tecnocráticas y bien educadas, y pierden el apoyo de la clase obrera”, sostiene Michael Sandel, uno de los pensadores más conocidos en el ámbito de la teoría política. Esta actitud de la socialdemocracia explica que, al surgir nuevos movimientos sociales que reivindican una revisión general del contrato social (por ejemplo, los indignados que en España cuajan en Podemos), éstos busquen otra terminología. La nueva izquierda abandona la noción de clase social para hablar de los de arriba y los de abajo.
No es el único intento de replantear el lenguaje. Toni Negri emplea el término multitud, dejando de lado el de clase. Una terminología criticada desde posiciones relativamente afines. Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, antecedentes teóricos de Podemos, rechazan la propuesta de Negri y asumen directamente las expresiones pueblo y populismo, entendido éste como una forma de pensar las diversas identidades sociales para articularlas en una respuesta común al sistema. Se diría que el abandono del léxico tradicional de la izquierda demuestra, como afirma John Gray en su libro Liberalismo, que éste va ganando y se configura como la base de las relaciones sociales del futuro.
No es el único intento de replantear el lenguaje.
Sin embargo, entre unos y otros se ha ido abriendo paso un pensamiento que los académicos tienden a agrupar bajo el rótulo de comunitarismo. Un pensamiento que se caracteriza, en primer lugar, por sus críticas al liberalismo hegemónico que representan en sus dos extremos John Rawls y Robert Nozick. Lo critica en todos los campos, salvo el económico, ya que no se cuestiona el libre mercado, pero sí los fundamentos filosóficos liberales, hasta los de carácter epistemológico, insistiendo en las entidades sociales que median entre el individuo y el Estado: desde la familia a los sindicatos, entidades calificadas como “soberanías intermedias”.
Entre los autores que desafían al pensamiento liberal para construir una visión moral y política comunitarista están Michael Sandel, Alisdair Maclntyre, Charles Taylor y Michael Walzer, como figuras más destacadas. A medio camino entre el liberalismo más duro (Nozick) y posturas como las de Taylor y Sandel se halla el canadiense Will Kymlicka, que propugna una solución que asuma las esencias del liberalismo sin desdeñar la influencia social.
Entre los autores que desafían al pensamiento liberal para construir una
En el marxismo clásico (con sus derivaciones socialdemócratas) el Estado es un factor determinante en la organización de la vida social y se le asigna un papel dirigente en la búsqueda del bien y el reequilibrio de las desigualdades individuales de partida. El liberalismo, en cambio, defiende que el Estado debe mantenerse neutral. Su función es, a lo sumo, garantizar las libertades individuales. En su versión más clásica, la de La fábula de las abejas de Bernard Mandeville, los vicios privados acaban generando las virtudes públicas, porque es la libertad de decisión lo que genera la armonía social.
El comunitarismo se rebela contra la idea de un individuo autodeterminado, sumido en lo que Taylor llama una sociedad atomista que no tiene en cuenta el origen social del ser humano. De ahí que rechace la neutralidad del Estado, donde reside el espacio verdaderamente público, donde se dirimen los elementos que producen la sociabilidad: la comunidad, los amigos, la familia, la iglesia, las universidades, los sindicatos, las asociaciones cívicas. Entidades no estrictamente políticas, en el sentido de no estatales, pero que guardan relación con lo político. El pensamiento comunitarista dispone de la revista The Responsive Community, rights and responsibilities, donde se reivindica el papel para la noción de bien común.
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Un caso claro de cruce entre liberalismo y comunitarismo es el del filósofo Michael Walzer. En un artículo reciente se afirmaba: “El liberalismo fue una ideología integral: mercados libres, comercio libre, libertad de expresión, fronteras abiertas, un Estado mínimo, individualismo radical, libertad civil, tolerancia religiosa, derechos de las minorías. Pero esta ideología se llama hoy libertarismo, y la mayoría de las personas que se definen como liberales –en la interpretación estadounidense del término, cercano a la socialdemocracia– no lo aceptan o, al menos, no en todo”.
Tras definirse a sí mismo como “un nacionalista liberal, un comunitarista liberal y un judío liberal”, añade: “se nos describe mejor en términos morales que en términos políticos: de mentalidad abierta, generosos, tolerantes, capaces de convivir con la ambigüedad, dispuestos a entablar discusiones en las que no nos creemos obligados a ganar. Los socialistas democráticos como yo pueden y deberían ser liberales de este tipo” (El País, 30 de agosto). Walzer es lo que muchos llaman un comunitarista. Él mismo define así este pensamiento: “El comunitarismo describe el estrecho vínculo de un grupo de personas que comparten un compromiso con una religión, una cultura o una política. El designio del comunitarismo es, al igual que el de los nacionalistas, promover los intereses de su comunidad, pero el énfasis de su compromiso es interno; se centran en la intensidad de su vida en común”.
Alisdair MacIntyre es posiblemente el más cercano a la figura de Naphta, en la medida en que propone entroncar sus propuestas morales con la idea del ser social y racional de Aristóteles y Tomás de Aquino. Para él, la moral presupone la libertad, pero ésta no es posible en soledad. La libertad se obtiene al formar parte de la comunidad que transmite al individuo un conjunto de valores, aunque una vez formado, sea capaz de distanciarse de ellos. Al resaltar la influencia del contexto social, el comunitarismo arremete contra uno de los dogmas del liberalismo: la meritocracia. Un asunto que tratan a la vez Sandel y, en España, César Rendueles. Este mismo mes han aparecido casi simultáneamente en inglés y castellano el libro de Sandel La tiranía de la meritocracia (Debate), y el de Rendueles, Contra la igualdad de oportunidades (Seix Barral). En ambos se cuestiona que el éxito social sea mero logro individual. Los que han tenido éxito en la vida, señala Sandel “deben preguntarse si es verdad que su éxito es atribuible enteramente a ellos, o si eso olvida hasta qué punto están en deuda con su comunidad, sus profesores, su país, las circunstancias de su vida”.
En un sentido similar se expresa Rendueles: “La equiparación de la igualdad con la meritocracia constituye un malentendido gigantesco. El clasismo rara vez defiende sin más las desigualdades, más bien trata de justificar los privilegios de las élites por sus superiores méritos intelectuales o morales”. Hasta el punto, afirma Sandel en The Guardian que sus propios estudiantes de Harvard están convencidos de sus méritos, pasando por alto que dos tercios de ellos pertenecen a la población con mayores ingresos. Y concluye: “Los estadounidenses nacidos de padres pobres tienden a seguir siendo pobres cuando son adultos".
Frente a ello, la propuesta es recuperar el valor de la igualdad y los espacios intermedios entre el individuo y el Estado en los que se forjan las relaciones sociales. “Debemos reconstruir los espacios comunes de la ciudadanía democrática compartida”, afirma Sandel. Y Walzer sugiere que los comunitaristas asuman y defiendan la pluralidad: “Necesitamos demócratas liberales para combatir el nuevo populismo; socialistas liberales para combatir el frecuente autoritarismo de los regímenes de izquierdas; nacionalistas liberales para combatir los nacionalismos actuales, xenófobos, antiislámicos y antisemitas; comunitaristas liberales para combatir las pasiones exclusivistas y el fiero partidismo de algunos grupos basados en la identidad”.