Imagen de Bertrand Russell: el escéptico optimista

Imagen de Bertrand Russell: el escéptico optimista WIKIPEDIA

Filosofía

Bertrand Russell: el escéptico optimista en tiempos de zozobra

El filósofo y matemático siempre fue fiel a sus principios, aunque fuera a contracorriente, con la idea de que no se puede seguir a una multitud para hacer el mal, como indica la Biblia

21 septiembre, 2024 16:48

“La persona más importante en el curso de mi infancia fue mi abuela”, escribió Bertrand Russell (1872-1970) en su autobiografía. Una mujer enérgica, “presbiteriana escocesa, liberal en política y religión”, de moral estricta. Cuando él cumplió los 10 años le regaló una Biblia con una cita subrayada: “No seguirás a una multitud para hacer el mal” (Éxodo, 23). Una exaltación al bien y a mantener las propias convicciones. Ya adulto y convertido en conde de Russell, se mantuvo fiel a esa norma, incluso cuando le acarreó dificultades. Dos veces acabó en la cárcel.

Por sus ideas (no siempre bien interpretadas) fue expulsado (más tarde readmitido) del Trinity College de Cambridge y de varios centros de enseñanza en Estados Unidos. Le importó, claro; en algún caso supuso dejarle sin ingresos vitales, pero nunca cedió; prefirió atenerse al mandato de su conciencia.

En Retratos de memoria explica: “Cuando terminé mis años de estudiante tuve que decidir entre dedicar mi vida a la filosofía o a la política”. La familia presionó para que optara por la política, como sus antepasados desde siglos. Su abuelo había sido primer ministro y su padre, diputado. Se inclinó por la filosofía. “Fue mi primera experiencia de un conflicto y la encontré dolorosa.

Desde entonces, he tenido tantos, que mucha gente ha supuesto que me deben gustar”. Él hubiera preferido “vivir en paz con todo el mundo. Pero, una y otra vez, convicciones profundas me han obligado a la discrepancia, incluso en los casos en que menos lo deseaba”.

Educado en casa por profesores privados

Quedó huérfano a los tres años. Su madre y su hermana murieron de difteria y un año después falleció de tuberculosis su padre, amigo de John Stuart Mill y defensores ambos del voto femenino y del control de natalidad. Su testamento encargaba a dos amigos que se ocuparan de Bertrand y de su hermano, siete años mayor, para “defenderlos de los males de una educación religiosa”. Los abuelos paternos decidieron pleitear por la potestad sobre los nietos. La lograron.

El abuelo falleció cuando él tenía nueve años. La abuela tomó el mando imponiendo sus criterios austeros. Fue educado en casa por profesores privados.

Describía su infancia como solitaria, pero no triste. “Me rebelé contra esa atmósfera”, explicó. La soledad no fue traumática porque encontró dos vías de escape: las matemáticas y la masturbación, práctica que mantuvo hasta los 20 años, poco antes de su primer matrimonio, contraído contra la opinión de la familia, ya que Alys Pearsall Smith era estadounidense, cuáquera, partidaria del amor libre (y la templanza) y seis años mayor que él.

A los 18 años ingresó en el Trinity College de Cambridge, donde más tarde sería profesor. Optó por las matemáticas primero, y por la filosofía luego. Se licenció al tiempo que alcanzaba la mayoría de edad, lo que le permitió casarse y dedicarse, a la vez, a viajar y a trabajar en una obra que lo convertiría en un referente obligado de la filosofía del siglo XX, Principia Mathematica, escrita en colaboración con su amigo Alfred North Whitehead.

Antes había publicado The Principles of Mathematics, donde avanzaba algunas tesis. “Sólo una preocupación constante ha habido en mi vida: desde el principio al fin estuve siempre ansioso de descubrir cuánto puede decirse que conocemos, y con qué grado de certeza y de duda”, de ahí que optara por “la filosofía del atomismo lógico y la técnica de Peano en lógica matemática”.

Portada del libro sobre los aforismos de Russell

Portada del libro sobre los aforismos de Russell

Una de las tendencias más importantes de la filosofía del siglo pasado es la filosofía del lenguaje. Sugiere que parte de los problemas filosóficos tienen su raíz y su solución (o disolución) en el análisis lingüístico, de ahí que se la conozca como “filosofía analítica”.

El lenguaje puede ser considerado en su uso ordinario o en su estructura lógica. Un grupo de filósofos se adscribió a la primera tesis, entre ellos, John Austin, Gilbert Ryle, P. F. Strawson y John Searle. Para ellos, algunos “enredos” filosóficos se deben a un mal uso del lenguaje, entendido en su uso ordinario. La otra corriente la representan el propio Russell,  Gottlob Frege, George Moore y pensadores del Círculo de Viena, especialmente Moritz Schlick, Rudolf Carnap y Otto Neurath.

Hay un filósofo cuya obra participa de ambas tendencias: Ludwig Wittgenstein.

Para estos pensadores, el análisis del lenguaje debe ser especialmente riguroso y evitar los equívocos, lo que se consigue reduciéndolo a sus elementos mínimos lógicos. Sostienen un cierto isomorfismo entre la estructura del lenguaje y los elementos del mundo, de modo que las proposiciones expresan correspondencia con los hechos, elementos atómicos de la realidad cognoscible.

Paralizado por el escepticismo

Las convicciones de Russell estuvieron constantemente sometidas a revisión, desde un escepticismo que le hacía dudar de todo menos de su voluntad de alcanzar la verdad.

Al acercarse la I Guerra Mundial, pensó que era una locura a la que debía oponerse. Se movilizó a favor de la paz y contra la intervención de Inglaterra, en caso de confrontación, pese a descubrir “con asombro, que la mujer y el hombre medio estaban contentos ante la perspectiva de la guerra”. No siguió a la multitud. “A veces el escepticismo me ha paralizado; he sido cínico en ocasiones; otras veces, indiferente; pero, cuando llegó la guerra (…) sabía que mi cometido era protestar, por inútil que la protesta pudiera ser”.

Habló, escribió y se manifestó repetidamente. Fue detenido y encarcelado, aunque los amigos le consiguieron un trato deferente. “Leí una enormidad; escribí un libro, Introducción a la filosofía de la matemática, y empecé a trabajar en el Análisis de la mente (…) salí de la cárcel en septiembre de 1918”.

Contra la Iglesia

Durante la II Guerra Mundial, en cambio, se mostró decidido partidario de enfrentarse al nazismo. Criticó también el régimen soviético. “Encontré el origen del mal”, escribió tras visitar Rusia, “en un desprecio por la libertad y por la democracia que era la conclusión natural del fanatismo”. Tras la guerra volvió al pacifismo, reclamó la supresión de las armas atómicas y se opuso a la guerra de Vietnam. En 1961 acabó por segunda vez en la cárcel.

Durante el periodo de entreguerras trabajó tanto en el campo de la filosofía como en asuntos relacionados con las relaciones humanas. Además, tuvo dos hijos con Dora Black (de quien también se divorciaría) lo que le llevó a fundar una escuela, al no encontrar ninguna de su gusto, y a escribir sobre la educación.

En 1929 publicó Matrimonio y moral, causa de serios conflictos en Estados Unidos. Allí se hallaba al estallar la guerra mundial y el bloqueo marítimo le impidió regresar a Inglaterra. El libro defendía la igualdad social y sexual de hombres y mujeres y sostenía que la posición cristiana sobre la sexualidad generaba no pocos males.

Aplaudía el libre acceso a los anticonceptivos y la incorporación de la mujer al trabajo, que la dotaba de libertad, y exigía una formación sexual generalizada:  “Mantener lo antiguo hace que la educación de las jóvenes busque volverlas estúpidas, supersticiosas e ignorantes; requisito que cumplen las escuelas donde interviene la iglesia” porque “la ignorancia nunca puede fomentar la conducta recta ni el conocimiento estorbarla”.

Portada de la autobiografía de Russell

Portada de la autobiografía de Russell

Una alianza de eclesiásticos y académicos utilizó este texto para acusarle de poner en peligro la virtud ¡de las alumnas!, según la denuncia de una neoyorquina, madre de una estudiante que no se había matriculado en el curso de Russell, dedicado a la relación entre hechos y proposiciones. Su abogado aseguró que las obras del filósofo eran “lascivas, libidinosas, lujuriosas, venéreas, eroticomaníacas, afrodisíacas, irreverentes, parciales, falsas y privadas de fibra moral”.

Los párrocos católicos dedicaron sermones a criticar a Russell que ganó el juicio, celebrado con tanto retraso que lo dejó durante meses sin ingresos. Le cancelaron hasta las conferencias. Para sobrevivir escribió varios libros, destacando la Historia de la Filosofía Occidental.

Prostitutas mantenidas

Obtuvo algunos apoyos, por ejemplo el de John Dewey, quien escribió a un catedrático crítico con Russell: “Si hay personas a las que no se les permite ingresar en las universidades norteamericanas por expresar ideas poco convencionales (...) sobre temas políticos, económicos, sociales o morales (...) me satisface que mi vida de profesor haya concluido. En toda institución siempre existirán las prostitutas mantenidas; siempre estarán aquellos de temperamento más tímido que se dedican a la enseñanza en busca de una especie de lenocinio protegido”.

Algunos acusadores no se sintieron en la obligación de leer el libro y Russell pudo escribir una carta al Times afirmando: “Jamás dirigí una colonia nudista en Inglaterra. Jamás, ni mi mujer ni yo, nos hemos paseado desnudos en público. Nunca practiqué la poesía salaz”.

No fue la primera ni la última vez que las iglesias lo atacaron. En 1921, cuando vivía en China, se publicó la falsa noticia de su muerte. Con humor, recopiló diversas necrológicas. Una, aparecida en una publicación religiosa, decía: “Los misioneros serán perdonados si suspiran de alivio ante la noticia de la muerte del señor Bertrand Russell”.

En 1957 recibió una carta del obispo de Rochester: “En su libro no se pueden ocultar las pezuñas hendidas de la lascivia, que ha cegado su gran inteligencia (...) cuatro esposas y tres divorcios deben de ser una humillación amarga y espantosa (...) a veces deben acosarlo recuerdos de asesinatos, suicidios e incalculable dolor causados por los experimentos de jóvenes unidos fuera del matrimonio”.

Acercanos a los límites

Basándose en la historia, Russell escribió: “En Inglaterra, la iglesia se opuso a aquellos que querían erradicar algunos de los abusos más graves del sistema fabril. En Estados Unidos se opuso a los abolicionistas. En Bélgica se opuso a la agitación en contra de las atrocidades en el Congo.

En Francia y en Alemania, antes de la guerra, los más sanguinarios de todos los periódicos militaristas, se llamaban respectivamente La Croix y Die Kreuzzeitung. Desde el siglo XVI, la iglesia ha alentado sistemáticamente la avaricia y la sed de sangre de los hombres y ha desalentado toda aproximación al sentimiento humanitario y bondadoso. No puede haber ninguna duda de que, en cualquier periodo durante los seiscientos últimos años, la cristiandad habría ganado moralmente con la extinción de la iglesia”.

En 1950 obtuvo el Nobel de Literatura, convertido ya en un personaje cuyas actividades y opiniones eran especialmente relevantes. Un personaje que nunca perdió la vitalidad que le impulsó a investigar sobre cómo conseguir, si no la felicidad, reducir la infelicidad. Decía haber fracasado al pretender encontrar un sustituto para la fe y también en la búsqueda de la verdad.

No obstante, aseguraba, “hay algo que considero una victoria. Es posible que haya concebido incorrectamente la verdad teórica; pero no estaba equivocado al pensar que existe tal cosa y que merece que seamos fieles a ella. Puedo haber creído que el camino hacia un mundo de seres humanos libres y felices es más corto de lo que realmente es; pero no estaba equivocado al pensar que es posible ese mundo y que merece la pena vivir con la idea de acercarnos a sus límites”. Desde su escepticismo intelectual siempre estuvo convencido de que “la mejor parte de la historia humana no reside en el pasado sino en el futuro”.

Que lleve o no razón es cosa nuestra.