Mónica Ojeda: "Escribir es invocar voces"
La escritora ecuatoriana, que acaba de publicar Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, donde mezcla la tradición oral, los mitos andinos y la violencia sobre las mujeres, reflexiona sobre los vínculos entre la música y la escritura
14 marzo, 2024 19:00Con Nefando, fuimos muchos quienes no solo descubrimos a Mónica Ojeda, sino que quedamos deslumbrados por su talento, que reconfirmó con la siguiente novela Mandíbula y su libro de relatos Las voladoras. Ahora la escritora ecuatoriana firma la que, sin duda, es la mejor de sus obras, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. En ella reencontramos algunos de los elementos que caracterizaban los relatos de Las voladoras: la tradición oral, los mitos ancestrales, muchos de ellos vinculados al territorio andino, la violencia sobre las mujeres. Su última novela cuenta las peripecias de Noa y Nicole, dos jóvenes de Guayaquil que acuden a Ruido Solar, un macrofestival a los pies de uno de los principales volcanes de Ecuador. La música eléctrica confluye con los ritos vinculados con el solsticio y el cambio de estación, con las danzas macabras y los relatos ancestrales. Noa se refugia en este caos de voces y música huyendo de la violencia de Guayaquil; aquí disfruta como lo hacen el resto de participantes: cuerpos gozosos, libres, que disfrutan lejos de la violencia. El goce en esta fiesta carnavalesca se vuelve un gesto de rebelión ante un Ecuador, donde la violencia es generalizada e impune.
Soy consciente de que casi todas las entrevistas que le han hecho empiezan por esta cuestión, pero es inevitable. Bajtin habló del carnaval como un espacio de transgresión. Usted no opta por el carnaval, sino por una fiesta carnavalesca.
Sí, los personajes suben al páramo andino en el que tiene lugar parte de la novela para participar en Ruido Solar, un festival musical que se celebra en ocasión del solsticio de invierno. Es una fiesta en honor al sol; una celebración ancestral en el mundo andino, pero se emparenta con otras fiestas alrededor del planeta. En los Andes, durante la fiesta, se entremezcla un juego de máscaras con la música experimental; lo nuevo se conecta con lo ancestral, con lo ritual. Me interesaba era indagar de qué manera esta fiesta se convierte en la posibilidad de imaginar, aunque sea solo durante la fiesta en sí, un cuerpo gozante, en medio de un contexto donde los poderes lo que quieren es que tu cuerpo esté muerto, paralizado, escondido.
Durante la fiesta, el cuerpo se convierte en otro cuerpo
La fiesta es ese espacio donde de repente tú haces algo con la muerte, que ya no es algo paralizante. El cuerpo baila y se vuelve gozoso. De ahí los bailes de los muertos y las danzas macabras; todas ellas tienen que ver con mover el cuerpo en contextos que lo que buscan es paralizarlo. La fiesta se convierte en un paréntesis políticamente muy interesante por este elemento de transgresión.
La novela se estructura como un paréntesis entre aquello de lo que se escapa y aquello a lo que se regresa al final.
Sí. Los personajes huyen de las ciudades donde está acampada la violencia de las narcobandas. En lo alto de los Andes lo que hacen es una especie de pausa en el tiempo, lejos de la violencia y las balas. Surge una temporalidad nueva debido a la música, a la intemperie y al frío. Eso les permite renombrar sus cuerpos.
La prosa se adapta a las distintas temporalidades que aparecen en la novela.
Claro, porque para mí la palabra es ritmo, la pura pulsación vital. Cuando estás escribiendo sobre una determinada atmosfera la escritura se transforma en esa atmosfera. La escritura agarra y debe agarrar el ritmo de la tierra . Cuando el escenario cambia la escritura necesariamente toma otro ritmo. Y esto lo que me pasó cuando escribía. Como en la primera parte de la novela se desarrolla en el festival, nos encontramos con personajes cuyas palabras y voces se entremezclan. Los personajes ven cosas, pero no se sabe hasta qué punto ven la realidad o están en un estado lisérgico. En la segunda parte, cuando aparece la voz del padre de una de las protagonistas, el contexto es distinto. Él vive en una atmósfera de silencio, de calma y de soledad. Por esto, su manera de hablar es también distinta. Me interesa pensar en cómo la geografía que te rodea se encarnan en tu escritura.
Usted escribía sentada en su escritorio. Me gustaría preguntarle cómo captaba los cambios de ritmo y de espacio. ¿Para trasladar al papel estos ritmos y tonos leía en voz alta lo que iba escribiendo?
Escribir es invocar voces y subrayo el plural. Hay algo de colectivo en la escritura. Además, existe algo mágico en esa escritura que es capaz de sonar sin sonar, es decir, de una escritura que suena en el silencio mientras estás leyendo, que suena en tu cabeza. Cuando escribes convocas voces y sonidos y buscas establecer un vínculo entre la escritura y la oralidad en el sentido, buscas que la escritura que es silenciosa termine siendo sonora. Como decía Nietzsche, las palabras son un impulso nervioso transformado en sonido. Si entendemos la palabra de esta manera, entonces todo aquello propio de la música -el ritmo, el tono, la cadencia- termina volcándose en la escritura. No leo en voz alta, pero sí soy capaz de releer el texto miles de veces. En mi cabeza leo cada párrafo y cada línea y en esta lectura aparece ese sonido que intento ir afinando en la medida en que avanza la escritura.
¿Usted escribe más rápido que cuándo hace correcciones?
Absolutamente. Releo y releo obsesivamente cada página. No soy demasiado rápida escribiendo, no soy de sentarme a escribir páginas y páginas y, luego, al final leer lo escrito. Leo muchas veces cada párrafo que escribo. Lo necesito para poder escribir el párrafo siguiente para que haya una continuidad entre un ritmo y otro. Luego, una vez terminado el manuscrito, aparecen los borradores, la reescritura, el afinar detalles.
Leyendo su novela es inevitable pensar en autores como Thomas Mann o Huxley, que trasladaron la teoría musical a la novela y a la escritura.
Esa es una idea muy bella. Mientras estaba escribiendo la novela leí muchísimo sobre música. Títulos muy diversos. Leí, incluso, un ensayo sobre música y física cuántica, así como ensayos de Ramón Andrés; de todos ellos, el que recuerdo con más detalles es Filosofía y consuelo de la música. Luego leí Lecciones de solfeo y piano de Pascal Quignard. Por lo que se refiere, a la relación entre música y literatura, quería leer todo cuanto pudiera. A fin de cuentas, la novela es una sinergia entre ambas disciplinas, que confluyen en la fiesta. Nietzsche habla mucho sobre los cuerpos bailando, ¿no? ¿Dónde baila el cuerpo? En las artes. La música habita más en los mitos que en el logos.
¿Habita más en la poesía que en la narrativa?
Sin duda, porque la poesía trata de habitar en el lugar del mito, de la voz…. La palabra escrita es el lugar del logos, sin embargo, cuando escribo narrativa lo que hago es buscar ese mito, esa voz, no solo el logos. La escritura narrativa intenta dar forma al deseo, pero la poesía es el deseo. Esto es lo que envidio de la poesía.
Poesía y narrativa, deseo y logos… María Zambrano supera estas dicotomías con el concepto de razón poética.
Totalmente. De hecho, para mí no se trata solo de habitar la razón poética, sino también de abrir nuevas vías de pensamiento que permitan imaginar el futuro de una manera distinta. Cuando estaba escribiendo la novela no dejaba de preguntarme cómo vivir en medio de la muerte. Porque esto es lo que está sucediendo en Ecuador, donde la violencia es cotidiana por culpa de las narcobandas y del Estado. En 2023 hubo más de 7.000 muertes violentas en Ecuador, las mismas muertes que puede haber en una guerra. En esta situación, ¿cómo hay que vivir?
De ahí el recurso del baile como expresión de la razón poética.
Sí. Se trata de abrir posibilidades para imaginar un futuro. Lo que nos dice la razón común es que aquí no hay futuro, que no se puede hacer nada… No es así. ¿Qué sentido tiene hacer nada si todo va a derrumbarse? Es imprescindible tener una imaginación alternativa. Lo que me interesa en la literatura es cómo reivindicar el goce, que viene acompañado por el dolor y la pesadilla…Se trata de aprender a través de la literatura de la complejidad de la experiencia de estar vivo.
Su personaje Noa disfruta del dolor por el abandono de su padre.
Sí, Noa pasa un tránsito dentro de la novela. En ella existe el deseo de volver al origen de todo y ese origen es el padre, el momento del abandono. Ella quiere regresar ahí a pasar de que le advierten que es una experiencia dolorosa. Necesita preguntarle a su padre por qué le abandonó, pero se dará cuenta que su padre no tiene las respuestas. Su búsqueda del origen debe buscarlo en otro sitio. Y lo encuentra en esta fiesta y las tradiciones ancestrales vinculadas a los Andes.
Ella viene de Guayaquil, donde esas tradiciones no tienen arraigo.
Ecuador es un país muy pequeño, pero tremendamente diverso. No son lo mismo las ciudades del interior que las de la costa, como puede serlo Guayaquil, que tiene más relación con lo caribeño, que nada tiene que ver con el mundo andino. Desde Guayaquil puedes ver desde el río Guayas, el volcán Chimborazo. Lo que quiero decir con esto es que desde la costa se ven los Andes y, a pesar de las diferencias, las separaciones entre un territorio y otro están desdibujadas. Noa no conoce la montaña; ni tan siquiera conoció a su abuela, que era una chola andina, fruto del mestizaje. El desconocimiento de Noa se entremezcla con la diversidad de su origen, que representa a todo el país: puedes tener una abuela de la sierra, un tío de la selva amazónica y provenir de la ciudad.
Noa se reconoce en esas leyendas y en esos ritos.
Al respecto, me parece fascinante Los poemas muertos, un ensayo en el que Raúl Zurita habla sobre cómo cada vez que uno se sienta a escribir está escribiendo con la lengua de los muertos. En la escritura suenan todas aquellas voces que te marcaron emocional y físicamente a lo largo de tu vida: las voces de otros escritores, de familiares…. Y este resonar no tiene lugar solo en la escritura, sino también cuando se habla. Puedes hablar como un familiar que nunca llegaste a conocer y te pueden llegar a marcar hechos familiares que nunca pensarías.
La genética es rara y esto se ve en la escritura y en la música. Lo vemos en Noa, que tiene una extraña relación con el canto en cuanto ella se da cuenta de que junto a la suya hay otra voz que canta. ¿Es realidad o es una percepción suya? Hay gente que tiene cantos distónicos, en los que suenan dos voces. No es algo raro, tiene una explicación. Sin embargo, la aparición de otra voz puede también leerse como algo sobrenatural. El canto distónico es una metáfora potente, alude a que, en realidad, nunca cantamos -y tampoco escribimos o hablamos- solos, sino que lo hacemos acompañados de la colectividad que creó las canciones, las músicas, pero también las palabras. Zurita tiene toda la razón: por mucho que escribas en la soledad de una habitación, la escritura es un acto colectivo. Escribir es invocar voces.
Algunas de sus obras han sido descritas con la etiqueta de gótico andino, por los elementos fantásticos. Sin embargo, me da la impresión de que, en sus obras –pienso en Las aviadoras– más que trabajar lo fantástico, usted trabaja las creencias.
Para mí, en el mito hay un conocimiento profundo. Es en el mito donde radica la razón poética. En realidad, mito y logos nunca han ido separados. La separación de estos conceptos es una fantasía occidental, pero no una realidad. Lo paradójico es que, asumiendo esta separación, no tomamos conciencia de los mitos modernos, porque los asumimos como realidades, pero no dejan de ser mitos. Los mitos tienen un fuere componente poético y, como te decía al inicio de la entrevista, para mí escribir es manejar la tensión entre mito y logos. No tengo la intención de hacer un salto a lo sobrenatural, sino la voluntad de permanecer en la tensión entre estoa conceptos, porque es en esta tensión donde reside la experiencia de vivir.
Una tensión que, como reconoce Nicole, otro de los personajes, se plasma a veces en la incomprensión de las palabras.
La palabra puede volverse absolutamente oscura y esto nos desespera porque nosotros queremos encontrarle sentido a todo, ponerle significado. Nos relacionamos con el lenguaje y buscamos hallar un sentido objetivo de la experiencia. Nos aterran todas expresiones del lenguaje que habitan otro tipo de experiencia o que no están buscando un significado fijo, fosilizado, utilitarios. De ahí un personaje como Nicole, o como el padre de Noa, que le teme a la música porque le llevar a un descontrol de las emociones. Ni él ni Nicole quieren habitar en un lugar que no controlan, que los descoloca. Por esto prefiere volver a Guayaquil, un lugar de violencia. El miedo paraliza las personas, el miedo a abrirse a lenguajes a los que no ve ni sentido ni utilidad, como el baile o la poesía, es lo que lleva a Nicole a querer volver.
En esta fiesta están los chamanes y los desaparecidos, cuyas voces también cantan. El término desaparecido resulta difícil leer de manera neutra.
La pregunta sobre qué hacemos con nuestros desaparecidos es eterna. Lo es también en Ecuador, donde hay muchos. Quise que este grupo de voces se llamaran a sí mismos desaparecidos para que el término fuera un ejercicio de renombrar, desde otra perspectiva, el acto de desaparecer. Tenemos muy asumido que los desaparecidos son personas que son obligadas y forzadas a desaparecer. Los desaparecidos de mi novela aluden a la posibilidad de pensar la desaparición como un hecho voluntario: ellos han desaparecido por la violencia, pero no de manera forzada, sino huyendo. Su desaparición, en todo caso, no es total, porque, escondidos tras las máscaras, hablan y se hacen presentes.
No quiero terminar la entrevista sin hablar del volcán: desde la novela de Lowry hasta Panza de burro, el volcán evoca a los dioses, a la amenaza, pero también es una forma de protección…
Siempre que pienso en un volcán, lo primero que viene a mi cabeza es el hecho de que es una manifestación de movimientos subterráneos. Esto me lleva a pensar todo ejercicio artístico como una manifestación de lo oculto, de lo invisible, de lo que no se ve a simple vista. Esto es el volcán, la expresión de lo que subyace. Un volcán puede ser destructivo y, a la vez, enriquecedor. La lava lo destruye todo, perohace que la tierra se vuelva fértil. Por ello los volcanes representan los mitos sobre creación y destrucción. La fuerza del mito y de la poesía reside precisamente en el hecho de que no necesita explicación, se los percibe a través de los sentidos. El mito siempre ha estado ahí, no necesitas que te lo cuenten. Por esto, miras al volcán y te proyectas.
El volcán se confronta con otra amenaza, la que proviene de la ciudad.
No quería o no era mi intención trabajar la novela desde un punto roussoniano, es decir, pensar la naturaleza como lugar idílico. Es cierto que la ciudad aparece como un lugar inhabitable. Pero el contexto natural es también peligroso, lo que sucede es que la crueldad en este territorio no es la crueldad humana de la ciudad. Ahí se refugian los personajes que no soportan la crueldad humana. La naturaleza puede provocar daño, pero no es cruel. Más que huida, lo que aquí se plantea es volver a la naturaleza para refundar la existencia. En el caso de Ecuador esto es esencial: el narcotráfico está también ligado al expolio de toda una serie de lugares naturales a través de la minería ilegal, la tala de árboles o la agricultura extensiva. Por eso es importante preguntarse cómo nos estamos relacionando con la naturaleza y cómo nuestra relación está marcada, una vez más, por una violencia motivada y consciente.